Jesús Valencia
Ciudadano vasco

Mucho más que una jornada de huelga

Las propias organizadoras recomendaban mirar al futuro. Advirtieron que lo que estaba sucediendo no era un hecho puntual sino un proceso largo e imparable.

Había indicios para suponer que la huelga del 8 de marzo sería contundente. Los hechos, sin embargo, desbordaron con creces los pronósticos. El movimiento feminista consiguió sacudir Euskal Herria, dar una lección de civilidad política y dejar abierto un horizonte alentador. ¿Qué ocurrió? Tuvo el acierto de visibilizar al enemigo, recoger la indignación generalizada que éste provoca y darle a la rabia un cauce de expresión colectiva.

Las mujeres están hartas y tienen sobrados motivos para ello. Toda su historia contempla un continuado derroche de esfuerzos que han sido aprovechados por los varones para luego postergarlas. Fueron agentes de primer orden en la independencia americana; participaron como espías, mensajeras, intendentes, guerreras, amantes… Y cuando emergieron las nuevas naciones, las imprescindibles mujeres volvieron a ser relegadas al reducto de lo doméstico. Para gobernar, ya se bastaban los machos. Fueron ellas las responsables directas del movimiento sufragista; conseguido el derecho universal al voto, ya vemos los resultados: todavía siguen siendo una frágil minoría en los ámbitos de poder institucional. Agitaron y promovieron huelgas históricas en los años de la expansión industrial; hoy, sus condiciones laborales acusan una discriminación escandalosa respecto a las de los varones.

Nada de esto es casual. La huelga focalizó la rabia en el culpable de la misma. El machismo es una herramienta de explotación, una estructura ideológica y una praxis cotidiana. Tentáculo del capitalismo, favorece la acumulación de recursos y poderes en manos de quienes explotan a las mayorías; en estas franjas oprimidas, tienen una sobrerrepresentación abultada las mujeres. El papel de estas, convertidas en material de usar y tirar, rige las relaciones de sexo tanto en las mansiones señoriales como en las cabañas de humildes poblados. El machismo, como termita que carcome las vigas maestras del edificio, provoca estragos irreparables en la convivencia entre sexos: establece jerarquías encabezadas por ellos y roles marginales asignados a ellas; promueve prepotencia en los unos y baja autoestima en las otras; genera violencia invasiva en aquellos y miedo cerval en estas («Tenemos miedo», «no seremos libres mientras no podamos andar por la noche con absoluta tranquilidad») eran gritos y comentarios que se escucharon en las multitudinarias marchas del día 8. La interminable lista de mujeres asesinadas es la evidencia más sangrante de esta bestialidad machista.

La jornada del día 8 estuvo repleta de aciertos. Arrastró a ingentes masas de mujeres que, distintas en edades y condiciones, compartían y visualizaban sus sentimientos. Sus gritos no estaban sujetos a encorsetadas directrices y sus reivindicaciones tenían un tinte rebelde, alegre, colorista; desobediencia civil seductora con toques festivos, espontáneos e irreverentes. Entroncada en la realidad local, la jornada proyectó una dimensión internacionalista: confluyente con las mujeres de otros 178 países que compartían la misma causa y enfrentaban al mismo enemigo. Mantuvo un talante abierto a diferentes causas; todas ellas acuciantes problemáticas de perfil popular: las condiciones laborales, el desempleo, la atención domiciliaria en calidad de internas, el último preso asesinado por la dispersión, la emigración, quienes buscan refugio en tierras extrañas huyendo de la muerte. Como dicen en Argentina, «una pueblada» con miles de corazones latiendo frenéticos.

Las propias organizadoras recomendaban mirar al futuro. Advirtieron que lo que estaba sucediendo no era un hecho puntual sino un proceso largo e imparable. No se trataba de una terapia para desahogar sus penas sino de una acumulación de fuerzas para transformar el mundo. Prometieron continuar en su empeño. No les faltaran obstáculos, pero estoy convencido de que tejerán unas relaciones mucho más humanas que las que se han construido bajo la égida de los machotes. Cuando terminaba el acto pasó junto a mí una jovencita sosteniendo un cartel en el que decía: «Animaos, la revolución está en marcha». Ella se dirigía a las mujeres pero me dieron ganas de acercarme y preguntarle con discreción: «¿habría un huequecillo para mí?».

Recherche