Imanol Olabarria Bengoa

Reflexiones sobre el momento

Ojalá el coronavirus rompa con nuestra miopía y nos haga contemplar la situación extrema que emigrantes, los sin techo, los privados de todo derecho en cárceles y CIEs, y que subsisten entre nosotros soportando esta coyuntura. Y cómo aproximarnos e imaginar la devastación y hecatombe que amenaza ya a pueblos y hasta continentes como el africano.

Quién habría de decirme, que de estar divagando sobre las amenazas de la automatización, el cambio climático, la industria militar…, y en un espacio confortable, seguro, protegido..., llega un bichito tan pequeño, imperceptible incluso a nuestros propios ojos, y ¡zas! me amenaza, nos amenaza en lo más básico de nuestro ser, en el centro de nuestra línea de flotación, en nuestro ser o no ser.

Y nuestra conciencia de fragilidad, vulnerabilidad, orfandad, se dispara por momentos y toma una tal dimensión..., sin parangón, en opinión de muchos, desde la II Guerra Mundial. Y que un Peridis, viñetista, nos lo expone así: «¡Ciudadanos! / Proteged nuestra salud/ Y la de todos. Que el Gobierno no es inmune».

La verdad, yo me sentí amenazado, y como gusano huía en busca de escondite. Tras ese primer impacto, fui poco a poco recuperando, con alguna que otra lectura, una cierta serenidad, y terminé pensando que con nuestra complicidad, y no por la pura casualidad como afirmaba uno de los escrito, yo, nosotros, el hombre blanco, los llamados del «Primer Mundo», constituíamos la generación más próspera, sana, segura, mejor vestida, alimentada y longeva de la historia de la humanidad, frente a una mayoría que nació, que hoy vive, y mañana morirá sin salirse de la crisis, sea el coronavirus, o la desigualdad que mata más que la misma guerra o cualquiera de las epidemias.

Somos los privilegiados que no queremos reconocernos como tales, y ojalá el coronavirus rompa con nuestra miopía y nos haga contemplar la situación extrema que emigrantes, los sin techo, los privados de todo derecho en cárceles y CIEs, y que subsisten entre nosotros soportando esta coyuntura. Y cómo aproximarnos e imaginar la devastación y hecatombe que amenaza ya a pueblos y hasta continentes como el africano.

En otro momento de este periodo de confinamiento me dio por pensar, que quienes habían empezado sembrando el miedo, eran los que poco más tarde nos vendían seguridad, imponiendo un grado tal de control que jamás antes se había conocido.

Y me preguntaba cuánto de verdad y mentira hay en este relato del coronavirus respecto a epidemias anteriores. Y frente a tanto estropicio, paralización, sangría impuesta, me interrogo qué buscan, a dónde intentan arrastrarnos, o qué quieren experimentar con nosotros... que les compense tal hecatombe.

Viendo el grado de confinamiento al que nos han sometido y del que nos hemos constituido en sus guardianes..., sospecho que nunca antes nuestra generación se ha sentido tan cogida, y desde tan adentro. Se impone desvendar nuestros ojos y reconocernos en nuestro sometimiento.

Si queremos un futuro deseable, hemos de apostar por nuestra propia dignidad, repudiando toda sumisión, delegación que nos expropia y nos mercantiliza convirtiéndonos en objeto de trueque de los gestores políticos, económicos...

Hubo en este proceso de confinamiento, algo que me marcó y me irritó sobre manera. Fue la irrupción y el discurso del presidente del Estado español, arropado por dos delincuentes uniformados y empujándonos a un trabajo codo a codo, de todos con todos, por encima de clases e ideologías.

La imagen televisiva del presidente, arropado por dos delincuentes uniformados me recordó a un Sanchez Ferlosio que dejó escrito, más menos, que las proclamas y verdades del poder son siempre falsas, como lo demuestra el hecho de que su séquito, escolta, no está compuesto de estudiosos, sino de guardaespaldas. Un presidente de Estado arropado, protegido por dos delincuentes uniformados, máximos representantes de dos instituciones, Monarquía y Ejército, que en el mejor de los casos son los más grandes parásitos en nómina del Estado español.

Dos delincuentes uniformados, defensores de intereses ocultos, inconfesables, vinculados con la dictadura y la dictablanda, escenificando la mentira.

Profesionales que se nutren de la industria militar, (industria de la muerte) y de las guerras. Tumores malignos de la condición humana, que por un futuro más humano, habremos de extirpar.

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