Iñaki Egaña
Historiador

Reconquista

El lenguaje es muy traicionero, ideologizado en grado supino. El título de este artículo es un ejemplo de la frase anterior. Si entran en las enciclopedias virtuales o en las de papel, encontrarán referencias a un supuesto hecho, acompañado de otro supuesto sentimiento, que se prolongó durante casi ocho siglos.

La pugna de religiones, también supuesta, entre dos tendencias monoteístas. Nadie en su sano juicio puede mantener un período tan extenso y marcarlo con semejante sustantivo, reconquista. Los matices superan al meollo. En consecuencia el matiz es el hilo central. Sin embargo, las escuelas de la Piel del Toro siguen enrocadas en presentar aquellos siglos con ese tufo patrio, inexistente entonces: España (una entelequia) fue invadida por una horda musulmana. Exactamente 770 años después (781 según la RAE), los «indómitos hispanos» expulsaban a los cismáticos.

Durante años, desde que finalizó la Segunda Guerra carlista, el enemigo español ya no se encontraba lejos de la metrópoli, al otro lado de los océanos, sino dentro de sus límites peninsulares. Sus constituciones políticas marcaron, de esa manera, el papel garante que debía jugar su estructura militar. Cuando llegó la guerra civil, los golpistas volvieron a utilizar profusamente el concepto, como si se encontraran en una nueva aventura política, para «remediar» una anormal naturaleza. No se trataba de anexionar nuevos territorios, como en el siglo XVI había sido el de Nafarroa. Para ello ya había un término apropiado, conquista. Sino de recuperar para la idea nacional los territorios, y sus gentes obviamente, insubordinados. Nuevamente a vueltas con la reconquista.

Estos últimos días nos hemos topado con ese vocablo que parece antediluviano. Al igual que los párrafos anteriores. En varios escenarios. El virtual ha sido, por razones de la modernidad en la comunicación de las llamadas redes, el de mayor eco. Pablo Iglesias, el vivo, no aquel que fundó el PSOE y la UGT, acababa de leer un libro de Gregorio Morán sobre los tiempos de Adolfo Suárez. Y para manifestar públicamente su afición a la lectura rescataba, con una fotografía realizada desde su teléfono celular, varios párrafos dedicados a Euskal Herria relacionados con Manuel Fraga, aquel caimán político de infausto recuerdo. Por ello, y porque las elecciones autonómicas al Parlamento de Gasteiz están a la vuelta de la esquina. Es decir, también por marketing político.

En las letras de Gregorio Morán, autor del original, el periodista relataba cómo Manuel Fraga había diseñado la Transición en Euskal Herria. Al menos parte de ella. La más sórdida la conocemos de sobra (Gasteiz Tres de Marzo, Jurramendi, Sanfermines, BVE...). No era el tema. Se refería a la «cívica». De nuevo el tufo de la reconquista, territorio hostil al que hay que ganar, en este caso, por el empuje de las Casas Regionales, por la migración española para despolitizar unas gentes que para Fraga estaban muy «ideologizadas».

El hecho de la reconquista ya no era susceptible de sorprender. Escuchar a los comentaristas de la televisión pública española en estas olimpiadas de Río de Janeiro nos da una pista de qué lenguaje seduce a los voceros estatales. Me quedé con la segunda idea, la de la ideologización excesiva del pueblo vasco, al parecer contrario al bien común (se supone de la causa española). Para ligarla a otra posterior, hecha 25 años después.

Porque cuando Rafael Vera, secretario de Estado (hispano) en la época de los GAL, deportaciones, entregas, torturas sistemáticas, etc... se despachó a sus anchas en otro libro, esta vez escrito por Santiago Belloch, hermano del ministro asimismo de infausto recuerdo (¿qué ministro del Interior no ha dejado aciaga memoria?) volvió la mirada atrás, su parecido con Fraga se hizo extraordinario. Cuando Belloch le preguntó por Eugenio Etxebeste, delegado vasco en Argel en las conversaciones entre ETA y el Gobierno de Madrid, la respuesta de Vera fue sintomática: «estaba muy ideologizado».

