Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Sansón y Dalila

El problema histórico de los socialdemócratas es que han de vivir de quienes los tienen encarcelados en su Sistema. Los socialistas viven en libertad vigilada y son la vacuna contra la liberación social de los pueblos. Esto conlleva de modo irremediable una ideología permanentemente podrida y una fachada política repugnante.

Un socialista es, por definición, un prófugo de si mismo. Un burgués generalmente mal vestido. Un orador hecho de palabras halladas en los más asfixiantes vertederos. Un peatón que anda con una tercera pierna oculta. Pensaba en ello mientras seguía el debate de los barones del PSOE en torno a un vapuleado José Sánchez, que trataba de formar algo parecido a un frente popular con Podemos para probar la última regeneración posible de la sociedad española. Vano empeño. 

Los  barones de Castilla-La Mancha, de Valencia, de Asturias, de la penosa Extremadura o de Andalucía se proyectaron como un rayo sobre quien pretendía que constituyera un derecho constitucional –ya que tantos ciudadanos están obligados a tantas otras cosas amargas por la Constitución–  el tener una vivienda, cobrar un salario que les certifique como seres vivos, no pagar lo imposible por el derecho a la salud ya tan rateada, disfrutar de unos servicios sociales sólidos…

José Sánchez se sintió socialista mediterráneo y no alemán o injertado de francés –estos últimos inmigrantes hace una generación– y propuso que los trabajadores encerrados en la cárcel de sus necesidades pudieran disfrutar al menos de un respiro de fin de semana con algo más de sustancia. Y al llegar a la frontera social de la propuesta fue cuando se oyó el alarido de los barones: «¡Ni un paso más! ¿Qué diría el amical alcaide encargado de los cerrojos  sistémicos en la Moncloa? ¿Qué sería de los auxilios que nos presta el Sistema?».

Mas Pedro Sánchez había hollado ya el tabernáculo y por tanto era preciso reparar de alguna forma esta posible deslealtad a los dueños de las fincas que tienen en usufructo los barones socialistas con tarjeta negra en el cajero del Estado. Había además que sahumar al Estado sin dejar de ser socialista, aunque con desgana. 

Y así la práctica de su izquierdismo se hizo imposible para el Sr. Sánchez, que cayó en el horror de proponer otro derecho fundamental, como es el derecho a la soberanía. «Tenemos la coartada», gritaron los barones que quieren seguir disfrutando de la herencia del felipismo ¡La coartada¡ Ahí estaba la diana con la figura de quien había decidido no más que echar un sí es-no es de izquierdismo al comistrajo socialista. Conste que el Sr. Sánchez no defendió la independencia de Catalunya o Euskadi, sino que habló tan sólo de añadir un derecho constitucional más al retrete de la Constitución (Retrete es, en castellano clásico, un cuarto pequeño. Véase el Sebastián de Covarrubias). 

Pero los barones volvieron a clamar que antes darían la vida que permitir que España se rompiese. «A ver si me va tocar a mí el lado malo», debió pensar más de un barón. Porque España es un producto inmensamente delicado sobre cuyo embalaje los coloniales dueños residentes en Madrid suelen poner el correspondiente aviso cuando se menea la cosa: «Contenido muy frágil. Manténgase la caja en  posición vertical. Hecho en España».

Y en tanto sucedían los trances de la pícara comedia en primera fila del aquelarre una baronesa se regodeaba mientras esperaba tras su danza la cabeza de José Sánchez, que quería bautizar la Constitución para librarla del embrujo del 78. 

Porque los varones son más barones si les premian con el laurel senatorial en Madrid ¿Qué puede hacer un socialista en Badajoz, tan lejano a Madrid? ¡Ay, Bautista, que se te ocurrió en horamala ser socialista! Te ha faltado la bendición de quien siempre supo que los socialistas sólo mantienen su lealtad cuando el César de Ferraz advierte que quien se mueve no sale en la fotografía. Entonces tragan felipismo como si fuera ambrosía. Bien sabía esto y lo practicó el depurado cultivador de bonsáis. Y bien lo sabe la Sra. Díaz, aunque no domine el arte cuidadosamente japonés de los arbolitos sin sombra.

Además para ser un Felipe hace falta un Alfonso con su guadaña. Tú, Sánchez, no tuviste en cuenta todo este enredo y te lanzaste a la piscina sin calar el agua. Y así fue sucediéndote el cúmulo de avatares y cuando llegaste a la reunión de la Campana de Huesca ya llevabas la cabeza debajo del brazo. 

Sánchez, hay que saber la historia de España para andar por sus andurriales. De ello hacía extremos y visajes en el cónclave socialista Patxi López, exlehendakari de Euskadi, que fue un felipista que hizo la cosa a derechas: primero limpió el camino de reptiles y luego facilitó un pico y una pala a los «populares» para que le ayudasen a distribuir la mezcla. En fin, que Sánchez se sintió Sansón ante la asamblea socialista de Madrid y se durmió plácidamente en el regazo de la hermosa y rozagante Dalila que, según el libro deuteronómico ‘Jueces’, le rapó la cabeza en pleno ronquido para entregarlo, sin fuerza ya, a los filisteos. 

Otra constatación que siempre he hecho como español consiste en la lectura previa de los libros santos cuando uno decide cambiar el gobierno de las cosas. Se trata de comprobar si han mejorado algo los procedimientos. Vana pretensión. Uno puede confiar mucho en Dios, pero a la vez hay que cuidar con perspicacia todo movimiento que se haga cuando se anda por tierra de los cananeos. Creo conocer  Andalucía y sé que si no tienes las credenciales de Marinaleda firmadas en el alma –la honrada y magnífica Marinaleda– acabarás en el capazo de los castellanistas y, aún peor, en casa de Bertín Osborne para guisar unos pescaditos con Carlos Herrera. 

Andalucía no suele acordarse ya de Blas Infante, que quería regresar la nación andaluza a la creación de pensamiento, en lo que fue admirable; a la invención de la ciencia, a la gracia del agua bien gobernada y a un Mediterráneo dinámico y progresista que quedó clausurado a las incitaciones del afán ilustrado el infausto día de la torre de la Vela. Una Andalucía, convertida en el norte de un sur multinacional que llegó incluso a inventar la primera burguesía comercial, al par que la siesta sabia y el fin de semana inglés, que todo hay que anotarlo en el libro gordo de la cultura. Y ahora la posibilidad de todo eso vuelve a taponarse con los barones socialistas libres de la rienda felipista cuyos antecesores ya hicieron de Andalucía un calendario en donde no ha cabido la foto de un trabajador repleto de ciudadanía. 

Sánchez, a veces queda la salida de Sansón cuando dijo aquello de «muera yo con todos los filisteos» y se cargó el edificio con sus dioses incluídos, entre ellos nada menos que Belcebú. Digo esto a sabiendas de que puede parecer un radicalismo propio de un anciano que no cree ya en las constituciones del Sistema ni en las pamemas de los que han convertido la palabra España en un aviso de riesgo. Bueno, quizá los viejos tengamos que hacernos cargo del mañana, sobre todo ahora en que el Sr. Rajoy nos ha incrementado las pensiones en un 0,25 por ciento. En algo noble hay que invertir la mejora.

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