Alfonso Etxegarai
Deportado en Sao Tomé y Príncipe

«Nada llega… Pero todo es necesario»

Nada llega para, en el fondo, no se sabe qué. Nada llega aunque, hace años, bastaba con «abandonar las armas» para que todo fuera posible, políticamente hablando, y ese «todo» era tan ancho y tan largo que parecía no tener fin. La democracia española era en aquella época así de generosa. Nada llega, repiten y repiten, ahora que se han abandonado las armas.

Pero, claro, ahora no puedes hablar más que de lo que ellos quieren; se enervan y chillan si lo haces de otra manera; de lo otro no se puede y no se puede, vuelven a repetir, para enmudecerte. Claro que dejar las armas ya se ha visto que no es suficiente, no es tan suficiente como decían antes. Tampoco es suficiente que ellos propaguen que han ganado y que tú has perdido, que va, y es que «su guerra» no es como las otras guerras en las que el vencedor  echa mano de la clemencia, porque cuando ganas se supone que eres generoso y sin rencor y sin deseo de venganza, ya lo decía Mandela cuando salió de la cárcel. El que gana tiene que trabajar el terreno de la reconciliación, imagino yo, para eso ha ganado. Pero «Nada llega» para este tipo de vencedor: todo es poco y nada.

«Nada llega»…

Aunque hayas cumplido con la condena a la que te sentenciaron, sigue valiendo eso de «Nada llega», y es que ahora se arrepienten de no haber cambiado las leyes para ti, sólo para ti, o para tu pueblo. No les dices que sí las cambiaron, pues se irritarían, pero les dices que vas a cumplir con su legalidad, o sea sus leyes. Te repiten que «Nada llega» y que estando fuera de la cárcel tienes que vivir como si estuvieras dentro, como si no pudieras decir lo que ellos no quieren. Y borras palabras de tu vocabulario, para cumplir mejor su legalidad, con sus palabras; y das otro sentido a la palabra «revolución», porque para ellos «Nada llega», te lo vuelven a repetir, obsesivamente. Tratas de decir alguna cosa y se molestan porque no sirve, pues «Nada llega» con explicaciones. Y así todo el tiempo. «Nada llega» para entrar en su club de democracia, vas descubriendo, te lo hacen ver, y sigues intentando porque tú abandonaste el viejo modelo y piensas que ellos también lo harán, el viejo modelo de enfrentamiento. Sin embargo, mi amigo, parece que «Nada llega» para ellos cambiar el viejo modelo, su viejo modelo de perseguir lo vasco. Y te detienen también por pintar en una pared que estas contra la tortura. «Nada llega» y nada cambia para ellos, por el momento, porque parece que lo tienen claro.

«Nada llega»…

Ahora te ofrecen acuerdos en los que asumes un delito que decías que no habías cometido; lo haces, lo haces aunque parezca contradictorio. Las cosas han cambiado y has abandonado el viejo modelo por otro en el que aceptas su legalidad; piensas que todos lo van a entender, todos los compañeros, porque lo importante es seguir  unidos en el camino. Y aceptas que las cosas no se resuelvan por la vía política, o maquillas que lo aceptas y esperas que se resuelvan por los diferentes mecanismos de la vía jurídica, algunas cosas, por la legalidad, aunque sea una vía también con sus laberintos.

Pero, mi amigo, «Nada llega»…

Y te recuerdan que tienes que denunciar a los compañeros para que parezca verdad tu nueva postura, porque hay que colaborar. Recuerdas la propaganda fascista que decía que había que rendirse, aquella que caía de los cielos junto a la muerte que escupían los aviones de la Legión Cóndor. ¿Qué vendrá después, ya que «Nada llega»? La delación ya comenzó con algunos, los de las vías de no se sabe… qué trenes y la elaboración de discursos que parecen reales en los que dicen, los de esas vías que no se sabe cuáles, que ni saben cómo se hicieron gudaris y que sienten mucho dolor por el dolor causado y que los que no hacen como ellos es que son animales ¿Habrán leído los panfletos que lanzaban desde los aviones, junto con las botellas de la muerte? Te dices buscando explicaciones, buscando explicaciones y explicaciones… Recuerdas cuando saltabas en las trincheras, de pantalones cortos y pecas en la cara, buscando a la que luego fue tu madre; la recuerdas o la sueñas buscando a su padre, tu aitxitxe, y sigues el camino de las trincheras jugando con un tiragomas como si fueras tú un gudari, sin saber que te hiciste sin explicaciones y que las piedras se volvieron balas y muerte. Tragedia de los pueblos y de las gentes.

