Olga Saratxaga Bouzas

Nudo gordiano en Moncloa

Aún habrá que esperar para tener resolución definitiva de la ecuación, a no ser que, oráculo en mano, hagamos predicciones mientras llegan las candidaturas y nombres elegidos para el Ejecutivo.

Cuenta la Historia las múltiples relaciones entre distintas entidades superiores: Universo, deidades, Naturaleza... y la plebe terrenal, mediante personajes influyentes de las primeras sociedades humanas, que tenían el poder, la credibilidad y supuesta capacidad para interpretar señales y mensajes que obedecían a la adivinación. De este modo, fenómenos atmosféricos, cábalas aritméticas, fuego, astrología y sueños –entre otros– eran utilizados en sus cultos politeístas por sacerdotes, reyes o pitonisas: mortales supremos con percepciones extrasensoriales, legitimados por el pueblo, que actuaban de médiums en la explicación del presente y la responsabilidad de pronosticar el futuro, cuando la razón no era suficiente para la comprensión de lo que rodeaba el mundo de las antiguas civilizaciones.


A través de su evolución, desde su consciencia de existencia y estar, el ser humano ha requerido de la creencia en un ente superior que dirimiera por él contingencias futuras o acontecimientos diarios de ardua comprensión. La imaginación de realidades pertenecientes a planos abstractos ininteligibles y la meditación sobre aquellas podría entenderse como una manera sutil de transmitir y afianzar las ideas, la inquietud por lo desconocido y la habilidad de alterar el contexto sociopolítico, modificando, asimismo, la percepción colectiva en torno a cualquier decisión fundamental: la virtud de integrar lo real en la posibilidad de lo ulterior y sus consecuencias, obteniendo, por ello, un modo ancestral de subordinación y dependencia popular que enlaza directamente con pretensiones de mantener el poder de los propios visionarios.

En nuestro espacio actual, han ido sucediendo los días (casi 90) y la dormidera política va agotando la paciencia general. Había un plazo máximo para dar vuelta a los naipes del 28A que dejaron sin resolver el panorama postelectoral. Entonces, las máscaras se caerían, como lo hacen los mitos, y las verdaderas intenciones quedarían para la hemeroteca del recuerdo. Bajo la lógica de la coherencia programática en favor de las personas y lo correctamente social, las cartas parecían estar definidas en una única dirección. Solo cabía un pacto posible que dotaría de alguna credibilidad la presunta voluntad de ambos líderes por trabajar el bien comunitario. Puyas preelectorales al margen –entredichos y sorpresas anunciadas que dividían a la izquierda estatal, incluidas–, las siglas obligadas a encontrarse estuvieron claras desde la misma noche de la jornada electoral y, aún esto, en una sobredosis de irresponsabilidad, el croupier ha decidido obviarlas en zigzagueantes ocasiones sin el consentimiento de quien otorga el voto. Los barones han actuado en la sombra, dando continuidad a su tejer partidista, como casi siempre que las urnas no dan vencedores absolutos.

Así, nos hemos visto abocadas a un verdadero nudo gordiano a la española ante el inmediato debate de investidura a la Presidencia de Gobierno, cuervo convertido en águila, presente –ojo avizor– al flanco de los ministerios y presupuestos a negociar. En las horas cercanas al resultado final, se agradecen los gestos de acercamiento –aparentemente decisivos– entre unos y otras para posibilitar un pacto de sentido común que propicie alguna acción de cambio en el tambaleante pundonor político de quien se ofrece gestor de la izquierda y del destino socio-económico de un Estado sumido en evidente debilidad democrática. En una necesaria llamada de atención para quiénes tengan preparado el equipaje hacia La Moncloa, por si acaso... decirles que, respecto a tal nudo mencionado, no es lo mismo cortarlo a espada que desatarlo...

Aún habrá que esperar para tener resolución definitiva de la ecuación, a no ser que, oráculo en mano, hagamos predicciones mientras llegan las candidaturas y nombres elegidos para el Ejecutivo. Sea lo que sea, sucederá en breve e, indudablemente, todo este tiempo de inacción, renuncias y actitudes prepotentes antes de llegar a acuerdos sostenibles merecerá análisis interno de ambas formaciones y más de una reprobación formal de las bases. Este entramado de siglas en disputa por liderar qué y con quién, que parece llegar a su fin, habrá originado conclusiones en la sociedad respecto a la calidad de sus representantes de gobierno. Al menos, así debería ser...

La transversalidad política debe ser una vía recíproca; transferible y transparente: feedback de retroalimentación mutua entre clase política y ciudadanía, en la que no vale «Donde dije digo, digo Diego». En el momento presente, la política española actúa de falso chamán, desvirtuando la palabra compromiso y desatendiendo el voto que la nombró; olvida el reto adquirido y la correspondencia debida a millones de individuales necesidades a reparar, en un bienestar social vapuleado por los mercados y la permisividad de intereses particulares.


Si bien es cierto que la sabiduría política requiere de entrenamiento, no lo es menos que la honestidad en este campo posee naturaleza propia, y no es tanto susceptible de aprendizaje como inherente a la integridad y el ánimo de quien la ejerce.

Toca refrendar lo aprendido durante los gobiernos de derecha sufridos recientemente y no caer de nuevo en el suspenso, haciendo alarde de mediocridad política. Conoceremos pronto si Atenea, con su reflexión e inteligencia, visitará los jardines de Moncloa y ejercerá de protectora de las causas justas. De la facultad de escuchar las voces terrenales dependerá la pericia en deshacer enredos, aunque esto suponga dejar cabos sueltos, de momento...

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