Nacimiento, forma e ideología del fascismo. 100 años de la Marcha sobre Roma
Este interclasismo social-patriótico que orillaba la lucha de clases como motor de la historia para sustituirlo por la idea corporativa que conciliaba a las clases en defensa de los intereses de la nación acabó funcionando
Estos días se cumple un siglo de la Marcha sobre Roma protagonizada por Benito Mussolini y sus camisas negras que abrió el camino al poder al Partido Nacional Fascista.
El 29 de octubre de 1922 tras una apabullante demostración de fuerza de más de 25.000 legionarios entrando de manera marcial, pacífica y ordenada en la Ciudad Eterna, el rey Vittorio Emanuele III, cuyo propósito era evitar una guerra civil, invitó al futuro Duce a formar gabinete, iniciándose de este modo la toma del Estado por parte de un grupo facineroso que rápidamente realizará el tránsito a la dictadura de partido único que conoceremos como Fascismo.
En este sucinto artículo trataremos de explicar qué fue el fascismo italiano (que llamaremos paradigmático), atendiendo a su génesis y a las ideas y el contexto que posibilitaron su advenimiento.
Cabría decir en primer lugar que el fascismo es el fenómeno político más importante que alumbrará el siglo XX, ya que el socialismo, el liberalismo, el anarquismo y el comunismo hunden sus raíces doctrinales en el siglo XIX.
Fundado en 1919 por Benito Mussolini (antiguo líder de los socialistas italianos y cuyo padre había introducido el anarquismo en el país transalpino) los Fasci Italiani di combattimento son el producto de la convergencia de múltiples elementos de carácter socio- histórico-filosófico que tras la Gran Guerra harán de este movimiento el modelo a imitar por parte de algunas élites intelectuales europeas y que dará pie al nacimiento de una de las doctrinas autoritarias más controvertidos y fatalmente decisivos de la historia europea reciente.
El fascismo paradigmático se nutre de un ramillete de ideas pesimistas enarboladas por elementos del nacionalismo italiano que consideraron que el Risorgimento (proceso de unidad italiana 1831-1861) quedó sin finalizar y, por tanto, el Estado italiano estaba por construir. Esta visión catastrofista y amputada de un país que, al igual que le sucederá a Alemania, no había alcanzado a tiempo el tren de la modernidad será el principal pegamento que explicará parcialmente por qué el fascismo tuvo prédica entre tantos italianos pertenecientes a diferentes estratos y clases sociales.
El fascismo buscó desde sus comienzos fuentes de legitimidad filosófica e histórica que justificaran su odio furibundo a la democracia y su defensa de la llamada vida del espíritu. El fascismo, de este modo, se declarará antirracionalista y enemigo del positivismo científico reivindicando un movimiento joven y mesiánico que ensalzará la vida alta del héroe frente a la vulgaridad rampante. Esta visión romanceada y estetizada de lo que debe ser la política harán rápidamente del fascismo un fenómeno de vanguardia atractivo para aventureros de toda laya, que verán en esta temeraria propuesta un camino para redimirse de su vida pequeña y monótona. La utilización interesada, epidérmica y maniquea de a la sazón pensadores de prestigio como Nietzsche, Schiller, Bergson, Gentile o Spengler tratará de dotar al movimiento de enjundia y empaque intelectual. El caso de Nietzsche quizá sea el más representativo de todos ellos, puesto que algunas de sus ideas más conocidas como la voluntad de poder, el eterno retorno, el nihilismo, la muerte de Dios o la teoría del Superhombre serán retorcidas por Mussolini y sus seguidores hasta hacerlas irreconocibles.
Se debe recordar que el fascismo italiano fue un movimiento interclasista cuya relación con la idea de modernidad siempre resultó problemática, ya que comparte elementos claramente reaccionarios con rasgos eminentemente modernos que, por ejemplo, dificultan su clasificación en el eje tradicional derecha-izquierda.
