Psiquiatriza que algo queda
Perdón, venganza, solidaridad, generosidad, amor, odio… son valores y pasiones presentes en la interacción entre las personas y también en las tragedias humanas. Nos han añadido las miradas de un buen número de periodistas y tertulianos metidos a juristas, psicólogos y psiquiatras, fabuladores de lo que pudo haber sido pero cuya realidad nunca conoceremos, sencillamente porque nadie podrá conocer lo que realmente ocurrió en el accidente del avión de Germanwings, ni cual fue el real comportamiento del copiloto Andreas Lubitz, un joven maratoniano, sano físicamente, que ya no tenía depresión y pasó en su empresa los controles para incorporarse al trabajo, y preparaba su boda.
Oigo y leo opiniones muy variadas de profesionales de la salud mental con opiniones de que es muy improbable detectar las patologías atribuidas a este piloto, que no se habrían detectado en las pruebas psicotécnicas, que el comportamiento es incomprensible, que el estrés no sería el desencadenante directo de lo ocurrido, que la conducta atribuida del copiloto es de difícil predicción… o que la clave de las conductas está en nuestra propia caja negra, la de nuestras cabezas.
Acto de voluntad: Alguien estrella un avión con 150 personas (si es que fue así): «activó un botón de descenso de forma voluntaria (...) tuvo voluntad de destruir el avión (...) No hay ningún elemento que nos haga pensar que se trata de un atentado terrorista (…) la interpretación más plausible es que mediante una acción voluntaria se negó a abrir la puerta de la cabina al comandante», según el fiscal Brice Robin, episodio que huele a falso tras la profusa y artificial versión de los golpes y la respiración en un ambiente ruidoso presuntamente oídos en la caja negra y después desmentido. Desde ahí se reconstruyen y novelan los hechos. Es posible que sea así, como también son posibles otras versiones muy diferentes que paulatinamente nos van modificando: acto suicida, que quedará inconsciente, obnubilado o bloqueado a saber por qué motivos. No olvidemos que el síntoma es un concepto construido socioculturalmente y expresado por el cuerpo. Si el comportamiento de una persona satisface impulsivamente un deseo o bien es consecuencia de la asunción libre y responsable de una decisión, su realización requiere de la regulación psicológica de tipo moral. Podrá ser egocéntrico sin miramiento hacia los demás, será por sometimiento a la ley o a un ideal o bien será por el bienestar propio o colectivo.
Enfermedad mental: Ante el comportamiento incomprensible se indaga en su posible historial clínico y comienzan las conjeturas sobre antecedentes de una depresión hace seis años, se nos ofreció la relación causa-efecto: «sufría de depresión, lo que habría llevado al copiloto a estrellar voluntariamente el aparato». Descartada esa enfermedad en el presente y pasado reciente vino la posible ideación suicida, padecer una patología no detectada, muy taciturno, ser un perturbado, con tara mental, muy loco… todo un axioma, y ante la ignorancia, ante el desconocimiento de lo que pudo ocurrir, surge otra opción: podría padecer una patología mental muy oculta y todos tan contentos ante este ridículo y dañino comentario. Es la expresión de la incultura conceptual sobre términos asociados a los diagnósticos psiquiátricos, a los comportamientos humanos y a sus consecuencias.
Al menos una de cada cuatro personas somos candidatas a padecer una enfermedad mental, y el 10% a tener un trastorno depresivo según cualquier estudio epidemiológico y según la propia OMS, lo que no impide que la inmensa mayoría llevemos vidas normalizadas e integradas social y laboralmente.
Existe la idea preconcebida de que las personas con enfermedad mental son peligrosas, agresivas. En realidad son más susceptibles de ser víctimas de un acto violento que de cometerlo. Según los datos de EUFAMI (European Federation of Associations of Families of People with mental illness) un 47% de las personas con enfermedades mentales han sido increpadas en público, y un 83% de estas personas mencionan el estigma social y la discriminación como uno de los principales obstáculos para su recuperación. Solo el 3% de las personas con alguna enfermedad mental cometen actos violentos, porcentaje similar al de la población general. Estos y otros datos de fácil acceso público debieran de ser suficientes para que cambiemos nuestra distorsionada manera de ver a las personas con una enfermedad mental.
