Asier Ventimiglia
Sociólogo

Restricciones neoliberales

La razón colectiva fue sustituida por la satisfacción individual y los agentes sociales dejaron de formar parte de unidades convivenciales para afrontar el falso reto de la autocomplacencia a partir de convertir el consumo y la participación en la macroeconomía como principal paradigma de felicidad.

A diferencia de lo que estamos acostumbrados de leer, las bases del neoliberalismo no se establecen en ningún «libro sagrado» como las ideologías, aunque tomen como referencia las aproximaciones de Adam Smith (1776) en “La riqueza de las naciones” o las teorías pioneras del liberalismo ilustrado de Montesquieu y John Locke.

Con la finalidad de evitar ser considerada una construcción ideológica, el neoliberalismo se estableció mediante la naturalización de las normas y construcciones sociales; al igual que aquello que consideramos leyes naturales no tiene un manual de instrucciones sino que se da por sentado como únicas e inviolables, la fundación del neoliberalismo utilizó esa objetivación para convertir lo social en natural.

Por ello, más allá de establecer un modelo de producción y más limitaciones a la gobernanza, el neoliberalismo también introdujo nuevas formas de ver, pensar y sentir que no estaban sujetas a ninguna teoría redactada per se, sino que gracias a las herramientas de comunicación y propaganda –proveniente de los Estados Unidos con el «American Way of Life»–, los habitantes de diferentes Estados empezaron a naturalizar ese modelo de vida como el más natural para la felicidad del ser humano; por supuesto, hablamos de una felicidad basada en la concepción individualista del self que trajo consigo nuevos modelos de comunicación, donde la razón colectiva fue sustituida por la satisfacción individual y los agentes sociales dejaron de formar parte de unidades convivenciales para afrontar el falso reto de la autocomplacencia a partir de convertir el consumo y la participación en la macroeconomía como principal paradigma de felicidad.

Por consiguiente, las normas y valores de acción y comportamiento que recibimos desde pequeños y que naturalizamos como normales permiten que las funciones del neoliberalismo sigan su curso, pues a priori no las cuestionamos ni las desligamos de la naturalidad con la que las pedagogías dominantes nos educan. No obstante, la razón de su desnaturalización persiste en la resistencia de movimientos, cooperativas y diversos agentes sociales que logran deconstruir lo naturalizado y diferenciarlo de lo construido asegurando que, como decía el lema de Eragin Bilbo: esto no es lo que hay.

Existen alternativas y, aunque el neoliberalismo expandió sus valores individualistas a través del proceso de globalización, desnaturalizarlas permite observar con mayor claridad que la desigualdad en las condiciones materiales proviene de una estructura jerárquica-vertical y que no es dependiente de las decisiones personales, así como otros errores de sistema como la falsa dicotomía por parte de gobiernos entre salud y economía, que pone de manifiesto que el neoliberalismo es un sistema económico con condiciones laborales homicidas para la clase trabajadora, que atenta contra la salud pública e incluso para la salud del planeta en su conjunto como vemos con el proceso del cambio climático.

De esa falsa dicotomía entre la salud y la economía llegamos a las medidas gubernamentales para afrontar la pandemia, donde no es casualidad las fechas en las que se aplican los confinamientos y restricciones; los gobiernos no pueden permitir que los valores de reproducción social neoliberales se vean detenidos por la pandemia, ya que la dicotomía neoliberal entre salud y economía deriva en que uno debe prevalecer sobre el otro. Los confinamientos de noviembre en diferentes países y regiones denotan que los gobiernos están ante un sálvese quien pueda para garantizar que la autocomplacencia generada por la mercantilización de la cultura y las tradiciones como herramienta de individualización de lo comunitario, en este caso en el consumismo navideño, se celebre con normalidad, pues aunque la salud esté en juego, la adquisición del capital está siempre por encima.

La misma fórmula aplicada con las tres fases hasta mayo para garantizar un verano turistificado, se aplica de nuevo ahora en invierno. Inclusive, cabe destacar que el acceso a las tecnologías de la comunicación e información otorgan un soplo de aire fresco al neoliberalismo porque la oportunidad de compras online permiten reproducir los valores del consumismo por la amplitud de marketing que ofrecen las redes sociales. Aún bajo restricciones, el sistema tiene un as bajo la manga.

Pero aún en coyunturas peligrosas para la salud pública, el neoliberalismo tiene un temporizador que los Estados han de respetar para garantizar la supervivencia del sistema, que por supuesto consiste en cumplir con el mandato económico en el tiempo previsto, caiga quien caiga. Y para los gobernantes más afines al neoliberalismo, la hostelería y en su conjunto el comercio local son quienes deben sacrificarse para salvaguardar los valores del sistema y las grandes inversiones de multinacionales al tiempo que, por ejemplo, se inyectan millones de euros para el metro de Donostia.

El análisis de qué supone para la población la existencia de facto de la dicotomía entre salud y economía debe abrir paso a la desnaturalización de un sistema cuyo modo de vida quizás no es tan perfecto para el ser humano como la propaganda nos ha hecho creer.

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