Ninguna vida humana está de rebajas ni en venta
Hace unos años, allá por el 2018, la Confederación Helvética calculó cuánto vale la vida de un ciudadano suizo para poder calcular la relación coste/beneficio de las inversiones en seguridad. En realidad, esta cifra técnica llevó a conclusiones nada obvias: ¿cuánto vale la vida de un ser humano? Alguien decía que si la vida humana tiene un valor infinito, ya no sería posible construir un coche porque sería necesario equiparlo con tales dispositivos de seguridad que ya no podría arrancar. Por tanto, debía haber un valor que fuera proporcional a la capacidad de la sociedad para invertir y seguir desarrollando la economía. Después de sesudos estudios, el valor de una vida se estimó, en aquel entonces, en 6,5 millones de francos (5,6 millones de euros). Por supuesto, el precio no es el mismo en todo el mundo. Muchas vidas no tienen prácticamente ningún valor. Si el valor de la vida humana se puede relacionar esquemáticamente con el producto interior bruto (PIB) de un país: cuanto más rico es este último, mayor es el valor de la vida humana.
Si la vida de un suizo, un europeo o un americano vale unos cuantos millones, hay toda una parte de la humanidad cuya vida prácticamente no tiene valor. Y la ausencia de valor significa también ausencia de inversión. Nadie tiene interés en invertir en aquello que básicamente no vale nada o vale muy poco. Tampoco en poblaciones que valen menos que la nada. Este es realmente uno de los grandes escándalos de la economía mundial actual. Hemos normalizado todo, globalizado todo, también la vida humana. Hay quien afirma que si no podemos establecer un precio único de la vida humana, al menos establezcamos un valor mínimo de cada vida humana.
Detrás de las cifras se esconden cuestiones entre economía y filosofía. Y si el valor de una vida humana debe tenerse en cuenta a la hora de planificar las inversiones en seguridad de las personas (seguridad vial, pero también seguridad en el trabajo y frente a fenómenos naturales, como inundaciones y terremotos), entonces los recortes en el presupuesto público, derivados de las políticas de austeridad, que también afectan a las inversiones en seguridad, son una locura económica, ya que están vinculados a consideraciones de «estabilidad financiera» y no a la seguridad de la vida de las personas ni al valor de la vida humana en sí misma.
En la Biblia, se lee que José fue vendido como esclavo por sus propios hermanos, por veinte siclos de plata (Gn 37, 28) y, Jesús fue traicionado por Judas, uno de sus discípulos, por unas pocas más, «treinta monedas de plata» (Mt 26, 15), correspondientes a unos cuatro meses de salario de un jornalero, el valor de la vida de un esclavo (Ex 21, 32). Desde un punto de vista puramente económico, la vida de Jesús debió de costar muy poco. Según el Libro del Levítico, es el Señor mismo quien fija el valor de las personas, definiendo su precio, un Dios que, olvidando probablemente que creó a varón y mujer a su imagen y semejanza (Gn 1, 27), decide que el valor de la mujer es la mitad de la del varón: «para el varón de veinte a sesenta años, el valor es de cincuenta siclos de plata... para la mujer, el valor es de treinta siclos... De cinco a veinte años, el valor es de veinte siclos para el varón y de diez siclos para la mujer...». (Lev 27, 3.5).
¿Cuánto vale una vida? Solemos decir que hoy en día sabemos el precio de todo y el valor de nada. Lamentablemente, siempre son los sin valores los que dan precio, hablan de la muerte como si hablaran de dinero y como tontos deben saber que ningún humano sabe ni el precio ni el valor de una vida. Cuando una sociedad, que comienza a no apreciar el valor genuino de la vida humana, pronto terminará despreciándola y reprimiéndola, como ya ocurrió durante los regímenes totalitarios del siglo XX, el nazismo y el comunismo. Creo que la vida humana, en cualquier forma o situación que se presente, siempre tiene un valor humanamente incalculable, independientemente de cualquier otra cosa. Con esto no quiero en absoluto hacer juicios de valor ni, mucho menos, culpar a nadie, pero sí decir que quizás hoy hayamos perdido la brújula del sentido común. La paradoja es que el sentido común parece ser lo mejor distribuido del mundo; de hecho, todo el mundo se considera tan bien equipado con él que ¡a nadie se le ocurre querer más! Pero, a lo mejor, se esconde el sentido común por miedo al sentido común. Esto se debe a que el sentido común no coincide con la opinión actual, que a veces no es más que una falsificación aburrida, llena de clichés y banalidades, montada por el líder del momento que escucha las entrañas de los humanos, pero la historia enseña que los personajes que necesitan demostrar su valía acaban por no valer gran cosa. Volviendo a la pregunta original, respondería que la vida humana es de principio a fin inviolable y no es un valor marginal, sino la base de nuestra sociedad para la convivencia humana. De lo contrario, cualquier miembro de la sociedad no tendría un punto de referencia seguro frente a intervenciones arbitrarias y despóticas. Para los que incitan al odio, tal vez nada valga una vida, pero el mundo entero no vale la más pequeña vida de una persona humana, en la vida todo ser humano posee un principio original e irreductible, el fundamento de los derechos inalienables, la fuente de los valores. Y si el cinismo de la sociedad lleva a decir que «cada hombre tiene su precio» (Howard Hugues), no, el ser humano ni está de rebajas ni en venta.
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