Mikel Etxeberria
Militante de la izquierda abertzale

Nos está reclamando la calle

Hay ocasiones en que las circunstancias hacen que uno mire a su alrededor y no vea más que ruina; desechos sobre los que poco o nada se puede hacer cubiertos por una nebulosa desolación. Observar hoy España provoca una sensación semejante de zozobra general, de no saber dónde mirar porque, se coloque la vista donde se coloque, en todo aflora la descomposición.

Y no es por la mirada abertzale de izquierda, pues igual análisis se viene haciendo desde los observatorios más influyentes de Europa y del resto del mundo. Cuando incluso el «The financial times» advierte sobre signos de putrefacción en el Estado español, es que el problema de España no es únicamente económico sino que abarca a todo su sistema político y estructural hasta el punto de comenzar a mostrarse inviable. Esa constatación no es algo nuevo para los vascos, porque llevamos ya demasiados años denunciándolo y luchando contra ello, por lo que lo hemos pagado y lo seguimos pagando muy caro.

La crisis general del sistema capitalista ha hecho aflorar en España todas las perversiones políticas y carencias estructurales e ideológicas sobre las que se construyó el actual Estado tras la muerte de Franco. Casi 40 años más tarde, ahora están apareciendo con inusitada y sangrante viveza todos los falsos y fraudulentos hilos con los que se tejió lo que llamaron la «transición española». Siguiendo el dicho castellano, ahora que el perro está flaco, todo son pulgas.

Se mire por donde se mire a España, lo que se ve es que en medio de la criminal tempestad económica, sobre la cubierta que naufraga aparecen corruptos, mentirosos, tratando de no hundirse en una crisis general y de valores que abarca a todos los estamentos e instituciones del Estado español. Pero no es mi intención referirme a algo sobre lo que ya abundamos, porque mi interés hoy está en cómo lo percibimos los abertzales de izquierda y cómo reaccionamos ante ello.

En principio, habría que alertar frente a la extendida idea de que todos los políticos son iguales, de que la corrupción es un virus genético en la actividad política, algo inherente al hecho de desempeñar un cargo público. Esta percepción es menos profunda en Euskal Herria; por una parte por la propia idiosincrasia de la personalidad vasca, cuya cultura no es tan proclive como otras a la corrupción y, por otra, porque la ciudadanía de nuestro pueblo lleva decenios comprobando el altísimo precio humano que se paga por defender las ideas políticas en favor de una nación libre y soberana.

Creo que podemos decir con el mayor de los orgullos que la lucha inclaudicable del conjunto de la izquierda abertzale durante décadas por Euskal Herria y la libertad ha dignificado el valor de los políticos y la acción política, demostrando con el trabajo diario y el compromiso militante que la función política es servir a los ciudadanos de la nación y sostener, incluso sobre la prisión, ese pacto personal y colectivo con la sociedad.

Cuando hace dos o tres años iniciamos este nuevo ciclo histórico de actividad exclusivamente política, algunos necios dijeron que ahora la izquierda abertzale tendría oportunidad de demostrar todo eso que durante lustros había proclamado sobre la honradez y demás valores políticos. Esos indocumentados olvidaban que la izquierda abertzale lleva decenios de actividad institucional habiendo ostentado miles de cargos públicos y gestionado cantidades ingentes de dinero de todos. Habiendo desarrollado semejantes responsabilidades a lo largo de años, no se ha dado ni un caso de corrupción en cargos públicos de la izquierda abertzale. Así que podemos pronunciar bien alto y con orgullo aquella máxima que certificó Che Guevara: habremos metido la pata, pero jamás hemos metido la mano. Por encima de toda circustancia, hemos demostrado en nuestra acción política honradez, entrega, solidaridad.

No hay tacha en lo que a perversiones de la política corresponde pero, por el contrario, nos han arrojado a prisión por llevar adelante hasta las últimas consecuencias nuestro compromiso militante con la sociedad vasca. Que nadie venga luego diciendo que todos los políticos son iguales, porque resulta notorio que no es así, y aquí está la izquierda abertzale como exponente de ello.

