Xabier Strubell
Historiador y músico

¿Para qué sirve hoy la unidad de España? Respuesta a Pablo Iglesias

Estimado Pablo: esperábamos en verdad que enterraras una monarquía impuesta de modo dictatorial. Que despertaras a la conciencia de que Podemos tiene un papel que jugar en este finiquito. Que creyeras que Podemos es capaz y debe ofrecer esa opción republicana al pueblo español.

Pablo Iglesias hizo, hace ya un cierto tiempo, un análisis crítico muy adecuado, en su extenso artículo para "El País" ("¿Para qué sirve hoy la monarquía?", 22-11-2018).

Para quienes hemos padecido el actual proyecto de Estado español, inicialmente absolutista y posteriormente disfrazado de liberal o conservador, el propio concepto de la unidad de España es el problema, y el asunto a debatir. Así que nos gustaría, por una vez, no tener que entrar en el berenjenal de la retórica habitual. Renovar un poco el marco conceptual en el que hacemos estos debates.

El idioma español tiene 10.000 palabras árabes. La herencia y legado árabe/andalusí –uno de los grandes tabúes de nuestra historiografía– nos pueden servir para hacer una reflexión histórica. Ahora que, en palabras de Iglesias, la monarquía española se desmorona, bien debiera ponerse en tela de juicio todo al aparato ideológico que la ha alimentado y cimentado, o sea, ese discurso que nos describe a España como un Estado occidental, cristiano primero y católico después, sólo «ocasionalmente» invadido por hordas musulmanas, afrancesados, etc. o contaminado por ideales republicanos, o rojo-separatistas, que con gran mérito y esfuerzo, pudo llegar a ser restituido en su forma y «misión histórica» altamente sagrada, con rango religioso de dogma de fe (más de un nacional-católico obispo, así lo ha proclamado). Digamos que España es un Estado en el bucle del eterno retorno de la reconquista.

Ellos dicen, desde este marco conceptual, que la sustancia fundacional de su suelo patrio, impuesto por derecho de conquista, debe ser pasada a bisturí «cada cincuenta años». «Bombardear Barcelona cada cincuenta años», hemos solido escuchar. Para ello, los cirujanos de hierro son los encargados de formatear España, cada vez que los pueblos se salen de madre. Cada vez que la materia prima se desparrama más allá de los designios del ya muy menguado imperio, del pensamiento de posesión inequívoca por la fuerza.

Uno de nuestros historiadores preferidos, llamado Marc Bloch, junto a Fernand Braudel y otros, dieron el mayor giro copernicano que han conocido las ciencias históricas, allá por los años 30 del siglo pasado. Se dignaron a reconfigurar el ojo del historiador, y a hablarnos de la Historia Total; visión que constituye el mayor logro de la llamada escuela historiográfica de los Anales.

Un artículo de opinión sería un espacio demasiado reducido para escribir la Historia Total de los pueblos de la España geográfica. Pero nos atrevemos, con este pequeño relato, a intentar enfocar el tema.

La particular geografía ibérica, «la piel de toro» podría dar lugar en sí misma –como diría el gran Pierre Vilar– a un proyecto federalista. En principio, no vamos a negarlo.

En los tiempos largos de la historia –en términos de Braudel–, la península ibérica tiene una geografía caprichosa que nos sirve de placa-base; un marco incomparable para un gran torbellino de influencias –norte-africanas, europeas, americanas, incluso asiáticas–; marco que siempre dio lugar al mestizaje, y debería haber consolidado ya un rico crisol de convivencias.

Nos gustaría decir que el mestizaje es la fuerza motriz de la humanidad y que corresponde a los políticos acertar con el discurso que mejor resuene en los cuerpos socioculturales, para abrir camino al avance del progreso humano.

En la perspectiva de esos tiempos largos, aplicados a la lingüística, y reiterando que el idioma español tiene 10.000 palabras árabes, puede ya hablarse de toda una estructura paralela de lenguaje, simbolismo y pensamiento. Una teoría ampliamente aceptada por los lingüistas, es que el idioma castellano tiene cinco vocales por influencia del idioma vasco. Es decir, a pesar de la ceguera ideológica del españolismo, los legados culturales comunes con árabes y vascos –en en seno de la verdadera tectónica de las identidades– deberían haber operado traducciones reales y tangibles de carácter político.

