Nunca es suficiente
Desde la calle y la sociedad hay que darle continuidad a esta iniciativa, tratando de explicar para las generaciones que no lo han vivido, la génesis del conflicto, y con el resto intercambiando los distintos puntos de vista u opiniones y compartiendo las experiencias y hechos vitales que cada cual haya vivido.
Una vez más desde la izquierda independentista vasca y de forma unilateral se ha tomado la iniciativa con la declaración del 18 de octubre de aportar en positivo en la vía de superación de las causas y consecuencias del enfrentamiento violento entre un Estado y una parte muy importante de un pueblo con derecho y aspiraciones a serlo. En un claro ejercicio de autocrítica asumen sus responsabilidades al objeto de restañar heridas a la par que buscar puntos de encuentro para contribuir a la resolución de un conflicto cuyas secuelas y consecuencias aún perduran en el tiempo. Y por supuesto a mi entender en la línea de evitar que estas dolorosas confrontaciones se lleguen a reproducir en el futuro.
Entiendo que en ningún caso esta declaración suponga una reparación y solución definitiva al daño causado aun latente en víctimas, entornos y pueblos de ambos contendientes, pero si considero que supone un paso importante del que otros sectores y el propio estado, lejos de lecturas interesadas, distorsionadoras o partidistas, debieran aprovechar las sinergias generadas.
Desgraciadamente y pesar de los diez años transcurridos del cese de la lucha armada por parte de ETA todavía no estamos en condiciones de poder hablar de normalidad definitiva ya que siguen persistiendo áreas o situaciones de injusticias y déficits democráticos que dificultan la convivencia tal y como la deseamos.
La interpelación que con el comunicado nos hacen a la sociedad lo realizan desde un plano de asunción de responsabilidades como actor directo en la confrontación padecida en estas últimas décadas. Donde además de haber causado dolor también lo han sufrido, detenciones, torturas, cárcel, asesinatos, ilegalizaciones, expolios, y un sinfín de arbitrariedades antidemocráticas con la finalidad de obligar a desistir y renunciar a sus justos y democráticos objetivos.
Sin duda que al menos ha servido para sacar a la clase política española de su letargo y tedioso discurso de entretenimiento para no solucionar nada. A la par también para convocar a esos personajes irrelevantes de la tertulia y política vasca y española a su minuto de gloria con las majaderías a las que nos tenían acostumbrados y afortunadamente ya teníamos olvidadas.
Siempre para los que están quietos y no hacen nada, unos por celos y otros por incompetencia, cualquier movimiento o esfuerzo es insuficiente. Y siempre consideran poco lo que hacen los demás sin saber muy bien si se refieren en el tiempo o espacio. Algunos incluso cuando van sentados en el vagón del tren piensan que ellos están quietos y lo que se mueve son los árboles y postes eléctricos que ven al pasar como también fue el caso. Estos son los que nunca cumplen lo que prometen, basan su discurso y promesas en la mentira consciente, Currículum Vitae, títulos, trayectorias, etc., y en la permanente manipulación de los hechos. Son los mismos a los que su vanidad e ignorancia por no mencionar su escasa base democrática, les anula toda capacidad de autocrítica y por tanto desprecian su enorme valor. Pero que por el contrario les vale con un lacónico: «lo siento mucho, me he equivocado no volverá a ocurrir», para rehabilitar a la corrupta, retrograda y anacrónica monarquía de los Borbones.
Siguen empeñados en construir su parcial y falso relato. No se dan cuenta que el relato lo va a redactar la propia sociedad civil muy a pesar de los ingentes recursos que destinen a la compra de voluntades y redactores para imponer «su verdad». Continúan subestimando a su propio pueblo, no confían ni quieren creer en él. Se han olvidado muy pronto de lo que hace diez años fue capaz de hacer a pesar de su oposición y de los obstáculos que intentaron poner.
Por supuesto que juegan con uno de los pilares, entre otros, de la desmemoria como es el control de la información o mejor diríamos en muchos casos desinformación. Pero cuando un pueblo ha conocido, sentido y sufrido en primera persona tanto los orígenes como las consecuencias de un conflicto es capaz de interpretar y empatizar con el sufrimiento del adversario dejando aparte los matices y diferentes tonalidades con los que cada parte intente pintar el cuadro.
Afortunadamente, algo bueno también debíamos tener, la sociedad de Euskal Herria es menos permeable que otras comunidades a la manipulación informativa y más crítica o recelosa de los creadores de opinión. La diferencia de las culturas políticas y trayectorias, además de contar con medios de información independientes algo tendrá que ver.
Hace falta dialogo, valentía y honestidad, no pueden seguir existiendo víctimas de primera y segunda, reconociendo a unas y ocultando a otras. No se pueden utilizar espejos distorsionadores para determinados hechos en función de intereses y rentas políticas. No se puede sobredimensionar y magnificar acciones en cierta medida intranscendentes, pintadas o demostración de cariño a familiares o paisanos, por poner algún ejemplo. Y poner todos los medios para ocultar o que no tengan difusión otros más graves, como lo es el envío de cartas bomba desde departamentos del gobierno con efectos mortales y ser permisivo con los que se vanaglorian o justifican los crímenes de estado o los malos tratos o torturas.
Desde la calle y la sociedad hay que darle continuidad a esta iniciativa, tratando de explicar para las generaciones que no lo han vivido, la génesis del conflicto, y con el resto intercambiando los distintos puntos de vista u opiniones y compartiendo las experiencias y hechos vitales que cada cual haya vivido. Todo ello en el más absoluto respeto y compresión a todos los sufrimientos y en igualdad de libertades. Ignorando a los qué desde una falsa y tergiversada reconversión, le llaman transición, ahora reparten carnes de demócratas. Debe ser que de tanto repetir «nosotros los demócratas» se lo han acabado creyendo.