Iñaki Egaña
Historiador

Recomenzar el fin del mundo

Son tiempos complicados, inéditos en la crónica de la humanidad. No solo por la pandemia que gracias a la globalización y a ese turismo compulsivo se ha propagado por todo el planeta en apenas unas semanas, sino por otras señales que marcan el agotamiento de un modelo económico, político y social

Son tiempos complicados, inéditos en la crónica de la humanidad. No solo por la pandemia que gracias a la globalización y a ese turismo compulsivo se ha propagado por todo el planeta en apenas unas semanas, sino por otras señales que marcan el agotamiento de un modelo económico, político y social. Un patrón que tiene que ver con la explotación de los recursos, las relaciones humanas y todo aquello que nos ha marcado como especie en los últimos milenios. Para no parecer apocalíptico me referiré a las últimas décadas, aunque en mi interior sigo sospechando que el cambio revolverá nuestra añeja historia.

Me viene a la memoria un libro adecuado para definir esa sensación de zozobra. Su título original fue “Things fall apart”, escrito por el nigeriano Chinua Achebe en 1958. En castellano, según la traducción, se conoció por “Todo se derrumba” o “Todo se desmorona”, al igual que en francés, primero “Le monde s´effondre” y luego “Tout s´effondre”. En euskara, Alberto Martínez de la Cuadra lo tradujo por “Gainbehera dator dena”. Fue un hito para el pensamiento anticolonial, no solo en África sino entre los grupos que entonces subvertían el orden metropolitano. Hoy, el eco del hecho colonial aún retumba con un estruendo insoportable.

En el año de su publicación el Gobierno vasco se hallaba en el exilio, ubicada su sede en París. Los barbudos revolucionarios cubanos secuestraban al pentacampeón automovilista, el argentino Juan Manuel Fangio, el Sputnik soviético se desintegraba con la perra Laika en su vuelta a la Tierra y dos presidentes de ascendencia vasca, Miguel Idígoras y Manuel Etxandi, ambos de derechas, se hacían con el poder en otros tantos países centroamericanos. El sur de Euskal Herria era un desierto político, la rehabilitación patria una quimera.

En ese recuerdo de 1958, los fanáticos infiltrados en cloacas, medios, instituciones y demás han dejado perlas como la que nos ofrece al día de hoy la enciclopedia Wikipedia: “1958. La isla de los Faisanes pasa a tener soberanía compartida entre España y Francia para romper la conexión de ETA en los dos países vascos”. ETA no existía en 1958, pero su acrónimo es suficiente para explicar cualquier noticia, hasta la que acaban de leer. (Nota: jóvenes vascos, jamás toméis a Wikipedia en castellano como referencia. Su rigor es similar al de Lance Armstrong cuando juraba que no se dopaba para ganar los Tours ciclistas).

La reflexión de Chinua Achebe ha tenido continuidad no solo literaria, sino también política. La última reciente. Con motivo de la pandemia, de la de la covid 19 porque África lleva sufriendo varias tan graves o más que la última, un manifiesto firmado por cien intelectuales entre ellos novelistas reputados como Wole Soyinka, ha tenido un recorrido excepcional. La epidemia ha recordado la vulnerabilidad, la dependencia, la necesidad de reinventar el continente. Podríamos añadir de la humanidad. Boubacar Boris Diop traía a colación una frase del también escritor, el martiniqués Aimé Césaire que parece apropiada para la ocasión: «Recomenzar el fin del mundo».

Las lecturas particulares de Achebe, Soyinka, también de quienes fueron eliminados por Occidente como Tomas Shankara o Patrice Lumumba, han tenido réplica en otros rincones del planeta. En aquel 1958 que citaba acababa de distribuirse entre nosotros el “Leturiaren egunkari ezkutua”, editado el año anterior por uno de los fundadores más tarde de ETA, Txillardegi. Han pasado 60 años y el mundo camina hacia una renovación brutal. Entre ellos, también los hijos e hijas de Achebe y Txillardegi.

Recomenzar el fin del mundo es como decir que las cosas han ido cuesta abajo hasta ahora, en ese desarrollo humano que nos ha traído hasta el presente. La sociedad se construyó sobre unos pilares que hoy se desmoronan: las clases sociales, la hegemonía de género y la primacía del color de la piel, la clara sobre la oscura. Este camino ha provocado monstruos. Pero no únicamente los que marcan los cánones de lo políticamente correcto. Hitler tuvo muchísimos predecesores, tapados con aureolas de gestas heroicas.

Hoy, el mundo está conociendo varias revoluciones simultáneas que están en marcha, globalmente. Que no nacieron ayer, ni concluirán mañana. Pero son irreversibles. No me atrevo a citarlas todas porque sus dimensiones están por descubrir. Pero ahí están la emancipación de la mujer, las sublevaciones contra el racismo y la violencia policial, la defensa de la tierra y sus hábitats… Y aunque sus puntos de partida parecieran menudos, tal y como aquel sencillo gesto de Rosa Parks sentándose en un asiento para blancos en un autobús de Alabama, las consecuencias están tumbando un sistema ancestral.

En los años del diario de Leturia, la idea de una Euskal Herria soberana era apenas una hipótesis. Incluso la existencia de una nación como la nuestra, marcada por un territorio, una lengua, una historia común, y, sobre todo, una voluntad de comunidad no era apenas sino la ficción de cuatro soñadores. Han pasado décadas, han circulado por Madrid, París, Gasteiz o Iruñea colores, frenos y marmotas y, sin embargo, Euskal Herria como proyecto ha dejado de ser una entelequia.

La irreversibilidad de ciertas cuestiones cercanas se palpa en el entorno. Esa monarquía que lleva siglos socavando derechos y costumbres tiene sus días contados, está a punto de derrumbarse. Ese territorio jacobino, borbónico, construido sobre el expolio colonial se desmorona. Esa machismo, macro y micro, aunque coleando, agoniza.

Es cierto que leviatán tiene múltiples caras, capaces de confundir, engatusar. Pero también es cierto que nunca como hasta ahora, ese leviatán ha mostrado sus debilidades de manera tan evidente como con la pandemia. Tenemos a nuestro favor ese concepto de Humanidad que nos hace solidarios. Tenemos a nuestro favor esa noción no mercantilista de la vida. Y estamos plantado las semillas que resetearán este anunciado fin del mundo.

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