Iñaki Zaldua-Calleja
Sociólogo

¡No somos individualistas!

Puso Bauman de moda un término tan ambiguo como complejo, pero oportuno, para que la población en general pueda definir las relaciones sociales de la época actual. Desde que internet se sumó a las variables de la configuración relacional en el mundo globalizado, las conexiones entre seres humanos han aumentado de la misma forma en que las redes comunitarias han descendido.

Mediante el término sociedad líquida las personas podemos criticar de forma más rotunda, y con un lenguaje aparentemente acertado, las diferentes acciones de nuestras vecinas. Haciendo alusión al ideario de que tiempos pasados siempre fueron mejores, pensamos que las relaciones sólidas eran más auténticas y, en consecuencia, el ser humano se ha vuelto un ser individualista, egoísta y hedonista.

Creo sinceramente que utilizamos estos conceptos muy a la ligera y que, en realidad, esconden la incapacidad que tenemos de poder explicar, o entender, los entresijos del sistema de relaciones actual. Recordemos que lo auténtico es construido, tan real como imaginado.

Por ello, un reclamo: El ser humano contemporáneo no es un ser individualista, pero vive en un sistema de relaciones y producción individualizante. Me explico, el sistema capitalista propicia los marcos adecuados para que compitamos entre nosotras, produciendo desconfianza y destrozando las redes comunitarias. Es por ello que, este sistema, nos atomiza y nos destruye. No obstante, como demostró Kropotkin (1902), el factor fundamental que ha permitido evolucionar tanto al ser humano, como a muchas otras especies vivas, ha sido la capacidad de socialización, materializada en apoyo mutuo. Y esto no ha cambiado.

Muestra de ello es la forma en la que estructuramos nuestras identidades, imposibles de vertebrar sin un colectivo en quien basarnos. Por ello, nuestro yo propio lo entendemos siempre dentro de un nosotros más amplio, que tiene que ver con nuestra familia, amistades, barrio/municipio y más en general, con la comunidad nacional.

Terreno pantanoso este último, ya que, a la población no le gusta verse reflejada como parte de un sistema de relaciones nacionales. Relacionar nación con proyecto ultra, y, en consecuencia, excluyente y segregador para con el diferente, es una victoria del poder mediático. No debemos olvidar, por el contrario, que la forma en la que entendemos el mundo y, por ende, la forma en la que nos comprendemos dentro de este, está basada en las relaciones interdependientes entre diferentes nacionalidades. Estas nacionalidades en algunos casos tienen estado, y en otras, como la nuestra, no.

Pero entonces, ¿qué es la nación? Lo primero de todo deberíamos entender este concepto como un constructo social, una estructura creada y, por lo tanto, dinámica. Es por ello que las características adscritas a este sistema de relaciones comunitarias son cambiantes y coyunturales.

Ahora que se acerca el Aberri Eguna, sobre todo en las periferias, muchas se cuestionan como personas solidarias y comprometidas pueden celebrar el día de la patria. En contraposición, diré que en una investigación que llevamos a cabo en la UPV/EHU, se puede concluir que la población abertzale fundamenta su identidad colectiva en términos de solidaridad; más incluyentes que excluyentes. Esto lo sacamos de las más de 30 entrevistas que hemos ido realizando por toda la periferia de Euskal Herria, cuyo objetivo era identificar los elementos que componen la identidad de los y las abertzales en la frontera. Hay que decir que a esta conclusión ya llegó Iker Iraola en su tesis hace más de una década, en la cual defendía que el nacionalismo vasco tiene carácter integrador.

Creo que es importante matizar que, el próximo 31 de marzo bien en Uztaritze o bien en Iruñea, lo que se va a reivindicar es la necesidad de soberanía para poder gestionar los recursos y vidas de un país con proyecto progresista. Esto es, un proyecto integrador, feminista y ecologista que tenga en cuenta a las personas por encima de sus intereses capitalistas; el cual respete, impulse y proteja el idioma, la cultura, historia y mitos del territorio que reivindica como propio.

La consecuencia de defender este proyecto es que, de forma inconsciente, vertebra la identidad colectiva de quienes lo defienden; estructurando la nación con las características adscritas al programa político.

Para acabar creo sinceramente que la estructuración de la nación en estos términos es el paraguas que necesitamos para consolidar el proyecto soberanista que sirva para empoderarnos y colectivizarnos. Tenemos un problema, debemos de desestructurar ese sistema de relaciones individualizante que pretende hacernos creer que los tiempos de lo comunitario y el apoyo mutuo han pasado. ¿Qué mejor para ello que un proyecto fundamentado en la solidaridad y comunidad para construir futuro e identidad?

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