En medio de los calores veraniegos y habituado de los mensajes intrascendentes convertidos en hipérboles de las llamadas redes sociales, he querido traer al papel estos dos ejemplos, condimentados con la pertinaz «preocupación» que tienen los padres de la patria española en la asimilación integral de los (sus) ciudadanos. La aparición de sus símbolos por doquier, bandera, reyes, himno... de la Marca España. Con esa imagen de reconquista, que va unida a la desideologización.

Ya, me dirán algunos lectores. Egaña también utiliza hipérboles. Está hiperideologizado. Ve fantasmas donde no los hay. Los vi, efectivamente, en la retransmisión del oro olímpico de Maialen Chourraut. Una bandera española a su lado. Las redes denunciaron las imágenes. Desplazadas e invisibles para los espectadores televisivos, ikurriñas, rótulos en euskara... Otro país que no es España.

Ya, de nuevo. Pero las imágenes las ofrece la televisión brasileña, me apuntó un colega. ¿Qué les importa a los brasileños el conflicto identitario entre vascos y españoles? Ayer supe, lo contó un speaker de la pública española, que las retransmisiones de modalidades olímpicas, 24 en total, se reparten entre varias cadenas internacionales. Brasil no es capaz de llegar técnicamente a la totalidad. Y, sorpresa, a España le corresponden dos. Baloncesto y... aguas bravas, la de Maialen Chourraut. Capar las ikurriñas, reconquistar las mentes, desideologizar desde la ideologización (hispana) de todas las facetas de la vida, incluso las más mundanas.

El efecto de reconquista, unido al de la desideologización, se ha agrandado con motivo de la Semana Grande donostiarra. Pregón polvoriento, por eso del «chupinazo», en manos de actores de una cadena televisiva casposa y presencia regia en la Plaza de Toros, para que nadie tenga dudas de que es una pica, denominada oficialmente como «Illumbe». Ya se sabe que el vascuence no utiliza la «m» antes de la «b». Junto al emérito que pasará a la historia como un borbón de pro, cacerías y ligereza de cascos, toda una recua de vividores foráneos y autóctonos. «Hay que defender la Fiesta, que para eso es un activo de España», dicen que dijo el borbón.

La designación de capitalidad cultural europea para 2016 ha tenido un peaje inmenso. Hace unas semanas, la ciudad guipuzcoana inauguraba una muestra apologética de guerras y monarquías. Apuntaron que se trataba del acto central de la capitalidad. Extendida la idea de que la imbecilidad y tragaderas de la «ciudadanía» habían sobrepasado el umbral que marcan los medios afines como límite, la llamaron «Tratados de Paz». Llegó, besó el santo, posó ante las cámaras y regresó rápidamente a la Corte. El último borbón.

El pack para el apoyo a la capitalidad, sobre todo económico, entra dentro de los términos introducidos. Reconquista. El objetivo el mismo: la asimilación. Fracasó la sublevación militar como «solución total», fracasaron los estados de excepción, fracasó la vía de las casas regionales, fracasó la tortura sistémica como medio de amilanar a la «ciudadanía» vasca más combativa, fracasó la desertización y deslocalización económica (con matices), fracasó la heroína...

Y ahora toca, los tiempos son proclives, la idiotización colectiva, la criminalización del espíritu crítico, la «desideologización» de un pueblo que más abajo del Ebro se cita demasiado ideologizado. ¿Cómo lograrlo? La Marca España es la vía. Los medios de propaganda, el sendero (¿Alguien los llama aún de «comunicación»). Y el objetivo, el de siempre. Me dirán que soy un pesado con eso del revival histórico. ¿Objetivo? La división provincial administrativa de cuando inventaron las «provincias» en 1833. Avalada por la Constitución española de 1978. O lo que es lo mismo, que en breve tiempo, Gipuzkoa tenga el halo político de Cuenca, Bizkaia el de Cáceres, Nafarroa el de Soria y Araba el de Toledo. Eso sí, como decía Fraga, con un «sano regionalismo».

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