Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Nudo gordiano en la Moncloa (II)

A la vista ha estado el sorpasso ético de la izquierda vasca y catalana, en el sentido de emisión de voto para la investidura de Pedro Sánchez. Precisamente, las fortalezas se dan a conocer a través de la generosidad, cuando esta es indispensable para evitar males de otras épocas.

Llevar a buen término un pacto, cualesquiera que sean sus características o determinantes de origen, precisa, en primer lugar, de un adecuado planteamiento de fondo. Para ello, las partes implicadas deben tener conocimiento real de la situación, un mínimo de objetivos en común y mostrar honestamente su voluntad de querer llegar a acuerdos. A partir de lo expuesto, desde mi punto de vista, si hay algo imprescindible para lograr consenso, es el decoro en las formas: el respeto al futuro posibilitador del éxito, que pautará su consecución tras una mutua declaración de intenciones.

Ningunear al adversario político puede interpretarse como táctica para ganar tiempo mientras se recolocan posiciones y refuerza la retaguardia, es decir, considerar la posibilidad real de una estrategia predeterminada y valorar el peso de cada cuál o, por el contrario, como signo de debilidad competencial ante el problema a resolver. En el caso de la fallida investidura de Pedro Sánchez, si en realidad aspiraba a formar coalición de izquierdas y trabajar la opción progresista, su hacer –hasta los resultados del jueves– ha sido poco responsable. El menoscabo al que ha sometido a la formación Unidas podemos, durante los plazos de negociación, no podía –muy a pesar de la cordura– acabar de otra manera que no fuera el regocijo de las derechas.

En términos políticos, menospreciar nunca es inteligente, y menos cuando se trata de que el único socio colaborador asequible no se harte de ser el saco de las culpas y las miradas de arriba abajo, de abajo arriba... Obviar la interdependencia de las piezas del puzle para el resultado de fines comunes (si es que lo son) no demuestra talante ni disposición hacia el diálogo, sino, más bien, un hábito unilateral al que nos tienen acostumbradas los partidos constitucionalistas, autoerigidos guías espirituales de la hegemonía moral. Artimaña peligrosa sobrevolando cuestiones de Estado que tanto les gusta mencionar, maniobra que podría actuar de bumerán y otorgar el golpe de gracia en pleno delirio de arrogancia.

Tampoco es sano que, siendo púber recién llegada a los entresijos de la política legislativa, no contando con experiencia alguna en las lides de gobierno, se quiera consumir la mecha de la cuenta atrás, estirando en demasía el cordón sanitario de las libertades. Quizás, también aquí han faltado destreza y sentido para entender la mecánica de la negociación y la imagen del pódium ha pervertido la idea original de arbitrio.

En todo caso, los intereses colectivos en juego son demasiado importantes para que la irresponsabilidad de cada quién siga haciendo de las suyas. Si, desgraciadamente, se convocaran de nuevo elecciones, tenemos ante el abismo todos los componentes de un auténtico suicidio de siglas, además de una fisura en auge –que aventura tiempos aciagos–, en la ya resentida composición de las estructuras de gobierno.

Los fallos multiorgánicos suelen dar paso a un estado de gravedad que no siempre es reversible. Igualmente, existe una deficiencia funcional en el procedimiento político llevado a cabo, que parece indicarnos una inconsciencia en el modo de gestionar lo público, lo colectivo, que evalúan a modo de cuestión privada y, como tal, se atreven a decidir de manera personal, igual que eligen el destino de sus vacaciones.

Quienes no hemos nacido para ser figuras políticas, dirigentes de masas, o líderes encaramados en el púlpito de la egolatría discursiva. Quienes no somos ni vendedoras de humo, ni aspiramos a ninguna puerta giratoria, pero sí somos políticas, es decir, personas preocupadas por todo lo que implica y concierne al individuo y su cohesión social, nos asusta la estrategia manipuladora, nos encoge la razón observar los juegos de guerra en los que parecen estar cómodamente enzarzados los representantes de la esfera política estatal. Nos alborota el ánimo, porque nuestro presente depende, en gran medida, de las decisiones que adopten y no aspiramos a cambios de cromos, sino a conseguir legítimos derechos.


A la vista ha estado el sorpasso ético de la izquierda vasca y catalana, en el sentido de emisión de voto para la investidura de Pedro Sánchez. Precisamente, las fortalezas se dan a conocer a través de la generosidad, cuando esta es indispensable para evitar males de otras épocas. En situaciones límite, el beneficio de la duda supone la mejor apuesta ante daños colaterales irremisibles. 

Lección de humanidad, la intervención de Gabriel Rufián, con un alegato sereno y coherente a mediar entre las partes, aviniéndolas a la sensatez. La palabra del derecho a decidir frente a la imposición, la palabra libertad frente al autoritarismo, la palabra justicia frente al discurso del odio, la palabra democracia frente a la incursión del 155, la voz del pensamiento de izquierdas frente al voto del fascismo presente en la Cámara.

Única diferencia entre su reflexión y la mía: mi ADN ideológico lleva implícita la virtud de la resistencia y, a pesar de los bretes en que la izquierda generalizada tiene a mal incluirnos, a pesar de mi inquietud por lo acontecido hasta ahora (sobremanera el jueves en el Hemiciclo), prefiero emplear mi energía en seguir alimentando la derrota de la herencia franquista.

Conocida su trayectoria, a la llamada izquierda española, solo le pido que tenga en cuenta la señal incendiaria de una derecha sin remilgos a formar bloque en el maremagno de la confusión y distorsión de lo correctamente político. Que recuerde la revalida en su calidad del todo a una sola oportunidad. Más que nada, para que no tenga que darse golpes de pecho, en un acto de contrición, por ser cómplice de esa tela de araña en la que está punto de ser fagocitada.

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