Siendo eso así de evidente, en las actuales coordenadas tenemos que pensar si estamos respondiendo debidamente a las consecuencias de esta crisis generalizada en la que estamos inmersos. Las circunstancias del cambio de ciclo y las condiciones en las que se encontraba el conjunto de la izquierda abertzale han hecho que realizáramos un intensísimo trabajo interno para construir y poner en marcha la nueva herramienta política para el nuevo tiempo. Pero no podemos confundir la imprescindible herramienta con el músculo necesario para alcanzar los objetivos políticos establecidos.

Esta situación de reubicación general abertzale y de centrarnos en nosotros mismos ha podido provocar en sectores de nuestro propio entorno una cierta sensación de abandono de otras tareas que habría proyectado una equivocada impresión de «desfondamiento», algo parecido al decaimiento posterior a un gran esfuerzo.

Es cierto que el esfuerzo ha sido y es formidable, para haber dado la vuelta al tablero y colocarnos en situación favorable. Pero también tengo la sensación de que lo es igualmente el hecho de que quizás por esos condicionantes y por las comprensibles limitaciones humanas no nos estamos proyectando debidamente hacia el exterior. De ahí esa impresión de algunos como la de que la izquierda abertzale parece desentrenada a la hora de ofrecer respuestas a la sangrante realidad social que vivimos. Creo que en general no es así, pero también creo que ya es hora de romper esa inercia y centrarnos en la proyección hacia la calle, en enfocarnos definitivamente a la sociedad y sus luchas. Porque este nuevo tiempo que nosotros hemos generado no es de conservar lo logrado y avanzar lo que se pueda con la sumisa mirada de los domesticados. Nada de eso, es tiempo de lucha, como lo fue ayer, como lo será mañana; como lo ha sido siempre y gracias a lo cual Euskal Herria sigue viva y en pie por la independencia y el socialismo.

Un nuevo tiempo. Sí. Pero la calle sigue siendo nuestro medio natural, nuestro compromiso con la sociedad vasca. En semejante situación de crisis general se desarrolla un conservadurismo temeroso del futuro. Es nuestra responsabilidad hacer añicos ese derrotismo y poner medios y canalizar respuestas para luchar de frente, como siempre lo hemos hecho, contra cualquier exponente de esta injusta realidad provocada por la crisis del sistema capitalista, y profundizar, igualmente, en la lucha ideológica, pues no podemos jamás olvidar que nuestro objetivo es la transformación radical de la sociedad.

Lo fundamental de nuestra tarea interna prodríamos decir que ya lo tenemos hecho. Ahora toca salir a la calle y dar la debida respuesta a los problemas que asuelan a los ciudadanos de nuestra nación vasca.

La izquierda abertzale debe estar en el lugar en el que siempre ha estado, dándolo todo con su energía y compromiso militante, y, así, colocarse a la cabeza de la lucha contra el paro, contra los recortes, contra las políticas antisociales, plantarse en las puertas de las empresas que pretenden cerrar, a los pies de cada piso que quieran desahuciar...

El compromiso que tenemos asumido con euskal Herria nos obliga de forma ineludible a dar respuesta y canalizarla, poniendo medios frente a todas y cada una de las manifestaciones de esta crisis general en la que nos encontramos. Y debemos hacerlo sin complejo alguno por aquello de que nos encontramos en un nuevo tiempo con nuevas firmas; es nuestra obligación afrontar las situaciones con el espíritu de lucha y movilización que siempre ha definido a la izquierda abertzale.

Nuestra lucha dignifica el papel de la acción política en la sociedad, nos legitima ante el pueblo al que pertenecemos y nos debemos y demuestra que no todos los políticos son iguales.

Nos está llamando la calle, nos reclama. Lo tenemos todo para ganar.

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