Juan Mari Zulaika
Miembro de Goldatu

¿Podrá Podemos lo que no pudimos?

El fenómeno Podemos me remonta a los albores de la Transición. Las fuerzas de izquierda que tras 42 años de dictadura nos presentamos a las elecciones democráticas, municipales y autonómicas, no pudimos franquear el listón de las urnas y nos fue imposible cambiar el rumbo de la Transición a “lo atado, bien atado”. Por  el contrario, hoy  las encuestas colocan a Podemos, aún en gestación, casi a la cabeza de las encuestas. ¿Una burbuja mediática? En parte sí, pero la verdad es que han conectado bien con la rebeldía de las masas.

¿Qué fuerzas de izquierda no pudieron cambiar el signo de la Transición? El PSOE, él mismo desertó de la izquierda, cuando a las primeras de cambio ejerció desde las cloacas el terrorismo de Estado, forzó la entrada en la OTAN, avanzó en la corrupción, olvidó su origen obrero, el principio de la autodeterminación y tantas otras cosas. El PNV, ni él mismo se considera de izquierdas. El caso de EIA-EE y HB merecen un análisis más complicado que no constituye el objeto del artículo. Les lastró su vinculación a la lucha armada, incapacitándolos para un liderazgo político de base amplia, como requería la situación.

El resto de organizaciones de izquierda, los PC, LCR-LKI, MCE-EMK, ORT, pese a contar con una militancia numerosa, bregada en la lucha sindical y vecinal contra la represión franquista, la cárcel y la tortura,  perdieron clamorosamente las urnas. Lejos de arrastrar a la ciudadanía, la ahuyentaron. Justo  se daba entonces una situación contraria a la actual, que nos cerró el paso. Nadie hubiera osado a tachar de “casta” a los partidos tradicionales como el PNV, el PSOE y sus sindicatos que venían de hacer la guerra y sufrir la dictadura. No estaban deslegitimizados por el descrédito como lo están hoy. Y es así que arrasaron, mientras nosotros, los combativos resistentes del franquismo, con nuestras exaltadas proclamas comunistas, quedamos relegados a la marginalidad.

 Así que no pudimos influir lo más mínimo en  la marcha de la Transición que alumbraron los partidos del orden a la sombra de los sables. La poca izquierda inicial menguó hasta su desaparición práctica, dejando cancha libre al bipartidismo, padre de la corrupción política y económica que ha acabado por hundir el sucedáneo de democracia que padecemos. La impunidad  que  han gozado en décadas, se les ha vuelto en contra y les acosa la ira de la sociedad.   

El fenómeno Podemos, aún cuando no dispone de una militancia reconocida, ni haya librado combate alguno, salvo el de los debates televisivos, se sitúa casi a la cabeza en la parrilla de salida. Cuando menos, hay que reconocer a sus líderes que tuvieran la gran intuición de que el sistema tocaba fondo y la audacia de organizarse a marchas forzadas para armar la alternativa. El mérito de sus  inscritos en círculos y consejos no es más que el reconocerse tan indignados como el resto de mortales y aprestarse a subir a la ola, que promete remover,  no sabemos cuánto, el mapa político actual.  

Por mi parte, bienvenidos sean, si es para reventar el bipartidismo. Admiro su ambición, cuando proclaman “venimos a ganar”, si por ganar entienden sentar las bases para forzar la Transición que nos usurparon los partidos de derecha. Habrá de concitar para ello el mayor número de fuerzas políticas y sociales. Aplaudimos su alta ambición, si es de  objetivos y no tanto de acaparar asientos.

Si no me equivoco mucho, sus proclamas apuntan, o apuntaron, a lo más alto: regenerar el sistema democrático, reformar a fondo las estructuras del poder y de los partidos, erradicar la corrupción y la impunidad, cambiar la Constitución hija inequívoca del franquismo por otra  inspirada en los principios de justicia e igualdad, dotarla de garantías reales contra la pobreza como el derecho a la vivienda, al trabajo digno, a la salud y la enseñanza públicas, devolvernos la República, reconocer la autodeterminación  de los pueblos, etc.  La llamada Transición, en lugar de afianzar estos valores, los ha triturado sumiéndonos en una  esclavitud laboral y  una represión creciente.

Tomaos el tiempo que necesitéis, pero no  rebajéis ningún principio democrático por impopular que parezca. No rehuyáis la adscripción de “izquierdas”, que de algo sirven los puntos cardinales, cuando hasta la clase media zozobra. No limitéis el programa a sólo “stop deshaucios”, a la ampliación del RGI o a la persecución implacable de los corruptos,  principios del todo imprescindibles y básicos. Apuntad a la raíz de los males y al techo de todas las libertades. No rebajéis las reivindicaciones por atraer más votantes.  Tampoco entenderemos que respetáis la autodeterminación, para luego frenar a quienes  quieran hacerla efectiva.

En los últimos años, abundan plataformas que luchan día a día por los derechos básicos: contra los recortes, la reforma laboral esclavista, el ensañamiento con los presos vascos, la obstrucción de la memoria histórica, impunidad de los abusos policiales, la austeridad impuesta por Merkel, privatización de Kutxabank, etc.;  o a favor del derecho a decidir, a la participación política, al urbanismo como bien común, a la cultura asequible, al sexo, al aborto, a la vida, etc. Despliegan mucha actividad, asambleas, cartas sociales, huelgas, pero sin lograr el punch del fenómeno Podemos. ¿Cómo hacer para que no sean mundos estancos, para que interactúen?

No habéis de pensar que sois los primeros ni los únicos, ni que podéis remover la pesada losa sólo vosotros. Todos habremos de avanzar, sin complejos, en una política de colaboración entre las fuerzas innovadoras. El no hacerlo nos haría acreedores a la maldición de “castas”. A ver si podemos dar entre todos la vuelta a la Transición que no pudimos en su día, devolviendo la  ilusión a los jóvenes y confortando a los mayores.

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