Iñaki Egaña
Historiador

Pueblo Vasco

Lo hago animado por un reciente escrito en favor del uso del “Gernikako Arbola”, firmado por un elenco sorprendente, desde gentes del UPN, PNV y PSOE hasta los nuestros

Conocí a Miguel Bonasso hace más de treinta años, cuando coincidimos en una conferencia en la Universidad alemana de Hamburgo. Nos sentaron al lado en la cena, comenzamos a hablar y concluimos al amanecer, después de unos cuantos tragos. Desde entonces mantenemos una afectuosa amistad. Bonasso fue el último montonero en regresar a Argentina, tras la caída de la dictadura. Y muchas de nuestras conversaciones fueron sobre el peronismo, su hábitat. A pesar de su paciencia jamás entendí su ideología, más aún cuando algunos de esos seguidores fueron mercenarios contra la causa vasca.

Retomé aquellas reflexiones hace unos días, cuando concurrí en una concentración por el acercamiento de los presos políticos vascos, con Claudia, una amiga argentina, peronista también, que en el calor de una discusión anterior me había puesto a todo volumen el himno de su partido y, a modo de insulto, tras afearle sus lloros por la muerte de Maradona, me llamó sinvergüenza y trotskista.

La verdad es que eso de trotskista ha sido empleado como afrenta en décadas. Hace unos meses, en una conferencia sindical, uno de los ponentes nos llamó trotskistas por utilizar el término “ecosocialista”. Superando el vértigo de hablar ante 500 asistentes tomé el micrófono para contestarle que, en Cuba, el término había sido incorporado a la Constitución y que Evo Morales había creado un ministerio del mismo nombre. Y para rematar acusé al interlocutor de estalinista. Pataletas mutuas.

Preparando el libro que edité hace unos meses sobre el Proceso de Burgos, me reuní con parte de aquella cúpula de ETA VI, trotskistas de tomo y lomo les señalábamos en la década de 1970, con una naturalidad que me conmovió, como si el pasado aquel de desplante jamás hubiera existido. Algo similar me ha ocurrido con viejos militantes autónomos con quienes apenas compartí acera en la década de 1980 y durante estos últimos años nuestros caminos se han cruzado y alineado. Tanto que me llamaron hace poco más de un año para poner voz al recuerdo de uno de los suyos y de todos nosotros, que falleció en la clandestinidad en un accidente en Brasil, en el que perdió también la vida su hija Maddi. Me sentí aliviado al llorar con ellos.

Me resulta extraordinario, después de tantos años, recobrar sentimientos de comunidad con viejos militantes de cierto partido político que vetaron mi presencia institucional por mi heterodoxia y que, años más tarde, me echaron en cara que me valía de mi supremacía periodística y literaria para pulverizar su trayectoria. El tiempo aplaca a veces, ahonda otras. En esta ocasión, afortunadamente, ha sucedido la primera de las opciones.

Estas líneas me han trasladado al presente más activo, donde distingo que ciertos viejos y nuevos roqueros han puesto el objetivo en la izquierda abertzale, acusándola de traidora a los ideales históricos. Sé que, por las mismas razones del párrafo anterior, algunos me han enfilado por ciertas frases intempestivas que he escrito sobre mis posiciones políticas y, en consecuencia, por las suyas, lejanas. Lo que no es óbice para que mantenga ese abrazo permanente hacia colegas posicionados con trincheras que no comparto. Hace unas semanas, disfrutamos mutuamente con apenas un par de cervezas y una tarde completa de conversación pausada, Patxi y el que escribe estas líneas. Mal vistos por los sectores enfrentados. Le visité durante dos décadas en prisión y no es tiempo de rupturas.

Me sirven estas letras para recuperar cientos de impresiones de los años del plomo, ahora que concluimos un trabajo sobre los presos políticos vascos en las últimas décadas. A pesar de aquellas diferencias que creíamos insalvables, me ha seducido sobremanera la colaboración desinteresada de antiguos polimilis, incluidos aquellos que enfrentamos por su política de reinserción, allá por la mitad de 1980. Incluso la de aquellos comunistas y sindicalistas a los que llamábamos con descaro “felipes”, “chinos” o llanamente “españolistas”.

Con esa nostalgia que la premura de las tardes invernales me envuelve en estas fechas, se me agolpan esas relaciones irreverentes que jalonan ese pasado y este presente. Y lo hago animado por un reciente escrito en favor del uso del “Gernikako Arbola”, firmado por un elenco sorprendente, desde gentes del UPN, PNV y PSOE hasta los nuestros: «Del Adur al Ebro, ha sido entonado durante generaciones por vascos que solo se sentían vascos y por vascos que se sentían, además, españoles o franceses. Por su carácter integrador y transversal es un auténtico himno nacional».

A pesar de vetos modernos y activos, mantengo ese grado de agradecimiento a Rafaela Romero, e incluso Odón Elorza, que me recibieron en 2010 para oír el testimonio de torturas de más de 30 jóvenes, entre ellos uno de mis hijos, detenidos en una redada reciente. La entonces presidenta de la Juntas Generales de Gipuzkoa fue excepción en su partido, y el alcalde donostiarra fue reprochado públicamente por el consejero de Interior, Rodolfo Ares. Agradecimiento que no implica compartir más allá que tierra y humanidad. Elorza me bloquea en twitter y yo aprovecho lo que considero deslices políticos para criticarle en público.

La lista de paradojas sería larga. Las cercanías y lejanías sorprenderían a quienes no saben más de mí que a través de éstas y otras letras. Todo lo anterior, sin embargo, es una pequeña muestra para penetrar en mi conclusión.

Durante años, la izquierda abertzale y otros agentes han incidido en el sujeto del proceso revolucionario, entendido el concepto como motor de cambio. Desde aquel “Pueblo Trabajador Vasco” hasta el más moderno de “Izquierda Independentista”. Me quedo, sin embargo, con aquel que repitieron hasta la saciedad los imputados ahora hace 50 años en Burgos. Y sé que no está en uso: el Pueblo Vasco. Desde la argentina Claudia hasta mi adversaria política Rafaela, junto a los que han forjado mi naturaleza política. Como dijo Pepe Mujica: «El sujeto del cambio sos vos, querido pueblo».

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