Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¿Otra vez Franco? ¡No!

Debiéramos formar un jurado ciudadano, nada nos impide este tipo de concurrencias, para recusar públicamente al Sr. Rajoy por su constante desprecio al Parlamento. A este tipo de curias populares suelo referirme cuando solicito que puedan dictar sentencias invalidantes para gobiernos y partidos que no cumplan las propuestas fundamentales con que han ido a las elecciones.

No postulo, por tanto, ni conjuras extra institucionales, ni asonadas aldeanas, ni hablo de un levantamiento con traición a la  bandera por parte de militares heroicos –todas ellas históricas prácticas españolas– sino de una defensa de la democracia por parte de la ciudadanía, que ha de conservar su preeminencia frente a leyes e instituciones. Los españoles no podemos permitir, aunque tengo mis dudas acerca de lo que estoy diciendo sobre nuestra capacidad de defensa, que el gallego de Pontevedra –esta vez el gallego surge más al sur– insista en burlarse del Parlamento desde La Moncloa, convertida en trasunto ideal del Palacio de El Pardo y haciendo gracias baratas y degradantes para la nación al estilo del dictador Trujillo, personaje referencialmente inolvidable para mi generación, abundante en miserables.

Más Franco ¡no! No podemos admitir que el Parlamento español, casi siempre carente de nervatura, vaya degenerando  en unas nuevas Cortes orgánicas franquistas, resurrectas con desprecio total a una Constitución ya sospechosa desde su inicio y ahora llena de costurones recosidos con hilos extraparlamentarios, que está ahí como un mocho que emplea cada vez con más frecuencia una derecha dura y primaria que liquida toda libertad fundamental con simples ukases y protagonista de irritantes y urgentes sumisiones con las que somete a la justicia y a la dignidad común.

No, no podemos admitir ni una hora más un gobierno que miente de inmediato tras la esperanzadora oferta entregada con desdén a un viento ábrego y cambiante que ha vuelto a soplar desde Galicia para consolar a Bruselas, paraíso fiscal de unos presupuestos calculados en vergonzosos centros del poder financiero que de vez en cuando desparrama unos euros «para que sonrían los niños de los suburbios» –los búlgaros, los eslovenos, los rumanos, los griegos o los mismos españoles, italianos o portugueses– como decía con descaro la llamada beneficencia franquista. Los niños de los suburbios…

Como español, como demócrata, como simple ciudadano, que eso soy aun crecientemente mutilado de su soberanía política, no puedo, ni debo, ni quiero admitir que el jefe de «mi» gobierno se haya transformado en un obscuro gobernador civil enviado al sur por el poder de Bruselas. Un jefe del gobierno que se ha permitido decir al pleno parlamentario español, en que ciertos diputados le interrogaban acerca de lo que estaba dispuesto a tolerar a los presuntos y vapuleados legisladores, que «permitiría todo lo que fuera obligatorio» pero que no invalidaría nada de la trama legal que ha trabado para sujetar el país a sus designios. En primer lugar ¿son suyos plenamente esos designios? Porque si son realmente suyos aún se oscurecería más el cielo encapotado bajo el que vivimos permanentemente. ¿Son sus designios el paro permanente, ya paro absoluto, ya paro solapado, tras empleos que no reúnen la mínima calidad para ser denominados así? ¿Son sus designios publicar leyes que pueden convertir en delito una manifestación de protesta? ¿Entra en sus designios manipular la estructura judicial, las leyes establecidas frente a delitos financieros escandalosos y el funcionamiento de los procesos hasta convertirlos en agua de borrajas?

