Iñaki Bernaola

Semblanzas cinematográficas

Más de una vez ocurre que aquello que parece una sublime misión en nombre de no sé qué elevados ideales, en el fondo no es sino una patética farsa.

Érase una vez un individuo terriblemente perverso que, oculto en una siniestra guarida situada en un remoto lugar de Asia central, dirigía desde allí a sus no menos perversos secuaces repartidos por todo el mundo para que cometieran las más infames tropelías. Por otra parte, su aspecto terrorífico no dejaba dudas respecto a su maldad: una cara alargada con expresión triste, acentuada esta por unas larguísimas barbas y bigotes, a la par de un atuendo de estilo oriental que no podía menos que suscitar la desconfianza de cualquier persona de bien.

Los desmanes perpetrados por sus perversos subordinados, atentando contra los más conspicuos símbolos de la civilización, sembraban de terrible inquietud al mundo libre. Pero por fortuna, un avezado comando defensor de la civilización cristiana y occidental, en una arriesgadísima misión, pudo adentrarse en la guarida de semejante personaje y eliminarlo, garantizando de esta manera la supremacía blanca o, por lo menos, la de los países que se tienen a sí mismos por superiores.

No sé a quién pensará el lector que me estoy refiriendo. Os sacaré de dudas diciendo que estaba hablando de Fu-Manchú, protagonista de una serie de películas de aventuras de hace ya varias décadas, al cual entre otros dio vida el famoso actor Christopher Lee, el mismo que vimos encarnando al malvado mago Sáruman en El señor de los Anillos. No voy a alargarme más con esto. Solo os diré que, cuando a raíz del atentado contra las Torres Gemelas de New York la cara de cierto personaje se hizo viral, automáticamente me acordé de Fu-Manchú.

Érase otra vez un país de Europa oriental con un nombre acabado en «nia». A raíz de haber sido gobernado por una serie de personajes corruptos, su tesorería estaba en la ruina. Así que, a instancias de ciertos sectores oligárquicos del mismo, se nombró jefe de estado a un auténtico payaso, el cual, como es de suponer, hizo el payaso todo lo que pudo. Pero la situación no estaba para bromas. El país vecino, por medio de su embajador, urdía mil y una maquinaciones, intentando por medio de dos avezados espías debilitar al máximo posible al gobernante payaso. Aun así y todo, por una y otra parte se llevaron a cabo esfuerzos por eliminar las hostilidades, aunque en vano: las continuas payasadas del jefe del estado acabaron por hacer perder la paciencia a todo el mundo, y al final sobrevino la guerra. Y ahí le tenemos al jefe del estado, vestido ahora con un atuendo militar estrafalario, haciendo payasadas a más no poder.

En la película dicen que el país había obtenido la victoria, aunque en realidad eso no estaba claro porque ya tenían al enemigo en casa. Por si todavía no lo habéis adivinado, os diré que el nombre del país era Libertonia, Freedonia en inglés. Y que el presidente del mismo era nada menos que Rufus T. Farfly, encarnado por el genial payaso Groucho Marx. Los dos espías a sueldo del país vecino, es decir, Harpo y Chico, también hacen de las suyas, como o podía ser menos. Dicen que "Sopa de Ganso" (Duck Soup) es la mejor de todas las películas protagonizadas por los hermanos más famosos de toda la historia del cine, y que además es una auténtica obra maestra.

Por desgracia, las tragedias en las películas de Fu Manchú o de los Hermanos Marx podemos tomárnoslas a risa, pero las tragedias de verdad no. Tanto Groucho como Chistopher Lee, dos grandísimos actores, han fallecido ya. Me gustaría saber si, cuando interpretaron sus respectivos personajes, supieron que estos iban a resultar de alguna forma premonitorios. Supongo que no.

Habrá a quien le parezca que frivolizar con hechos trágicos de la reciente historia de la humanidad es impropio de personas en su sano juicio. Es muy posible que tengan razón. Sin embargo, me he atrevido a hacerlo para llamar la atención sobre una verdad amarga: más de una vez ocurre que aquello que parece una sublime misión en nombre de no sé qué elevados ideales, en el fondo, no es sino una patética farsa. O incluso algo peor: un contubernio de oscuros y espurios intereses. Al final, como siempre, quienes acaban pagando el pato son los indefensos ciudadanos y ciudadanas de a pie. O sea, nosotros, u otros parecidos.

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