Iñaki Egaña
Historiador

Saludos desde Oregón

La cultura de la proximidad de la apocalipsis es un ariete con el que nos aguzan el miedo para dejar la intervención política y la gestión económica en manos de una élite. La iglesia defendió su espacio con la picana, los que privatizaron el ahorro vasco con la validez de «profesionales» cuyo equipaje más notorio ha sido el del pago de la cuota del batzoki o casa del pueblo, sin atrasos.

El miedo es un bagaje emocional que nos sacude por nuestra condición animal. Nos ayuda a enfrentarnos a situaciones de peligro, para calibrar las respuestas. Para presentar una serie de recursos, con prudencia, frente a lo desconocido. Y esas apelaciones que producimos, en un proceso bioquímico, tienden a ser conservadoras, desde cuando habitábamos en Santimamiñe o Isturitz, desde que aún, en el proceso evolutivo, éramos zarigüeyas. Conservar la vida. Por ello, somos conservadores por naturaleza.


Cuando tenemos cierta perspectiva para analizar con respiro el pasado, la guerra, el holocausto nos han dejado decenas de experiencias generadas por el miedo. Incomprensibles al visionar los fotogramas, uno a uno, inteligibles en su complejidad. «El cementerio está lleno de valientes», dice una máxima universal.


La aplicación política del miedo, particular o colectivo, es, en la misma medida, una diligencia atávica. Los defensores de la línea católica del cristianismo alarmaron a sus seguidores con el horror del fuego eterno, la tortura infinita y el fin de la esperanza. Con el objetivo de crear súbitos sumisos y asexuados, destinados a la perpetuación de la élite sacerdotal. Un miedo que, en los escenarios de confrontación, se puede convertir en terror.


Lucas, en su evangelio, por cierto en su origen anónimo y luego adjudicado al susodicho, y por continuar con la línea religiosa, citaba el miedo de los seguidores del esenio a contraer «impurezas legales». Nada que ver con nuestro ácido desoxirribonucleico. Más bien con las pautas culturales y políticas que nos han impuesto. El tema que me interesa.


La Fundación Zumalabe, criminalizada por el juez Garzón en una operación con nombre de coña (Itzali-Apagar), había hecho precisamente unas interesantes reflexiones sobre modelos de militancia y supremacías políticas. En ellas sugirió la idea de la transmisión del castigo como estación final para quienes no comparten la hegemonía ideológica e institucional y, de la misma manera, a través del miedo, desmovilizar a la disidencia política.


Una reflexión que la hemos vivido y ahora, si nos dejan, la estamos describiendo. Una constatación a través de todo un sistema engrasado para primero desmotivar, enfrentar y alejar de códigos transformadores a quienes ahondan en el compromiso, tanto revolucionario como coyuntural. Una máquina que ha dado lugar a una, a veces visible y otras invisible, industria del miedo. Con sus ideólogos, profesionales, agentes y, llegado el caso, mercenarios.
No quiero tirar de hemeroteca para avalar el rotundo párrafo anterior. Cada uno de los lectores de estas líneas podría aportar decenas de notas, incluso experiencias. Me voy a fijar únicamente en tres grandes apartados que estamos padeciendo en estas últimas semanas: la segregación de Catalunya, la implosión de Podemos y la gestión institucional de Bildu.


El referéndum catalán del 9N y la hoja de ruta que está al caer y que, al parecer, provocará un proceso soberanista a través de unas elecciones plebiscitarias, ha tenido como contrapartida la difusión de aprensiones entre los catalanes. Desde la filtración de bullas de sables, amparados no lo olvidemos en la Constitución española enrocada en su «enemigo interior», hasta el boicot a los productos de Catalunya, algunos de ellos estrellas en el consumo navideño.


Artur Mas puso apellido a esta campaña hispana, la «estrategia del miedo», que, en lo fundamental, pasaba por un descalabro económico como principal hipótesis. Una gran amenaza. Cuando Ibarretxe avanzó su plan, y lo defendió en Madrid sin éxito en 2005, el argumento económico tuvo su peso, pero también el emocional, la balcanización de Euskal Herria: desestructuración social, guerra, fosas, matanzas y Gernika de nuevo.


