Txema García
Escritor y periodista

Prevaricación informativa

No está conceptuado como delito en el Código Penal, pero sus efectos malignos son devastadores. Sin embargo, es el pan nuestro de cada día en los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y televisión) y se ha extendido como una gran mancha de aceite a todo ese otro espectro de conformación de opinión pública que en los últimos tiempos se ha creado alrededor de las redes sociales.

¿De qué estamos hablando? Pues del gran cambio de paradigma que se está instalando en nuestras sociedades alrededor de la información que se traslada a la ciudadanía desde los grandes centros de poder, bien sea desde empresas públicas o privadas. Cualquier estudiante de primero de periodismo sabía hasta hace poco que en el proceso de informar, más allá de emisores y receptores había una cuestión primordial: era necesario contextualizar los hechos y, sobre todo, contrastar las fuentes, de forma que el mensaje fuera lo más cercano a la realidad, siempre subjetiva y preñada de intereses.

Ahora ya no. Todo esto prácticamente se ha acabado. La opinión ha aniquilado la información. Todo se ha vuelto lineal, sin contrastes. Es el todo o la nada, no hay matices. Blanco o negro. Conmigo o contra mi. Paraíso o infierno. Y, frente a este inmenso escenario de la mentira, otro horizonte desolador: el de una ciudadanía que, bien por apatía o descreimiento, a la que le da lo mismo el «alimento informativo» que le venden y se tragan en dosis homeopáticas todos los días.

Nos hemos convertido en autómatas replicando opiniones, rumores, supuestos hechos sin ningún contraste. Retorcer, deformar y tergiversar la realidad hasta hacerla irreconocible es la norma en los medios de comunicación actuales. Nunca como hasta ahora en la historia de la humanidad, y a pesar de los avances tecnológicos, hemos estado tan sometidos a una dictadura de este calibre en el ámbito de la comunicación.

La distopía avanza a pasos acelerados. El «Gran Hermano» ya está aquí, expresándose de muchas formas. Los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales, tanto monta, monta tanto, están moldeando, como nunca antes, las conciencias de la ciudadanía. Y con ellos de la mano nos estamos convirtiendo en seres ignorantes que, además creemos estar bien informados con tan solo leer cuatro titulares, media docena de tweets o escuchar el telediario.

Somos replicantes opinando sin saber absolutamente nada de nada. Tertulianos de taberna, en la calle o en el puesto de trabajo. De una acera o de la otra, de la izquierda o de la derecha. Es lo mismo. El sistema nos quiere ignorantes.

Nos hablaron de que la globalización nos ayudaría a conocer mejor las realidades de otras latitudes, de otros pueblos. Es mentira. Todos los flujos importantes de comunicación están mediatizados (esta palabra lo dice todo) por los intereses de los grupos de poder que se reparten el mundo.

De la misma forma que no hay puntada sin hilo, detrás de cada información de peso, de cada realidad trascendente, hay un interés escondido, que no quiere ser revelado. Y lo peor de todo es que la izquierda, la mundial y la local, no parece haberse enterado de la magnitud del reto que afronta la humanidad.

No hay proyecto político verdaderamente de izquierdas que no necesite de un o muchos vehículos de expresión en todas las direcciones. De medios críticos que expliquen, contextualicen y contrasten la información. Se necesita un nuevo periodismo, o un periodismo que se parezca a aquel, también con sus defectos, que conocimos hace ya unas cuantas décadas y que parece haberse extinguido.

Un periodismo militante, que investigue, que levante piedras y se meta por las alcantarillas, porque sin eso no hay periodismo que valga para cambiar el mundo. Y si no hay periodismo hay, como mínimo, prevaricación informativa por parte de quien la hace y de quien la consume.

Y yo preguntaría, ¿cuántos periódicos, radios, televisiones, plataformas digitales investigan hoy en Euskal Herria? ¿Cuántos periodistas hay en activo en nuestro país trabajando para descifrar esas claves que el poder, sea el que sea, siempre oculta y que es necesario desvelar no solo para entender la realidad, sino para pasar a la acción y cambiar la realidad que nos comprime y aplasta?

El periodismo actual, en su mayoría y salvo honrosas excepciones, ha caído en la trampa de jugar en el mismo campo que le marca el Sistema, el enemigo: solo sabe poner, a manera de eslóganes, titulares que no explican nada y así no hay conciencia de la realidad posible. Hace que hace, pero no logra nada.

La izquierda de este país, si quiere considerarse así, debe empezar a pensar seriamente sobre todo esto y organizar otro tipo de periodismo radicalmente diferente al actual, que acompañe e impulse su accionar político, comenzando por la información local (hoy día muy abandonada) y los problemas cercanos de la ciudadanía, para llegar a ámbitos superiores, vinculando lo local con lo global. Información y acción política son dos lados de una misma moneda. Parece que solo la miramos de canto. Dejemos de prevaricar.

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