José Félix Azurmendi
Periodista

Por qué duró tanto

No pocos de quienes en algún momento habían visto con simpatía a ETA terminaron preguntándose por su empecinamiento en una estrategia dolorosa a la que no encontraban explicación. Dentro de la dificultad a la hora de reflexionar en público sobre estas cuestiones, algunas explicaciones se pueden intentar. Se podría decir que ETA duró tanto porque contaba con militantes dispuestos a ello y con un apoyo popular menguante pero bastante. Se podría añadir que contó hasta el final con una zona de repliegue, también que quedó encadenada a la espiral que había iniciado medio siglo antes, haciendo una equivocada interpretación de la firmeza militante, y comportándose como si estuviera presa de sus presos y de la «fraternidad de las trincheras».

Se podría explicar así mismo esa pertinacia en la desconexión con la realidad de sus dirigentes y en una bisoñez obligada por los reiterados desmantelamientos de sus «cúpulas»: siempre eran jóvenes y no tenían prisa. Se podría añadir que tardó en interpretar el contexto nacional e internacional, que no supo escuchar ni gestionar la disidencia, ni interpretar correctamente recomendaciones amigas. Se podría sustentar en que sufrió una desviación militarista al confundir el método con el objetivo, y en el hecho de que la izquierda abertzale civil tardó demasiado en plantarse, liberarse de su tutela, plantear con toda la firmeza requerida una alternativa desarmada: sin olvidar que la dirección de la estrategia represiva del Estado prefirió la guerra a la autodeterminación, y que sus gestos negociadores no pasaron de ser intentos tramposos. Y a ETA, apresada en la espiral, le costó percatarse de que no había negociación posible, y terminó aceptando un desarme unilateral a cambio de que la izquierda abertzale civil tuviera operatividad e influencia política.

Desde la autoridad ganada por militancia de toda una vida y consecuencias muy dolorosas para su persona y entorno, Peixoto ha reconocido que sentía que en los últimos tiempos, de manera cada vez más evidente, en lugar de cuidar a las ovejas, ETA estaba dando de comer al lobo. En la misma línea, y si a Teresa Whitfield hay que hacer caso, ETA, aunque debilitada policialmente, tomó la decisión de disolverse solo cuando la izquierda abertzale le demostró que por la vía política se podía continuar más eficazmente con su lucha, y tal vez también porque puso sobre la mesa la evidencia de que su estrategia había terminado haciendo el juego a los intereses del enemigo. Whitfield, aunque defienda que el principal impulso para que ETA lo aceptara provino de la izquierda abertzale, recuerda también el rol de la mediación y no olvida que «ETA operaba sobre la base de que participaba en un conflicto con el Estado español que evidentemente era de naturaleza ideológica, tanto en sus orígenes como en sus fines».

Para la reflexión, para el análisis, para el relato, ETA contaba con un hándicap que las organizaciones con las que más afinidades podía mostrar no habían tenido. A la hora de explicarse, de hacerse la autocrítica, de negociar, de arrepentirse o aclarar atentados, la gran diferencia entre ETA y el IRA o los Tupamaros, las dos organizaciones con las que más sintonizó, residía en que la primera, al contrario de las otras, no disponía de responsables a los que reclamar cuentas por todo su tiempo: no quedaba nadie que pudiera hablar en nombre de la organización, como José Mugica o Gerry Adams, por ejemplo. Sin contar las que la Policía inventó, ETA tuvo a lo largo de su historia un frecuente cambio de cúpulas y estrategias y se ha llamado ETA a cosas muy diferentes, a veces contradictorias. La característica más permanente de su historia fue tal vez la que se podría denominar como «activista». Alguien con autoridad lo ha reconocido sin ambages: «Para mí la autocrítica más estructural y más profunda que hacemos es precisamente esta: es decir, que nosotros no fuéramos capaces de leer antes que había una sociedad a la que supuestamente pretendíamos servir que nos estaba demandando que cesara la lucha armada. No supimos leer que la lucha armada debería haber desaparecido antes».

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