Alfredo Ozaeta

Política y sociedad

Creo que a estas alturas existen pocas dudas acerca de la desafección de la sociedad con la mayoría de los políticos. Este alejamiento social tiene una lectura sencilla: una gran parte de la clase política no está en sintonía ni pisa el mismo suelo que las personas a las que supuestamente dicen representar. Demuestran que los problemas e intereses del pueblo poco o nada tienen que ver con los suyos propios.

Queda meridianamente constatado en el hecho de que, a pesar de la tendencia de voto o de los mensajes que sus votantes les envían comicios tras comicios, bien a través de la abstención o de la decisión de otorgar la confianza a otras formaciones, siguen decidiendo en clave de partido y despacho facilitador de prebendas, favores y puertas giratorias en opacas y oscuras negociaciones. No les importa lo que la sociedad haya votado o en quién y en qué programa o propuesta haya decidido confiar de forma mayoritaria en muchos casos, sino lo que sus fobias y órdenes de arriba les impongan. Aunque para ello conformen pactos o se apoyen en los que durante la campaña electoral hayan situado en las antípodas de sus programas o negado la más mínima posibilidad de acuerdo alguno, dadas sus notables diferencias.

Claro está que al final prevalece lo que, sin atreverse a decirlo, les importa de verdad: mantener las poltronas, el interés de «su Estado» y obtención de rédito electoral en «territorio amigo». No les preocupa contradecirse, faltar a su palabra e incumplir sus compromisos. En definitiva, engañar a la sociedad y a sus propios votantes. Están por encima de la voluntad y necesidades del «populacho».

Es una especie de política a la inversa, hacer lo contrario de lo que la propia definición y etimología del concepto implica en cuanto a servicio al pueblo y acatamiento de la voluntad ciudadana. Anteponen sus intereses y los del que les financia a los de los que dicen representar.

Dentro de la propia gravedad en sí que supone desatender los mandatos y necesidades de los ciudadanos, empieza a ser más que preocupante su reflejo en las instituciones u organismos que crean, dirigen o gestionan. Acaban pervirtiendo el concepto de servicio a la sociedad, algo que debe ser consustancial con la política en democracia, en su particular manejo para la obtención de beneficios personales o corporativos.

Sirva como ejemplo el actual conflicto que, desde sectores extremistas del colectivo de la policía autonómica vasca intentan trasladar a la sociedad a la que en teoría debieran estar obligados a cuidar y defender. Utilizándola en sus reivindicaciones y exigencias laborales (?), tensionando sus relaciones con los propios ciudadanos y, en muchos casos, desatendiendo demandas y consultas de los de a pie, dejando a menudo constancia de su indolencia y falta de profesionalidad. Esto no deja de ser un reflejo de la actitud que históricamente han mantenido los partidos y líneas políticas que conformaron y han definido o valorizado el sesgo, ideología y perfil para acceder un puesto que continúan considerando de uso privativo. Con estos principios no es de extrañar que esta policía, con récord mundial de absentismo laboral, se considere también por encima de la sociedad a la que supuestamente debe servir, hasta el punto de considerar que deben ser los ciudadanos los que deben estar a su servicio.

Y esto no solo supone una perversión de la democracia en sí, es el embrión del fascismo cuya praxis política y señas de identidad se basa en la imposición de ideologías caudillistas y principios totalitarios, nada que ver con la defensa de los intereses y libertades ciudadanas basadas en la igualdad y el respeto al diferente y minorías.

Esta constatación de posturas y tendencias regresivas en el avance y consolidación de los derechos de todas tiene su espejo en la decisión de formaciones y líderes políticos de apoyarse en la derecha más retrógrada para mantenerse en las poltronas y continuar gestionando instituciones y servicios a su imagen y semejanza.

¿No les convierte a ellos, PNV-PSOE-PSE, también en fascistas al utilizar al partido nodriza, PP-UPN, socio natural de facto del nuevo nacionalcatolicismo, Vox, y ariete de su cruzada contra los derechos democráticos y libertades individuales y colectivas?

¡Qué fácilmente aplicaban sus particulares y falsos silogismos para enviar a la cárcel, ilegalizar, reprimir, conculcar libertades y apropiarse de bienes de legítimos propietarios con la disculpa de un conflicto armado!

Contradictoriamente, conscientes de la importancia de las fuerzas progresistas en la defensa de la democracia, trabajo y consolidación de los avances sociales, utilizan a estas fuerzas, EH Bildu, en su estrategia de trasmitir a sus bases su carácter progresista y su alejamiento de los postulados y fuerzas reaccionarias, pero siempre buscando justificaciones que eviten el ruido mediático. Es el permanente doble juego de estos partidos: «hacer lo que no digo y decir lo que no hago».

Desconozco si son conscientes de lo que su premeditada ambigüedad y falta de valentía en sus decisiones y en llamar a las cosas por su nombre suponen de oxígeno para el avance de las corrientes fascistas que se está produciendo en la cercana vecindad y en otros Estados. De lo que sí tengo certeza es de que en las próximas convocatorias electorales el trilerismo político de los partidos estatales y autonómicos asimilados volverá a ser penalizado. Y la coherencia y trabajo serio y honesto de las fuerzas progresistas en favor de una sociedad más justa, libre e igualitaria se verá recompensado como ya quedó demostrado en los últimos comicios en Hego Euskal Herria.

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