«Nada llega»…

Ni el tiempo que pasa da  para olvidar lo que contaban nuestros antiguos, cuando el viento soplaba con fuerza y las gotas de la lluvia resbalaban por las paredes de la chimenea y nos decían en silencio: «Karlistak!»... refiriéndose, en la lengua de los secretos, a la llegada del cura Santacruz para pedir refugio. Tampoco llega, ese tiempo que pasa, para olvidar las bombas que caían del cielo, las bombas y la propaganda para rendirse, en las ciudades sitiadas por la Legión Cóndor y las tropas de Franco; el tiempo no llega para olvidar los gritos de los niños y de los mayores que se amontonaban bajo los escombros, ni de los que pedían socorro, mientras seguía cayendo la muerte desde las nubes, ese sitio sagrado donde deberían refugiarse apenas los sueños y que hace que todas las historias sean una misma historia. Aunque para nosotros, que no somos como ellos, el tiempo sí haya llegado para transformar el dolor en consciencia, apenas eso, y deseo de soberanía y libertad. El tiempo desvanece cualquier necesidad de venganza, lo dices creyendo, y te preguntas si será igual para ellos, si será el mismo tiempo, ese tiempo que hace con historias una sola historia. «Nada llega», te repiten sin dejar que les expliques. Pero sigues buscando en las trincheras, ahora a tu ama, porque todo parece absurdo, todo menos que ella nunca tuvo el cariño de su aita ni de su hijo, perdidos en las trincheras. Perdidos en las trincheras y en la guerra que perdieron, en ese tiempo que junta historias. En ese otro tiempo de nunca «Nada llega»… para ellos.

En cambio, si «Nada llega», para no se sabe qué, todo es necesario para que se desmorone ese país donde está prohibido dibujar sueños en las nubes, ese país en el que quieren, siglo tras siglo, que seamos iguales a ellos y leamos todos los días el parte de una guerra que no aceptamos. Todo es necesario, querido hermano, porque el mundo necesita un cambio de todo es posible y nosotros un sitio.

Todo es necesario…

Para que dejen de llamar «abuso», «error», «caso aislado», «Estado de derecho»… a las torturas y a nuestros muertos y a sus corrupciones indecentes y a su olvido del pasado y a su militarización de nuestros suelos y a sus cárceles especiales y a sus impuestos y a sus tribunales especiales y a su deseo de someternos.

Todo es necesario…

Porque también nosotros tenemos que decir que no siempre tuvimos abiertos los ojos cuando disparábamos y matábamos; aclarar que algunas veces los cerrábamos, los ojos, apretándolos hasta hacernos daño, para no saber el nombre del vivo que matábamos y de las viudas y los huérfanos que dejábamos tras nuestras huellas, porque nos bastaba apenas con saber su oficio.

Todo es necesario…

Sí, todo es necesario; y es necesario también que reconozcamos que nos confundimos las veces que mentimos al pueblo, porque le mentimos cuando no supimos asumir nuestras decisiones penosas. Como es necesario que digamos alto, bien alto, que entramos en un laberinto en el que la obscuridad nos hizo confundir el Todo es necesario con el Todo vale, decirlo claro. Nos equivocamos. Decir claro que muchos de los nuestros nos dijeron que estábamos escribiendo con letras torcidas en la arena de nuestra playas, que nos lo dijeron varias veces y de diferentes maneras; y que no solo no les escuchábamos, si no que  les poníamos nombres y les condenábamos por ser «viejos» y «caducos» y «cansados» y hasta «traidores». Todo es necesario, mi hermano.

Todo es necesario para…

Para que, sin confundirlo con Todo vale, consigamos atravesar ese mundo del Nada llega y nuestro vuelo  alcance las nubes donde están los sueños de libertad y justicia.

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