Éstigma: Hemos leído que el copiloto había estado en tratamiento hace años por estado de ánimo deprimido, según su historial médico. El estigma es una construcción social, una desaprobación social severa de creencias personales que son percibidas como contrarias a las normas establecidas. Entre los comentarios oíamos frases como que «perturbados como este tendrían que estar encerrados por vida pues se trata de una tara mental». Muy orientativo. Si dependiera de algunos, volveríamos a la vieja psiquiatría manicomial. Claro que no tendríamos donde encerrar a tantos locos, rateros, estafadores, corruptos... pues ellos además de infringir la ley darían valores positivos en los controles psicométricos a aspectos propios de psicopatías, sociopatías, megalomanías o trastornos de personalidad varios.
La función del estigma del síntoma, del diagnóstico, de la enfermedad mental es ser el perfecto chivo expiatorio de cualquier incomprensión sobre la conducta. Esa es su función, tranquilizar en masa sobre lo que hagan aquellas personas que están diagnosticadas, clasificadas, relacionadas con alguna afectación en la salud mental, algo que no ocurre, en general, con otras enfermedades de nuestro organismo.
Desde los medios de comunicación se fomentan los falsos estereotipos y el estigma que rodea a las enfermedades mentales y desde esos medios es muy factible realizar una importante labor de educación social.
El estigma que padecen las personas con enfermedad mental llega a hacer mucho daño, diferente del que produce la propia enfermedad. La enfermedad mental tiene tratamiento y el estigma también, pero este es social y su tratamiento depende de los agentes sociales, del conjunto de la sociedad. Es muy injusto actuar como lo hacemos con la enfermedad mental, más si sabemos que los locos no hacen estas locuras.
Duelo: Terrible tragedia, sin duda, para cientos, miles de familiares y allegados de las víctimas, capaz de conmover al más pasivo. Un acontecimiento como este del accidente aéreo, en el que mueren muchas personas, con las que se da por hecho que nos tenemos que identificar, nos tratan de inducir el duelo. Sus muertes suscitan en la prensa una orgía de pulsión de muerte, tras muchas páginas y muchas horas y horas de morbosa retransmisión de detalles sobre el ADN, restos de los fallecidos o trozos del fuselaje, por cierto, sin conocer la opinión cercana de familiares de la tripulación. Acabamos enganchados a incómodos duelos colectivos. Duelos no inducidos en otras tragedias de gran envergadura como la afectación del ébola en África, las muertes de millones niños por hambre en el mundo, los miles de muertos en Palestina, Siria o en cualquier otra guerra por el mundo, ni tan siquiera en otros accidentes aéreos similares que hayan acontecido lejos de la vieja Europa.
Controles: Tendremos que conocer si en profesiones de tanta responsabilidad como la de pilotos de avión o conductores de autobús o tren y otras muchas profesiones cuya incompetencia puede poner en alto riesgo a sectores de población, si su formación técnica, los programas específicos, los test psicotécnicos basados en la autocumplimentación y controles periódicos del comportamiento y estrés laboral, la adecuación legislativa, la inversión en mayor seguridad, etc. son suficientes o han de ser más exigentes al objeto de prevenir situaciones de riesgo y favorecer las buenas prácticas.
Hay un terreno donde ignoramos todo por completo, y es el interés económico que concierne a la compañía y a las aseguradoras y otros intereses de autoridades militares. Conocemos la versión oficial, cambiante y contradictoria cada pocos días pero no conocemos la realidad. Desconocemos las consecuencias si el accidente se debió a la seguridad del avión, al fallo técnico o al pronto de locura, y si este pudo ser o no detectado con antelación, si pudo haber otras medidas, etc. Explicaciones que pueden satisfacer la curiosidad del lector y oyente más interesado, que no de los familiares.
Nos lo contarán casi todo, aunque eso no paliará el dolor de los familiares ni de cuantos sufren con ellos. ¿Cuántos principios de la bioética, de la ética están siendo vulnerados? Justicia, beneficencia, no maleficencia… vamos hacia una vida diagnosticada donde se vende como transparencia lo que es obscenidad. Dejando de lado la prudencia y responsabilidad, conceptos que deberían estar presentes en la práctica periodística como el amparo del secreto médico y la confidencialidad de los datos clínicos ¿dónde quedaron?
Ahora que terminan con la búsqueda de restos, y la psiquiatrización forzada de este caso carece de fundamento serio, nos seguirán insistiendo.