Y repite el Sr. Rajoy «cambiaré lo que sea obligatorio, mas no tocaré la política fundamental de mi gobierno». ¿Pero qué es lo obligatorio para el Sr Rajoy? Quién le impone esa obligatoriedad? ¿Quién actúa de apuntador en la nueva versión  de este Tenorio –¿el Sr. Hernando o el Sr. Guindos, acaso?– y en la escena en que el enredador caballero de Pontevedra dice melosamente a doña Inés, que a mí me recuerda respetuosamente algo a la Sra. Merkel en cuanto a la cercanía de la pareja: «No es verdad ángel de amor/ que en esta apartada orilla/ más pura la luna brilla y se respira mejor? ¿Quién redacta al Sr.Rajoy lo obligatorio? ¿Respiramos mejor los españoles asentados en esta apartada orilla con este dirigente? ¿Estamos verdaderamente en la luna?».

Más Franco, no. Ahora que los teólogos más avanzados han descartado la existencia interminable del infierno como incompatible con la caridad infinita de Dios, viene el Sr. Rajoy a realquilar el purgatorio rescatado para castigo de los españoles. Más Franco, no. Porque si el gallego y su cuadrilla insisten en esa continuidad la calle tendrá que convertir esa calle en centro de poder sin temor alguno a la violencia; a esa violencia a la que muchos textos religiosos se refieren aún como santa ira. Sr. Rajoy usted que es católico, al menos por delante, no puede pasar a la historia como el pequeño Gengis Khan. Piénselo. Ya tenemos bastante, como producto televisivo, con el pequeño Nicolás, hijo y nieto de Camborio, como diría con su lenguaje de flores nuestro inolvidable García Lorca.

No es admisible esa burla, que dura más de un año, a la soberanía española que usted, Sr. Rajoy, ha drogado en un parlamento ocupado arteramente desde la cumbre del mismo. A mí me parece la Sra. Pastor una severa nurse encargada de que los padres del poder puedan cenar sin ser incordiados por niños revoltosos, alguno de ellos con una educación de pago, como el administrador de Ciudadanos, ese masajista de la espalda de los «populares».

Lo peor de todo este asunto es que usted cada vez sabe menos a donde va porque quienes le trazan la senda no saben tampoco hacia donde se dirigen ¿A dónde va Norteamérica, con ese jinete de rodeo y sus Lehman Brothers, sus Goldman Sachs, sus Morgan Chase o sus Bernies Madoff? ¿A dónde va esa Italia que está acostumbrada a vivir del favor de los vencedores y que ahora está en plena representación de ‘La Comedia del Arte’ ¿A dónde se encamina Alemania, cuya canciller ha determinado ahora expulsar en masa a sus refugiados, tras haber defendido políticas más ponderadas, porque los fascistas le han roto el manguito de refrigeración de su gobierno? ¿A dónde va una Europa que ha dejado en manos de un directivo de Goldman Sachs nada menos que el Banco Central Europeo? La Unidad Europea, en la que se refugia un gobernante mínimo con  el Sr.Rajoy está crujiendo por todas sus estructuras y no aguantará la progresión inevitable de los ‘brexits’ que vayan produciéndose inevitablemente a fin de recomponer auténticos poderes nacionales capaces de edificar otra estructura de conexiones internacionales. Ser alguien en Europa no tiene ya ninguna importancia dado el liviano peso de los representantes significativos en la Unión. Ante esa realidad qué puede esperar un Rajoy que malvende España para conservar un poder nacional que ha perdido todo su valor, si es que tenía alguno, en todos los foros europeos. Todo esto es patético.

Este era el momento para intensificar la adhesión pública española a sus políticos y a unas instituciones verdaderamente representativas a fin construir una vida política democrática y enérgica que abriese en España verdaderas y valiosas expectativas interiores que la convirtieran en sujeto de alianzas y proximidades de cara al mundo que viene, que no va a depender ni de la vieja Europa, ni de globalizaciones ya corrompidas y con graves signos de agotamiento e impotencia. En esta dirección observo con interés creciente  la postura del Podemos de Iglesias, que ha enderezado el rumbo de su partido hacia un estímulo principal de la ciudadanía para que se haga cargo de si misma. Es evidente que la ciudadanía no está llamada a gastarse en gobernar unas instituciones agotadas sino a invertir todo su esfuerzo en crear instituciones renovadas e incluso distintas.

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