Larraitz Ugarte Zubizarreta
Abogada

Relato postelectoral

El cansancio y agotamiento de un modelo de gobierno autocrático se está empezando a palpar. Ya hemos visto este fenómeno en algunos municipios en la última década y parece que la mancha se está extendiendo

Una de las cosas que más me interesan de las elecciones son los relatos postelectorales. No tanto por los sesudos y aburridos análisis que realizan los tertulianos repartidos por diferentes radios y teles de este país fingiendo que ya sabían lo que iba a suceder, cuando no tenían ni idea, sino por cómo se retratan los partidos ante sus propios resultados electorales.

Como era de esperar, hemos visto un pasillo de políticos que han disfrazado de éxito su rotundo fracaso, salvo en el caso de Elkarrekin Podemos a quien hay que reconocer su sinceridad, la verdad. Quién no ha reconocido a aquella Izquierda Unida menguante, debacle tras debacle, en las palabras de Pilar Garrido. Aun así, sus razones suenan a huecas e inconclusas, como cuando alguien quiere montar un relato a su gusto y no tiene la valentía política de asumir que estaba equivocando. Un sí es no, que de poco sirve a un partido, que si bien tiene propuestas muy interesantes, no acaba de entender que la izquierda en este país ya tiene espacio propio y las luchas intestinas acaban desesperando al más paciente y entusiasta seguidor.

El resto, todos, han hecho un alarde de insinceridad para intentar acallar unos números que no avalaban sus relatos, salvo en el caso de EH Bildu quien ha cosechado unos resultados históricos y que tiene motivos reales para la alegría que mostró.

Así hemos visto a un Carlos Iturgaiz eufórico tras unos resultados desastrosos, rozando el ridículo al atribuir su pérdida de votos al exilio ocasionado por un grupo que hace una década no está activo. Ni mu del papel de su partido en los últimos años, de la insignificancia del Proyecto España en estos lares, ni, evidentemente, de cargarse a la máxima figura del partido de los últimos años en vísperas electorales.

Qué decir de Idoia Mendia, que ha optado por el gris para todos sus looks. Un gris de tanto estar a la sombra por un puñado de cargos en gobiernos, un gris de pérdida de identidad, de sometimiento y subalternidad a un partido que los trata francamente mal a nada que se tenga un poco de orgullo partidista. Subalternidad también a Madrid, como si este país se pareciera a Toledo, Albacete o Badajoz. Un cúmulo de naderías, de campaña plana, de valoraciones fantasiosas del trabajo realizado que no han sido contrastadas con una práctica de izquierdas. Idoia Mendia ha llevado a su partido a un escenario del que deberían salir, porque han perdido mucho más que 4.000 votos, mantienen el estar pero han perdido el estar siendo.

Equo ha pasado a la irrelevancia política y no le ha acompañado la ola verde que surca Europa, tal y como vaticinó. Quizá porque aquí todavía la política ni es tan líquida ni tan naif como en otras partes. Quizá porque su líder, Jose Ramón Becerra, a pesar de que todos los tertulianos lo ensalzaron, puso demasiado en evidencia en los debates electorales que su escaño serviría de muleta a Urkullu. Su tono verde se parecía mucho al del PNV. Tomo prestado un aforismo de un amigo que dice que hay algo peor que un gran dictador y es un microtrepa. Quizá enseñó demasiado la patita y la conclusión ha sido que su voto, autoproclamado útil, se ha reconvertido en escaño para los fascistas en Araba.

La noche electoral tampoco fue dulce para un PNV que si bien consiguió su objetivo político de gobernar en mayoría absoluta con Mendia subiendo tres flamantes escaños vio cómo 50.000 votos se le iban por el sumidero. Y a pesar de que lo han intentado apresurándose a hablar de gobiernos para pasar de puntillas por los resultados, no han podido ocultar su decepción por estos, tal y como se vio en las caras de algunos dirigentes la noche electoral.

Durante toda la precampaña y en la misma campaña trataron de imponer el relato a través de múltiples encuestas realizadas por afines o por aquellos que prefieren a un partido obediente a cualquier cambio posible, de que no había partido pero lo había, vaya si lo había. La realidad se impuso.

Luego nos han intentado convencer de que la culpa la tiene EH Bildu que ha conseguido que la abstención suba 8 puntos por el miedo azuzado en la sociedad. Y resulta lógico que no quieran analizar en profundidad el por qué de su debacle. Con un partido fuerte, centenario, una red clientelar creada y arraigada en 40 años, mucho estómago agradecido y el miedo español al cambio, ¿cómo es posible que esto suceda? Quizá deberían ver que a Urkullu lo acompaña la marca pero aporta más bien poco como líder. Quizá deberían entender que la sociedad está cambiando, que las nuevas generaciones no simpatizan con la soberbia y la arrogancia de quienes piensan que el país es un cortijo suyo. Quizá deberían ver que gobernar para unos pocos margina a la mayoría y que, por suerte, desde el voto del más rico hasta el del más pobre, todos y cada uno vale uno. El cansancio y agotamiento de un modelo de gobierno autocrático se está empezando a palpar. Ya hemos visto este fenómeno en algunos municipios en la última década y parece que la mancha se está extendiendo. Quizá deberían escuchar y observar el país que tienen delante y tratar de trabajar en los debates electorales para que todas estemos mejor y no para hacer equilibrios calculados para perpetuarse en el poder.

EH Bildu fue el gran vencedor de la noche. Con unos magníficos resultados fue el único que subió, subida espectacular si se tiene en cuenta la alta abstención. Su buen hacer, su humildad, hablando cara a cara a la gente, crítico con la actual gestión y con proyecto de futuro, representado por una excelente candidata, Maddalen Iriarte, ha sabido aglutinar ese cambio que ya se está percibiendo. Toca trabajar duro pero sin duda el soberanismo de izquierdas es la única opción de futuro para un país infinitamente mejor.

Recherche