Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Pedagogía (para la libertad)

Las raíces de la prostitución son estructurales: semillas implantadas desde el comienzo de la Historia, intencionadamente orientadas a denigrarla e iniciarla en la sumisión de género. Responden a órdenes jerárquicos de explotación y trata de mujeres y niñas de primera magnitud, y representa una gran fuente de ingresos de la economía sumergida en países como España, a la cabeza de Europa.

Las estructuras del poder y la complicidad subliminal de quien no tiene conciencia (o sí…) de su rol en perpetuar las relaciones de dominio que genera la violencia machista, crean monstruos y fingen escandalizarse cuando estos actúan como tal. Colaborar no es únicamente la decisión consciente de en qué y cómo incidir ante los hechos que nos rodean. La connivencia parte de la indiferencia que nos causa lo que no nos afecta directamente, lo que no agrede de facto nuestra seguridad más íntima y personal. Esta arbitrariedad en la valoración del entorno nos hace inertes hacía la búsqueda de solución a un problema –que ni siquiera consideramos tal– y, por tanto, copartícipes de reproducir escenarios verdaderamente dramáticos.

Abordar nuevamente el tema me ha supuesto no pocas contradicciones sobre mi aportación –en torno a concienciar y provocar la reflexión, y cuáles deberían ser las pautas de intervención eficaz para su gestión definitiva–, en solo unas cuantas líneas de opinión. La gravedad del estado real de la prostitución deriva de factores complejos, aprendidos culturalmente, y la transmisión falócrata del todo vale en un cuerpo de mujer si hay dinero para comprarlo.


Esta cuestión no ocupa portadas de actualidad, a diario. No requiere, según parece indicar el debate político, de actuación inmediata preferente, menos aún de mención en los programas electorales ni en los actuales devaneos de no-consenso entre formaciones y siglas que aún se dan cita para establecer el próximo organigrama de gobierno del Estado. Ni siquiera los colectivos más sensibilizados e implicados en ella pueden ofrecer, por si solos, resultados que garanticen el milagro; no hay pócima para erradicar lacras sociales. Tampoco inquieta a la sociedad en general que, a través de los siglos, la ha interiorizado de manera natural. Con lo cual, la consideración de vejación a derechos fundamentales de dignidad y libertad y el reconocimiento de dolo continuado que supone la prostitución se aparta de las prioridades de subsistencia de la ciudadanía de a pie.


Al igual que el completo de manifestaciones relativas a la violencia contra la mujer, las raíces de la prostitución son estructurales: semillas implantadas desde el comienzo de la Historia, intencionadamente orientadas a denigrarla e iniciarla en la sumisión de género. Responden a órdenes jerárquicos de explotación y trata de mujeres y niñas de primera magnitud, y representa una gran fuente de ingresos de la economía sumergida en países como España, a la cabeza de Europa.

La conciencia y planteamiento individual que, sin duda alguna, debe darse ante este fenómeno no es óbice, sino acicate y fundamento de exigencia social para implementar acciones, desde los estratos supremos de instituciones y órganos de dirección legislativa y ejecutiva, simultáneamente con agentes sociales multisectoriales, víctimas incluidas. Su resolución debería tener carácter de urgencia en todas las agendas políticas mundiales, con el fin de celebrar, por siempre, el final de la autocracia machista. Es un problema de personas y, como tal, colectivo, cuya respuesta debe ser política. Indefectiblemente política.

Mirar hacia otro lado no es un buen comienzo; el peor método para la resolución de problemas. Ante todo, hay que reconocer que este existe, sin aislarlo del contexto que lo envuelve. Detectarlo es fácil, en esta ocasión, si el análisis se enfoca hacia el origen real. La voluntad de erradicar el sustrato que alimenta el tráfico de mujeres, clave para optimizar las áreas de trabajo y destinar partidas presupuestarias de relevancia equiparable al sufrimiento ancestral, de carácter estrictamente machista, que arrastran las mujeres por el hecho de serlo.

Cada una de las imágenes que acompañan a cualquier noticia relacionada con la prostitución muestran mujeres callejeando parques; esperando en aceras o carreteras; sentadas…o de pie; entrando y saliendo de coches, portales o prostíbulos, sobradamente conocidos por cargos policiales. Ni una sola de ellas se refiere, de forma explícita, al sujeto mafioso: proxeneta, «cliente» o madame de turno, impunes a las cámaras. Los medios de comunicación deberán hacer examen de conciencia deontológica, al respecto. El perfil del prostituidor (socio violador del accionariado esclavista) en la secuencia de participación de este mercado opaco –a la vez que absolutamente visible y sabido–, es heterogéneo en grado sumo: profesiones liberales, sectores sociales desarraigados, funcionariado de primera, cargos políticos y jurídicos, obreros, patrones, militares, policías, iglesia…la crème de la crème se da cita en los prostíbulos y cloacas de explotación de las mujeres; el maltrato humano está asegurado en los burdeles, en las casas de putas.


Un plural abanico sociológico converge el pensamiento y la cosificación de género en el cuerpo y la dignidad de la mujer. Derechas, izquierdas, centros… una única ideología: esclavitud sexual y dominación de la mujer –por imperativo depredador–, desde el núcleo ramificado del heteropatriarcado y su arraigo sistémico.

Conviven otros mundos de esclavitud, que deseamos alejados de nuestra responsabilidad, a los que no reconocemos como nuestros. Elementos volitivos y elementos intelectivos habitan a diario en los actos de violencia misógina, justo al lado de cualquiera de nuestras casas o lugares de trabajo.

¿Hasta cuándo seremos capaces de seguir omitiendo nuestra permisividad, la normalidad perversa en la que fabricamos esclavas sexuales con la facilidad de cerrar los ojos? ¿Cómo conseguir la competencia para modelar la sociedad desde una educación efectiva, en el respeto y la convivencia sostenible, si todavía no somos capaces de ver más allá de la realidad de nuestro ombligo?

Continuará…

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