Josu Iraeta
Escritor

Qué es el mandato y qué la gobernanza

Lo cierto es que la izquierda española está atrofiada, agotada y con escasas o nulas ideas válidas con las que poder mirar el futuro.

Lo podremos comprobar dentro de muy pocos días, el mensaje de las urnas enseñará dónde quedan las inquietudes y esperanzas en un liderazgo socialdemócrata de las fuerzas de la izquierda española. Es verdad que la historia sigue, pero la socialdemocracia ha demostrado ser incapaz de aglutinar al conjunto de las fuerzas progresistas. Y no lo podrá hacer nunca, mientras no revise profundamente su práctica política.

Recientemente, en el desarrollo de esta interminable campaña electoral, –son años– hemos podido observar de forma clara y reiterada, cómo políticos oportunistas, expertos en golpes de efecto y razias internas, han saltado a la palestra para reclamarse líderes de un «nuevo movimiento de izquierdas», dispuestos a renegar del nombre y las señas de identidad socialistas, apuntando decididos al vértice de la pirámide.

No son los únicos, puesto que la izquierda española está en una situación en la que no es fácil decidirse. Entre ellos hay quienes afirman que asistimos al fin del debate sobre los principios que debieran regir el orden social, ante la victoria evidente del neoliberalismo. Otros ofrecen una izquierda alternativa a la socialdemocracia, una especie de síntesis entre algunas viejas tradiciones y el posicionamiento de los nuevos movimientos sociales y progresistas, próximos a un determinado ideario ecologista, y otras agrupaciones.

Lo cierto es que la izquierda española está atrofiada, agotada y con escasas o nulas ideas válidas con las que poder mirar el futuro.

La pelea interna permanente que se da en el PSOE, –exclusivamente– por cotas de poder en la propia estructura, han destrozado su proyecto como organización política. Desde González, pasando por Almunia, Zapatero y ahora Pedro Sánchez, entre todos, han conseguido que con su práctica ya no puedan utilizar el término «socialismo», lo han arruinado.

La inercia por la subsistencia propia de las viejas formaciones políticas, hace que entre la actual socialdemocracia liberal, liderada por el PSOE y las formaciones democristianas al uso, –tanto catalanas como vascas– la proximidad respecto a planteamientos económicos sea objetivamente muy grande. Es por eso que hace ya lustros que el PSOE en su catón ideológico, considera como ingenuo optimismo no ya el intentarlo, sino incluso el pensar que se puedan resolver los problemas sociales.

Empezaron cuando en 1978 Felipe González dejó públicamente de ser marxista y hoy chapotean en lo que algunos de sus dirigentes llaman «realismo económico».

Con la deriva liberal asumida entre unos y otros, han apartado de sus memorias no solo la corrupción, también el paro y la precariedad laboral. Viven en el rebufo de la gestión neoliberal, fascinados por el mundo del dinero. Su decadencia moral no es para sonreír.

Qué lejos quedan aquellos pronunciamientos del «hermano de Doris» Txiki Benegas cuando afirmaba: La Región Vasco Continental debería extender su conciencia autonómica y reivindicar un estatuto de autonomía similar al País Vasco Peninsular. Esto lo decía en mayo de 1978, añadiendo que: Una vez conseguidos los estatutos de autonomía en ambos lados de la frontera han de establecerse relaciones oficiales.

Dónde se sitúa hoy el PSOE, cuando sus dirigentes vascos, en un evidente y torpe movimiento táctico, –tratando de mantener los despachos de Lakua– afirman no tener problema en asumir el concepto nación vasca como definición cultural. Con esta vergonzante y cínica declaración, además de exhibir una epidermis pétrea, supone –de hecho– una reafirmación de que la seriedad y el rigor no son parte de su patrimonio.

Llevan años arrojando lastre ideológico, creyendo así evitar el suicidio político. Están establecidos claramente en un marco liberal, con solo dos opciones; neoliberalismo y liberalismo progresista. La palabra socialismo les quema, es algo que están obligados a olvidar, quieren «modernizarse» y prosperar.

Todo comenzó hace años en Sevilla, ellos pusieron en práctica mientras pudieron, una política que bien hubiera podido desarrollar la derecha. Ahora las cosas han cambiado, la derecha, con una generación tan agresiva como dispersa y franquista, con clara vocación totalitaria, trata de blindar su posición a medio plazo y para ello está jugando con fuego.

En otras circunstancias podría decirse que la alternancia política «está servida». Hoy no es así. No hay ideología que pueda nuclear una formación política seria, no hay proyecto político, no hay liderazgo, no hay vergüenza, no hay nada de nada.

El desconcierto que expresan –unos y otros– ante los conflictos en la escena internacional y la evidente «polivalencia» de su catón ideológico, son el espejo que muestra su inestable y degradante debilidad en el Estado español. Es cierto que la política de alianzas que «algunos» pretenden escenificar en Catalunya pudiera quizá, suponer el comienzo de un nuevo capítulo tanto en el PSOE como en la izquierda española. Aunque no me parece fácil que, con una misma baraja, muestren un as de oros en Barcelona, otro en Gasteiz, haciendo lo propio en Iruñea. No parece fácil.

No debiera pues extrañar, que los actuales discípulos de Felipe González, lejos del «centralismo democrático» propio de las organizaciones políticas socialistas, utilicen los rincones sombríos para amordazar su propia organización.

Este comportamiento de acción-reacción, es más grave cuando se protagoniza con un partido político que se confunde con el Estado. Si la actual socialdemocracia liberal representada por lo que queda del PSOE, no se muestra más ofensiva que en los últimos años, si no recupera alguna de sus antiguas virtudes, los cronistas venideros (no los actuales) hablarán del PSOE como un colaborador necesario de la hegemonía del franquismo moderno.

Y los españoles recordarán al Sr. Pedro Sánchez, por no saber qué es el mandato y qué la gobernanza.

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