Aunque, bien es cierto que las verdades científicas –siempre metódicas, pero muy cambiantes y nunca definitivas– nos sirven poco en política, por ser de diferente naturaleza. Así, Xabier Arzalluz, se equivocó y mucho, cuando introdujo el debate del factor Rh negativo en política. Pero sí podríamos afirmar que los ingredientes constituyentes de esta Iberia nuestra, conforman un universo único de vivas corrientes, ricos fluidos y hondas raíces, que hacen de esta particular geografía un cruce de caminos entre los continentes africano, europeo, americano y asiático. En términos militares, una importante posición geoestratégica. En términos geográficos, toda una verdadera encrucijada.

En los tiempos medios de la historia, las estructuras no han funcionado a la altura de esos ingredientes constituyentes: los culturales, lingüísticos e identitarios. Hablamos de estructuras estatales, económicas, sociales, culturales y políticas, que no han estado a la altura. Una bien ganada leyenda negra, asociada al muy español desencanto y sentimiento trágico y esperpéntico de la vida pública, ha impuesto dinámicas que han conllevado el fracaso de la unidad del Estado. Aunque, deba decirse que no sólo es el caso del Estado español actual, también puede serlo el de otros Estados, asociados a muy diversos tiempos históricos.

La península Ibérica, por ejemplo, cuenta con demasiados montes, valles, ríos y subsistemas geográficos como para configurar un proyecto comparable a la Francia de las llanuras; y a su vez, han existido demasiadas ansias religiosas, militaristas y unionistas, como para compararnos con la Alemania multipolar y federal.

En los tiempos cortos de la historia, España sigue siendo de pandereta. Puro teatro. Porque una escisión fundamental separa a las poblaciones reales de las estructuras político-históricas. Y el esperpento nacional no va a mejorar las cosas.

Proponemos al señor Pablo Iglesias abandonar el íntimo y fugaz deseo de que todo esto pase sin mayores consecuencias. Le proponemos en cambio, al que consideramos uno de los grandes demócratas españoles de los últimos cincuenta años, pasar página juntos. Catalunya no volverá. Euskal Herria tampoco. Pero lo que sí podemos hacer juntos es traer las repúblicas. En plural. Remar en la misma dirección. Casi como si volviéramos a hablar de las Españas.

Consideramos que el gran desconocido de la historia de España se llama confederalismo. Desde el final del siglo XV hasta 1714, España era confederal. Incluso, si apuramos, no es hasta 1840 que se pierde la pluralidad en la concepción jurídica de los reinos, cuando Navarra pierde tal condición. La inteligencia española debería explicarnos por qué se nos ha ocultado la altura y significación de semejante proyecto histórico, quizás el que más tiempo ha durado.

No nos haremos los ingenuos: el aparato de Estado castellano ha dedicado grandísimos esfuerzos a borrar, censurar y hacer desaparecer cualquier traza de igualdad entre los reinos. Sólo hay que ver y entender cómo Castilla escribe y reescribe esa historia, tachón a tachón, emborronándolo todo.

Pero dejemos ya de hablar del pasado. A nadie se le puede obligar a fundar su propia república, como sí se hizo con las Autonomías, en el tan fallido 1978. No se puede pensar en la obligación de abrazar la república andaluza, canaria, asturiana, etc... pero lo que sí podemos hacer juntos es abrir ese melón, de una vez por todas.

Dejémonos de esfuerzos vanos, melancolía y últimos suspiros, y pasemos pantalla y página ya, a la unidad de España; reivindiquemos ya juntos, los verdaderos valores republicanos y universales: democracia, solidaridad, igualdad entre los pueblos; el trato respetuoso y fraterno entre iguales.

Podemos, como proyecto político, sigue siendo nuestra única esperanza española. En Catalunya se intentan tomar las riendas de la propia supervivencia como cultura, en Euskal Herria otro tanto, pero para España, nuestra única esperanza, se sigue llamando Podemos.

Estimado Pablo: esperábamos en verdad que enterraras una monarquía impuesta de modo dictatorial. Que despertaras a la conciencia de que Podemos tiene un papel que jugar en este finiquito. Que creyeras que Podemos es capaz y debe ofrecer esa opción republicana al pueblo español.

Pero nos atrevemos a pedirte algo más: un decidido «sí» a las repúblicas. A todas las repúblicas, todas las que puedan y deban nacer de este proceso de putrefacción y desmoronamiento final del estado español como entidad histórica.

Recherche