Josu Iraeta
Escritor

Por un Sistema Público de Salud

No quiero mostrarme cansado y pesimista, pero lo cierto, lo desgraciadamente cierto, es que el susurro de las organizaciones empresariales, es quien está «ayudando» a gestionar la pandemia

Siendo sinceros y a pesar del bombardeo informativo –que un día sí y otro también– afirma lo contrario, hay que aceptar que respecto al covid-19 y sus desarrollos, no son muchos los que realmente tienen conocimiento, experiencia científica y de campo necesarios, que les faculte para asesorar y dirigir con seriedad y eficiencia, la defensa de la salud pública.

Además, debe ser reconocido que vivimos tiempos en que los expertos, aunque –lógicamente– disienten entre ellos, aportan sus valiosas diferencias, y siendo estas positivas, lo negativo es que, lo aconsejado por los expertos a quienes mandan y gestionan, no trasciende, no fluye, no se utiliza.

Tampoco debiera ignorarse que a quienes habiéndose esforzado –a su manera– para llegar a gestionar el sur de Euskal Herria, y una vez en posesión del «cetro», comienzan a llegarles los diferentes «susurros» que, en mi opinión, son el inicio de los desastres venideros.

No quiero mostrarme cansado y pesimista, pero lo cierto, lo desgraciadamente cierto, es que el susurro de las organizaciones empresariales, es quien está «ayudando» a gestionar la pandemia. Porque nadie busca el necesario equilibrio que permita una gestión sana, honrada y comprometida, del dinero público.

Acepto que algunos –quizá muchos– no le den mucho crédito, pero esta situación tan caótica, nueva y terrible, ni es nueva ni desconocida, ya que hay suficiente experiencia e información documentada que lo acredita.

Ha transcurrido mucho tiempo, concretamente más de 2.000 años desde la terrible peste que sufrieron los atenienses y es conocido el relato escrito por Tucídides, en el que describe extensamente lo ocurrido.

De la peste que sufrió Atenas y los conocimientos que aporta Tucídides en su obra 'Historia de la guerra del Peloponeso', puede extraerse mucho conocimiento, pues su relato nos muestra una situación con muchas semejanzas a lo que hoy padecemos en Euskal Herria y el mundo

Tucídides explica que la fiebre y la tos llegaban sin previo aviso. El mal afectaba tanto a ricos como a pobres, ancianos y jóvenes. Todos morían al cabo de seis u ocho días, entre vómitos y estertores.

Muchos morían sin atención médica, pero morían prácticamente igual los que tenían todo tipo de cuidados. Nadie podía contra la peste, ni los médicos sabían qué hacer, pues eran ellos los que en gran número morían, por aproximarse más que otros a la enfermedad.

Evitaban el contacto de unos con otros y muchas casas terminaron siendo verdaderos panteones mortuorios, por no haber quien cuidara a los enfermos.

Obligados por el ejército de Esparta, las autoridades invitaron a los atenienses a abandonar los entornos y confinarse en la ciudad. Nada cambió mucho, pues la muerte se producía en pleno desorden, los cadáveres yacían amontonados unos sobre otros y la gente vagaba sin rumbo por las calles.

La peste generó un caos social, de manera que muchos se atrevieron abiertamente con lo que hasta entonces estaban obligados a ocultar y se lanzaron a la búsqueda del placer, por considerar efímeras la vida y riquezas. Ni el temor a los dioses, ni ninguna ley humana suponía un límite. Decidieron gozar antes de que la muerte les hiciera sucumbir.

Quizá no sea el mejor momento, es posible, pero, tras agradecer las ignoradas aportaciones de Tucídides, afirmar que estamos viviendo bajo la «gestión» de gobernantes enamorados de sí mismos, lo considero bastante acertado.

La mediocridad que exhiben muchos de ellos, convencidos de haber llegado a la «cima» con su esfuerzo y estudios, despreciando e ignorando a los que «no llegaron», les califica como auténticos narcisos. Narcisos que ignoran que, saber un poco, es quizá peor que no saber nada.

Son peligrosos porque llegan a creer que son «lo que representan», sin aceptar que es nuestra desidia de ciudadano, lo que les permite, no sólo brillar y triunfar, también despreciar el Sistema Público de Salud.

Y lo digo porque es el momento de denunciar –con datos fehacientes– a quienes desde las instituciones llevan años derivando la atención médica al sistema privado de salud, y hoy, ante el catastrófico resultado de su sibilina gestión, pretenden mimetizarse con sus propias víctimas.

Desconocen la verdad y la desprecian, viven sólo para sí. Ignoran que el futuro próximo los desalojará, y no aceptarán la responsabilidad del daño causado con la desidia de su comportamiento. Señal evidente de que el «Oasis» se ha difuminado.

El daño es y será duro y complejo, porque si hoy convivimos con muchos semimuertos, mañana lo haremos con otros tantos semivivos.

De todas formas, no se irán solos pues hay mucho profesional de lo que siempre se denominó «ruido», tanto escrito como voceado. Profesionales que sostienen argumentos nacidos de información «prestada», siempre dispuestos a vender todo aquello que no es suyo, por un solo minuto en la pequeña pantalla.

En realidad, los gobernantes de antes y de hoy, siempre mantuvieron una pléyade de «susurradores» que no son sino articulistas mayordomos al servicio del patrón.

Llegará el día, espero que no tarde, en que –unos y otros– los nacidos para crecer, engordar, vestir caro y «ahorrar» a cuenta de los mudos que otorgan todo aquello que debieran defender –porque es suyo– no «encajen» en el sistema y se vean obligados a esconder su irrelevancia.

Ya no habrá carteras, alcaldías ni concejalías. Los abundantes negocios «tresmallo», portadores todos de idéntico (a.d.n.), que tuvieron la oportunidad de nacer a la sombra del «viejo patrón», bajarán la persiana. Será entonces cuando los narcisos, plenos de sí mismos, tendrán la oportunidad de mejorar su condición física, en las nuevas, frías y solitarias instalaciones cercadas con gruesos muros, en los que serán acogidos –ya no como ilustres visitantes– sino como nuevos y esperados internos. Ya va siendo hora.

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