Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¡Por Dios, váyase!

En nombre de Dios, ¡váyase usted, Sr. Sánchez! No hunda más a este país que necesita al menos blanquear la fachada para que los grafiteros nos enseñen lo que es la libertad y el ingenio.

Tras las desgraciadas consecuencias de la negociación de paz del premier británico Neville Chamberlain con Hitler en Múnich –la crisis de los Sudetes– para impedir la guerra del 39, el Sr. Churchill se levantó de su asiento en los Comunes y clamó estentóreamente dirigiéndose al premier: «¡En nombre de Dios, váyase!». Y se instaló él para dirigir la guerra inevitable.

Desde mi pequeñez política hoy clamo como el Sr. Churchill: «¡En el nombre de Dios, váyase usted, Sr. Sánchez!». Váyase porque España no es que esté mal gobernada; está clamorosamente, peor aún: risiblemente desgobernada. Es usted un giróscopo de los desaciertos. Se alió usted en las elecciones para la presidencia de la Unión Europea con un socialista tan vanidoso como usted, el Sr. Frans Timmermans, un socialista neerlandés a quien usted aportaría, al parecer, la fuerza decisiva del socialismo español, y obtuvo la mayoría absoluta la Sra. Ursula von der Leyen, del Partido Cristianodemócrata alemán y ministra de la Sra. Merkel. Ahora se ha subido, con trompeta y tambor, al carro de los anti-Trump, haciendo gala de fuerza internacional y ha herido usted gravemente las exportaciones españolas. Finalmente se ha permitido decir a los nacionalistas catalanes, estando usted en la maroma provisional de su cargo, que seguirá metiéndolos en la cárcel si insisten en su soberanismo, con lo que ha cabreado como un mono al secretario del PSC, Sr. Iceta, que es la única fuerza política relativamente seria con que usted cuenta en Catalunya.

A estas alturas de su «brillante» currículum político anda en una compra de votos de cara a las próximas elecciones ofreciendo cinco mil millones en su top manta electoral a las autonomías, dinero que, además de ser miserable en cuanto a su volumen, es de muy dudosa disposición.

¡En nombre de Dios, váyase! Cuando usted sepa que en lo internacional España no tiene peso alguno y ha de reducirse a un trabajo de hormiga para mejorar su triste situación económica y social; cuando usted comprenda que su parlamento está hecho girones, lo que le convierte pobre y automáticamente en dictador a lo Chaplin; cuando se entere de que está convirtiendo la Corona en el «petit roi» de O’Soglow; cuando abandone su tarea de reducir el poder ejecutivo al nivel del tercer poder, o sea, el judicial; cuando usted deje de hablar de si mismo como si fuera una madre Teresa de Calcuta, que murió insomne por cuidar a los desvalidos; cuando usted supere todo eso retorne al principio del ejercicio político para ver si logra un escaño por Cuenca o Huelva, buen y honrado escalón para apoyar el pie en una carrera incipiente. Mientras tanto y en nombre de Dios, ¡váyase usted, Sr. Sánchez! No hunda más a este país que necesita al menos blanquear la fachada para que los grafiteros nos enseñen lo que es la libertad y el ingenio.

Sr. Sánchez, comprendo que usted está en La Moncloa con el revuelto apoyo de los ocupantes de la política actual, que son simplemente ocupas, no le demos vueltas al asunto. Usted gobierna con eso. Yo salvaría del gran naufragio parlamentario a veinte o treinta diputados que normalmente hablan con comedimiento e ingenio. Hasta ahí podemos. Pero el resto parecen extraídos de un descarrilamiento. Por eso escribo –¡dolorosamente!– lo que escribo. Por eso me atrevo a solicitar la formación del partido de la abstención electoral. Amar a un país supone, en muchas ocasiones, retirarse al eremitorio a fin de soñar un nuevo mundo. Como cristiano con la cabeza reposada en mi esperanza colectivista entretengo el alma pensando en el Cristo retirado en el desierto para meditar su misión. Los españoles necesitamos superar con urgencia el ¡oé, oé! de nuestro casticismo hueco. Es doloroso pensar que sólo resultamos serios cuando regresamos de la emigración. Y no sigo en este lamento en que me he enredado porque no más «soy un hombre sincero/ de los que cortan la palma/ y antes de morirme quiero/echar mis versos del alma». ¿Viste, Tadeo?

Ser español es duro. Desde este ángulo de consideraciones comprendo a los catalanes y los vascos, con los que hace tiempo Madrid debiera haberse sentado democráticamente a la mesa para examinar el resol suizo o inglés. A mí me hubiera gustado una confederabilidad templada en silencios medidos y acuerdos sinceros. A veces pienso que embarcados en esa forma política lograron los suizos alzarse con el triunfo en la fabricación de relojes, que a veces son de cu-cú para alertar la conciencia. Pero nos cargamos dos Repúblicas, una de ellas machacando el federalismo con un héroe que entró a caballo en el hemiciclo.

¿Tiene remedio lo nuestro, Sr. Sánchez? Se lo pregunta un anciano español, que está harto de ir de oca en oca y tira porque le toca. ¿Tiene remedio esto que llamamos España? Una España que empezó mal con aquella Reconquista en la que falsificamos ya su principio, diciendo que era asunto de visigodos renacidos tras el vencimiento de musulmanes, cuando fue obra de cántabros, astures, vascones y otras familias que residían desde muy antiguos principios en unas severas nieves y se limitaron a caer hacia el sur para hacerse con unas tierras abandonadas y prometedoras. De ese lío nació lo español, tan poco aprovechado luego.

Pero yo, ¿para qué le cuento todo esto, Sr. Sánchez? Quizá para entretener mis innúmeros años. Porque yo, Sr. Sánchez, soy también un puro viejo en funciones. Pero ya me he ido.

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