Larraitz UGARTE
Abogada

Nada es 100% infalible, pero no debería ser 0%

Ante otra víctima de la violencia machista, la autora reflexiona sobre los protocolos, quizá demasiados, y las responsabilidades a todos los niveles: «nos debemos exigir mucho más, sin conformarnos con las reiterativas respuestas que nos tranquilizan pero no nos exculpan de nuestra responsabilidad».

Otra más. Esta vez en Pasaia y ya van 125 en el contador de este país. Concentraciones de repulsa, declaraciones institucionales, comunicados del movimiento feminista. Todo protocolizado. Duele, duele la noticia y duele la repetición de todo. Ya se ha dicho, ya se ha hecho, otra vez; pero el contador sube. Huele a resignación. Tras el asesinato machista de Leonor, tanto la directora de Emakunde como la portavoz de la Diputación Foral de Gipuzkoa han declarado que “los protocolos no son 100% infalibles”.

La primera vez que lo escuché pensé “cierto”, pero la segunda vez me sonó a mantra exculpatorio de quien habla desde la impotencia de sentir que esto no se puede frenar. No se me entienda mal, no dudo del estupor que siente quien dice que los protocolos no son 100% infalibles. Pero chirría, por lo cierto y por la poca ambición que abarca la frase, porque en este caso pasa como con todas las estadísticas y probablilidades, que lo que para uno es el 100% para el otro es 0%. Para Leonor así lo ha sido. Si por infalible entendemos que se refiere a aquello que no falla, en el presente caso los protocolos han sido 0% infalibles.

El Ararteko ha dicho que hay que investigar qué ha fallado en este caso. Y yo diría que es evidente que ha fallado todo. Suele hacerlo.

Falla la Policía. No me atrevo a decir si faltan medios (como dicen ellos) o más bien están mal organizados. Lo que es un hecho seguro es que en la actualidad la Policía ni está preparada ni formada para hacer la debida criba, la necesaria primera gestión para detectar la peligrosidad de los casos que van entrando al sistema, bien por el perfil del agresor, bien por la vulnerabilidad de la víctima. Y no me refiero a la vulnerabilidad económica, que es a menudo la única a la que se presta atención, en defecto de factores más relevantes y que suelen saltar a la vista. Existen los protocolos para calibrar la peligrosidad que no son más que cuatro preguntas. Y qué decir de que falla el seguimiento de los casos, que se reducen en muchos casos a simples llamadas.

Falla el procedimiento. Las largas horas de comisaría y todo el engorro protocolario. Fallan los juzgados de violencia contra la mujer, que están colapsados. El presidente del Tribunal Superior de Justicia, Iñaki Subijana, daba cuenta esta semana en el Parlamento Vasco de la memoria judicial del año 2023, de cómo está el sistema judicial en la CAV. Faltan jueces, dijo. Hay retrasos en los procedimientos judiciales, cada vez mayores, las tasas de resolución distan mucho de ser adecuadas. Dicho de otro modo: hay que pensárselo mucho para denunciar. Porque la tan consagrada tutela judicial efectiva no está garantizada. Y, aunque parezca paradójico, más aún si existe una situación de riesgo para la propia vida o la integridad física. Quizá haya que proteger a la víctima a su pesar, tal y como reflexionó el magistrado en su comparecencia. Porque no se puede responsabilizar a la víctima de su propia seguridad. Urge una revisión legislativa en todo caso, tanto sobre el derecho sustantivo como sobre el procedimiento judicial a seguir.

Fallan los servicios sociales. Que tienen unos protocolos demasiado inflexibles y muy poco graduados y donde en demasiadas ocasiones se producen juicios paralelos a los juzgados sin las garantías que ofrece un procedimiento judicial. Porque tal y como señalaban en un artículo reciente Itziar Ziga, Santiago Alba Rico y Raque Ogando (“El País”, 4 de noviembre de 2024), desde una perspectiva de izquierdas se debe tener mucho cuidado con eso de los juicios paralelos y las condenas de por vida sin haberse respetado las garantías que cualquier procedimiento penal carca ofrece...

Fallan los medios de comunicación, que tienen más prisa en salir a explicar si el agresor es colombiano (que ya se sabe lo machistas que son) o autóctono (que menudo shock, con lo avanzados que somos). Ni qué decir toda la morbosidad y el amarillismo de algunos en el tratamiento informativo de este tipo de noticias.

Fallamos las feministas que demasiadas veces dejamos de jeraquizar y priorizar violencias convirtiendo el todo en la nada. Es necesario para el discurso y los objetivos estratégicos, quizás no tanto para la eficacia casuística a la que no siempre respondemos adecuadamente.

Falla la sociedad. Esta misma semana hemos escuchado que chavales jóvenes odian el feminismo. Eso lo han visto en las redes, pero lo han oído en sus casas, en su entreno de fútbol o a algún ídolo suyo que se permite airear su machirulismo en una entrevista. No se identifica lo suficiente la guerra que se ha abierto contra cualquier logro del feminismo. Y esta guerra desde el comienzo de los tiempos, y que últimamente ha sido especialmente auspiciada por la ultraderecha y por sectores conservadores con su batalla cultural, es bastante más transversal de lo que nos gustaría a muchas. Hay que parar urgentemente a los que guerrean contra nuestros logros.

Realmente falla el exceso de protocolos. Nadie exige el 100% de infalibilidad. Es sabido que la delincuencia cero no existe y que erradicar la violencia machista en el corto plazo es altamente improbable. Siempre habrá quien piense que puede disponer de la vida o del cuerpo de las mujeres y que actúe conforme a dicha creencia. Pero nos debemos exigir más, mucho más, sin conformarnos con las reiterativas respuestas que nos tranquilizan pero no nos exculpan de nuestra responsabilidad. Porque aunque todo el mundo haga lo que puede, todo es poco. Y quizá el aumento del porcentaje de la infalibilidad está en simplificar protocolos en aras a buscar la eficacia en erradicar las formas más brutales de violencia machista.

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