Juan Mari Arregi

Reconocer y agradecer a militantes anónimos solidarios

En el 50 aniversario de la muerte del dictador Franco, la sociedad y algunas instituciones han reivindicado la memoria de distintos sectores. «Víctimas del terrorismo», «Víctimas del franquismo, del 3M...»... Nadie, creo, ni Gobiernos, ni partidos políticos ni asociaciones populares, ni de la memoria histórica han reivindicado, sin embargo, el reconocimiento y agradecimiento de los miles y miles de personas anónimas solidarias durante aquel tiempo tan macabro y que arriesgaron su libertad y sus vidas ayudando a quienes luchaban directamente contra la opresión y explotación capitalista y franquista.

Acabo de recibir la llamada de una familia cuyos padres, Pablo Lasa y Begoña Intxausti, de Zornotza aunque afincados entonces en Madrid, fueron en su día ejemplo de solidaridad con Euskal Herria. Tras una pequeña nota escrita en este diario en 2014, han estado buscándome para conocerme y conocer de cerca las historias en las que estuvieron comprometidos sus familiares. Esa es la razón por la que planteo aquí la necesidad de un reconocimiento y agradecimiento público e institucional a las miles de personas que durante el franquismo actuaron de forma anónima y en la clandestinidad en defensa de los derechos nacionales, sociales, políticos, culturales de Euskal Herria. Un monumento, una escultura, una lápida o algo similar en un lugar histórico podría ser la expresión de ese agradecimiento y reconocimiento públicos.

Muchas historias e iniciativas no podrían haberse producido sin la solidaridad de personas anónimas. Solidaridad que en muchos casos llevó consigo la detención, torturas, cárcel o el exilio. Como testigo directo y protagonista de algunos de esos miles de historias e iniciativas contra el franquismo, el capitalismo, la represión y a favor de los derechos nacionales, sociales y políticos de Euskal Herria citaré brevemente tres.

La actividad de ETA y la falta de libertades políticas, sociales, sindicales, culturales, en medio del franquismo y la más absoluta clandestinidad, está jalonada de muchas de esas historias. Sin necesariamente estar de acuerdo con la lucha armada, casas particulares, coches, instalaciones parroquiales y conventos, curas, religiosos y ciudadanía en general fueron protagonistas solidarios abriendo sus brazos a las fugas carcelarias, a las asambleas de militantes políticos, sindicalistas, contra la persecución policial, ayudando a la huida al exilio vía mar o monte.

Por ejemplo, la huida de la policía y fuga al exilio no podría haberse producido sin personas anónimas que, como médicos o personal sanitario, atendían a militantes heridos por la policía, o abogados que, además de defender, colaboraban, o ciudadanos que ofrecían su casa, o trasladaban en su coche o en su barco o ayudaban a atravesar la muga por montes vascos o catalanes a activistas abertzales, antifranquistas o líderes huelguistas.

La falta de libertad de prensa, una de las características de la dictadura franquista, contribuía a la desinformación y al ocultamiento de la realidad socio política, y en especial de la represión (detenciones, torturas, etc.). Frente a ello era necesaria una prensa clandestina. Boletines de los partidos políticos y sindicatos así como otra prensa independiente antirrepresiva fueron la respuesta popular.

Un caso especial, con la represión franquista en 1975, especialmente en Bizkaia y Gipuzkoa, fue la iniciativa de «Noticias del País Vasco en estado de excepción». Aunque el capitán Hidalgo creía que el «zulo informativo» se encontraba por Durango, aquella operación la llevamos a cabo desde la clandestinidad en Madrid. Elaborar y difundir por todo el Estado español unos 50.000 ejemplares de cada boletín no podría haberse llevado a cabo si no se hubiera contado con cientos de personas anónimas que aportaron medios económicos, prestaron sus casas y oficinas para mantener la multicopista, elaborar sus páginas, multicopiar, difundirlo a través de oficinas bancarias y empresariales, trasladar a cientos de kilómetros por carretera, con riesgo de detenciones, sacos de ejemplares para que llegaran a Euskal Herria y resto del Estado Español. Sin olvidar el contacto permanente con la prensa extranjera.

Las luchas obreras, como la histórica huelga de «Bandas de Echevarri», de 1967, de seis meses de duración, no podría haberse mantenido sin la solidaridad también de cientos de personas anónimas. No olvidemos que seguimos hablando de dictadura franquista y de falta de libertades y de represión consiguiente. Y, por tanto, de clandestinidad. Mantener la huelga suponía contar con medios económicos para resistir, con multicopistas para elaborar y difundir las octavillas casi diarias, con instalaciones para las asambleas, con tribunas para defenderla. Además de los propios huelguistas, aquella huelga no podría haberse mantenido sin ciudadanos anónimos, sacerdotes y religiosos que se comprometieron facilitando todos esos medios y utilizando sus púlpitos para denunciar y llamar a la solidaridad, e incluso concentrándose, con sotanas, ante el Gobierno civil de Bizkaia. El mismo libro histórico de «Nuestra Huelga» no podría haberse elaborado y distribuido sin que antes hubiere personas anónimas que iban y venían a Iparralde para elaborar el libro definitivo, porque quien lo coordinó, líder obrero huelguista, tuvo que exiliarse a Donibane Lohitzun. Lógicamente, para editarlo y distribuirlo y pasar la muga tuvo que haber personas anónimas que arriesgaron su libertad y sus vidas.

Si a ello añadimos la solidaridad actual vasca con otros Pueblos, como el Sahara, Palestina, Ucrania y otros Pueblos africanos, asiáticos, latinoamericanos, con miles de inmigrantes económicos y políticos entre nosotros, el cuadro de la solidaridad se amplía y actualiza.


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