Jesús Valencia
Internacionalista

Plantando cara al hurón

Participé en la Caravana a Grecia. Ya de regreso, mi mente –empeñada en encajar todo lo que está sucediendo– desempolvó una imagen de mi infancia rural: la del hurón y los conejos silvestres. Estos buscaban seguridad en los abundantes pedregales que los protegían de disparos certeros y de perros acuciantes. Los cazadores furtivos solían introducir en los pedrugueros un hurón; bichejo carnívoro y depredador que obligaba a los inofensivos conejos a salir despavoridos de su madriguera sin rumbo ni protección.

Fuimos a Grecia porque es uno de los puntos calientes que visualizan la política migratoria de Europa y la tragedia de los «refugiados»; palabra que la Caravana propone cambiar ya que es usada con excesiva ligereza y escasa propiedad. Estos miles de personas que deambulan por la periferia de la UE encuentran a su paso incontables calamidades pero refugio, lo que se dice refugio, muy poco. Viajeros de vías muertas, porteadores de exiguas pertenencias y grandes temores, vadeadores de torrentes caudalosos y de mares voraces, sin más reconocimiento que el que se conceden a sí mismos, sobreros de una sociedad que no los necesita. Ni siquiera en la muga comunitaria es fácil encontrarlos ya que los guardianes del orden los mantienen encerrados en centros especiales y sometidos a control militar. Solo organizaciones solidarias y gentes amigas les ofrecen cobijo en espacios autogestionados. ¿Serán quizá estas experiencias el embrión de una Europa diferente y de un mundo más humano?

No se trata de un fenómeno pasajero o de una fiebre colectiva por cambiar de residencia. Estamos ante una tragedia de magnitudes mundiales que bien pudiera catalogarse de genocidio. El causante es el maldito capitalismo al que las gentes de la Caravana señalamos como el responsable de esta catástrofe provocada. Sistema brutal, depredador desde su nacimiento, violento por necesidad, discriminatorio por el color de la piel, la identidad de género o lo abultado de la chequera. Las víctimas no pertenecen a un país ni a una región determinada ya que conforman el gigantesco y variopinto conglomerado de los oprimidos de la tierra; especialmente, mujeres doblemente sometidas y aterrorizadas. Basta conocer sus muchos países de procedencia para saber en qué pedruguero está hurgando el hurón. Oriente Medio es el exponente más virulento de estas guerras de alta intensidad. El ya centenario Tratado de Sykes-Pikot, las ingentes reservas de petróleo, su ubicación estratégica son factores que propician la venta de armas y la exportación de guerras con la pretensión de remodelar y controlar la zona. Ya no basta con imponer gobiernos sumisos, hay que volatilizar países enteros aunque sus aterrorizadas poblaciones tengan que salir despavoridas.

La Caravana nos facilitó el reencuentro con esa otra Europa a la que queremos pertenecer: la que cree en la igualdad de todas las personas, promueve la solidaridad como ámbito de relaciones y protege a nuestro planeta como único territorio del que disponemos. La iniciativa no nació como aventura de meses estivales; aspira a sumar indignaciones y, sobre todo, energías en clave ética. Señalamos al Gobierno español como uno de los cómplices de la barbarie: «Mariano, canalla, abre la muralla». Mientras gritábamos estas consignas delante de la Embajada española en Atenas, unos carceleros sin escrúpulos ultrajaban al preso vasco enfermo Ibon Iparaguirre y la ertzaintza hacia otro tanto con Iñaki Bilbao. No cabe duda de que el apartado de los canallas es muy largo y de que actuaciones como estas dejan en evidencia la ruindad de sus protagonistas.

Regresamos en la madrugada del 26 de julio (desde el asalto al Moncada, una fecha emblemática para intentar cambios revolucionarios). Unos días más tarde –el 29 de julio– tuvo lugar el azken ostirala. En la marcha que  esa tarde recorrió Gasteiz tuve la alegría de encontrar a muchas de las personas con las que habíamos compartido trajines caravaneros. Ejemplar confluencia en la defensa de los «no-refugiados» y de los presos. Quedaba superada esa absurda dicotomía que reivindica los derechos de unas personas e ignora los de otras.

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