Con el llamado efecto Podemos, las sensaciones son similares y nada particulares. Las hemos escuchado en Grecia con el ascenso de Syriza, el PSUV en Venezuela o hace dos décadas con la explosión verde en Alemania, luego ajada en la gestión. Los demonios son anticristos y están repletos de sinónimos tales como Satán, Lucifer, Luzbel, Metistófeles... No se trata de embarrocar estas líneas. Los ángeles, en cambio, lucen un halo de pureza.


Las encuestas en Nafarroa tienen parte de ese combinado en alargar la estrategia del miedo. Al estilo del referéndum de la OTAN de 1986. Aventar la posibilidad de un cambio drástico para unificar a la contra, a la derecha, a la élite de siempre. En vísperas de una sucesión incierta de Yolanda Barcina, con un partido (UPN) atrapado por la corrupción y el descrédito, la derecha saca su carta de tahúr. Llegaban los vascos, la cantinela de siempre. Ahora también los rojos. Y por si alguien no lo recordaba, vasco y rojo se asocia a una memoria terrible: 1% de la población navarra (1936) ejecutada por disidente. «El caos o yo». No queda otro remedio.


El acoso a la gestión de la izquierda abertzale en las instituciones vascongadas pasa por otra de estas etapas en la «estrategia del miedo». Claire Sterling y aquellos manipuladores mantuvieron en la época del plomo aquello de la Internacional Terrorista. Antón Irala, Josu Bergara, Joxean Rekondo y tantos otros, se encargaron de extender hasta el ridículo aquella máxima de que los órganos de decisión de la izquierda abertzale no se encontraban en el Goierri o Arratia, sino en las catacumbas de una cheka en Albania o junto a los silos de Vladivostok. Que Enver Hoxha era el superior de Jon Idigoras y que Ilch Ramírez, Carlos, el instructor de los jóvenes de Jarrai.


La proximidad de las elecciones de mayo de 2015 vuelve a azotar el miedo, extendiendo desde esas mismas tarimas viejos lemas. ¿Quienes son los demonios del mundo actual? Venezuela, Cuba, Corea del Norte... pero también fundamentalismos y nacionalismos injuriosos, como el de Donetsk. ¿Quieren conservar su casa hipotecada, su coche a plazos, su perro sin bozal? Voten a quien lo deseen. Pero no a los radicales, a los antisistema, a los internacionalistas, a los revolucionarios... porque entonces, como decía Chinua Achebe, todo se derrumbará. Y somos conservadores, como las zarigüeyas.


La estrategia del miedo obtiene resultados, indudablemente. Los obtiene de esa mayoría permeable a las sensaciones más atávicas. Incluso de otras minorías pretendidamente más concienciadas. Aunque estas estrategias tengan un recorrido corto, coyuntural. Porque muchas de estas patrañas se caen por su propio peso, son abandonadas por su falta de credibilidad en el tiempo.


Desgraciadamente, la brevedad de esta estrategia la he descubierto hace poco tiempo. Recodarán que hace unos treinta años, una confrontación histórica nos llevó al borde del abismo. Una empresa llamada Iberduero, con el apoyo de Westinghouse y otras del ramo, quiso construir una central nuclear en Lemoiz. Recibió apoyos de sabios, empresarios, gestores... la flor y nata de la élite vasca de entonces. Lemoiz o el caos, Lemoiz o la vuelta al monocultivo de berzas.


Entonces, ese grupo que nos mira por encima del hombro a todos aquellos que no entendemos de la «gran política», de la «amplitud de miras», dejó un rotundo mensaje que reproduzco exactamente: «Si Lemoiz no se construye, seremos, de nuevo, un pueblo de emigrantes. La Pampa argentina y las llanuras de Oregón y de Idaho esperan a nuevos emigrantes expulsados de su propia tierra por la vesania de estos fanáticos».


¿Qué hacer? Lemoiz fue enterrado. No hubo energía nuclear en nuestro país. Y yo, que tenía que dar de comer a tres hijos, cargar con una madre ya anciana y buscar un futuro digno para mis descendientes, abandoné la casa de mis antepasados y emigré al otro lado del océano. Hice caso a los consejos del EBB. Hoy, uno de mis hijos, ya adulto, estudiado y bastante avispado, me ha contado eso de la «estrategia del miedo», cuyos argumentos se los he robado para este artículo. A mí, sin embargo, no me quedan muchos resuellos. Pero aprovecho para enviarles a todos ustedes, vascos europeos, un saludo desde Oregón.

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