En este mismo sentido y atendiendo a su programa electoral de agosto de 1919, el fascismo italiano se presentó por vez primera ante los italianos con una propuesta revolucionaria y nítidamente defensora de las clases populares (nacionalización inmediata de los medios de producción, traslado de industrias y servicios públicos a las organizaciones proletarias, establecimiento de un fuerte impuesto sobre el capital de tal manera que obre como nivelador parcial de la riqueza, salario mínimo universal, jornada laboral de no más de ocho horas, necesidad urgente de la reforma agraria, confiscación de todos los bienes propiedad de las órdenes religiosas…). A día de hoy la lectura de este programa social y avanzado nos sorprende sobremanera, puesto que la idea que habitualmente tenemos del fascismo italiano es en esencia la que nos legó el fundador del PCI Antonio Gramsci de que en realidad los camisas negras no eran más que el instrumento del que se servía el capital cuando se encontraba en peligro por la iniciativa de la clase obrera, pero lo cierto es que a comienzos de los años 20 no fue exactamente así, ya que en sus orígenes el fascismo italiano rivalizó por la hegemonía, con propuestas que hoy calificaríamos de populistas, con las organizaciones de la izquierda. Así, se debe destacar que muchos de los miembros de primera hora del PNF provendrán indubitadamente del sindicalismo más combativo. Entonces, si en sus inicios el fascismo paradigmático pugnaba por la hegemonía con la izquierda ¿dónde podemos encontrar el odio que se profesaban mutuamente y que con la toma del poder por parte de los fascistas se acentuará? Esta trascendental pregunta requeriría una respuesta más minuciosa que sin duda rebasa las dimensiones de este artículo, pero podemos apuntar que la diferencia fundamental estuvo, además de en su enconada defensa del militarismo, en que para los fascistas italianos el internacionalismo proletario de socialistas y anarquistas era profundamente antipatriótico, mientras que por contra ellos –los fascistas– proponían una suerte de socialismo nacional que situaba a Italia y los italianos por encima de cualquier otra consideración.
La realidad es que más allá de lo que en ocasiones no parecía más que una retórica de masas un tanto exagerada, este interclasismo social-patriótico que orillaba la lucha de clases como motor de la historia para sustituirlo por la idea corporativa que conciliaba a las clases en defensa de los intereses de la nación acabó funcionando.
Sin embargo, tras la conquista del poder y, pese a que en el PNF siempre pervivió un fascismo llamado de izquierdas, las necesidades del régimen y su deriva reaccionaria hicieron que el fascismo se aliara sin remisión no solo con el gran capital que lo sostuvo y lo utilizó como ariete contra sus enemigos, sino también con la Iglesia católica a través de los acuerdos vaticanos de Letrán de 1929.
En esta breve aproximación al nacimiento del fascismo paradigmático resulta insoslayable apuntar que más allá de las fronteras italianas, este movimiento tuvo durante los años 20 y 30 una cantidad innumerable de imitadores y admiradores que convirtieron a Mussolini en el hombre más famoso de su época y que, aunque a día de hoy su estilo y su sofistica grandilocuente siguen pareciendo ridículas –además de peligrosas–, lograron que líderes carismáticos diversos quisieran emularle fundando en diferentes países movimientos filofascistas de relevancia dispar como el Nacionalsocialismo en Alemania, la Falange en España, los Blackshirts de O. Mosley en el Reino Unido, La Cruz Flechada en Hungría o La Guardia de Hierro de Codreanu en Rumania. Algunos de estos movimientos pondrán énfasis en la raza, otros en la religión, la patria o el antisemitismo, y otros sencillamente tomarán el fascismo como una moda válida para acceder al poder y perpetuarse en él, como será el caso de Perón en La Argentina de los años 40.
Para finalizar, los fascistas y pese a que una mayoría de investigadores del fenómeno siempre los ha asociado con la defensa del sistema capitalista, siempre se vieron a sí mismos como lo que en la historia de las ideas políticas se conocerá como la tercera posición. Este campo del tablero político se encontraba a caballo entre dos tipos de materialismo, uno el marxista que en su pulsión colectivista negaría al individuo y el otro el liberal, que según los teóricos de la doctrina fascista sería una derivada del materialismo mecanicista que simplemente endiosaría el dinero y la alta finanza olvidándose del pueblo.
En cualquier caso, y sin menoscabo de realizar otro tipo de análisis que ayuden a comprender la complejidad del fenómeno desde otros ángulos, parece evidente que en primer término el fascismo italiano debe ser juzgado por su responsabilidad criminal ante la historia.
Desde esta tribuna simplemente hemos querido acercarnos al movimiento primigenio para comprender algunas de las claves que hicieron posible la aparición de esta potente y singular secuencia ideológica. Para mejor ocasión queda el análisis de lo que resultó y a día de hoy pueda quedar de las brasas de aquel fascismo que ahora hace un siglo vio la luz en la siempre efervescente y paradójica Italia.