Iñaki Bernaola
Teólogo de a pie

Sexo, mentiras y verdades en nuestra historia contemporánea

Más de una vez se ha dicho, y creo que con toda la razón del mundo, que la transición del franquismo a la época actual no fue más que una recomposición del régimen anterior, manteniendo su estatus de poder todos los estamentos, tanto públicos como privados, que lo detentaron con anterioridad. Sin embargo, no debe pasarse por alto el hecho de que desde la muerte de Franco a la actualidad se haya producido un avance enorme en aquellos aspectos ligados a la vida privada de las personas y, dentro de ésta, a su faceta sexual.

La imaginería popular, a veces falta por partes iguales de rigor y de elegancia, suele identificar los cambios habidos a lo que en su época se llamó “el destape”, es decir, un cúmulo de vulgaridades que se hicieron patentes tanto en el ámbito de la cinematografía como otros, y que consistieron básicamente en mayor permisividad tanto en la exhibición pública del cuerpo humano, casi siempre femenino, como en la inclusión en obras artísticas de situaciones y anécdotas donde la sexualidad tenía una presencia explícita.

Pero adentrándonos en terrenos más serios, merece la pena recordar, por ejemplo, que en el año 1977, siendo Presidente del Gobierno Adolfo Suárez, se firmaron los llamados Pactos de la Moncloa entre los principales partidos con representación parlamentaria y algunos sindicatos, una de cuyas cláusulas contemplaba la despenalización del adulterio y del amancebamiento (relación sexual entre personas no unidas por vínculo matrimonial) que hasta entonces eran constituyentes de delito. Era normal por ello que si una pareja solicitaba una habitación en un hotel, se les exigiera presentar el libro de familia para demostrar que estaban casados entre sí.

Posteriormente vinieron la Ley del Divorcio; el reconocimiento y aceptación a todos los efectos de la diversidad sexual, tanto en sus facetas civil como penal; las leyes del aborto, de la igualdad y de la violencia de genero; la institución de la figura de pareja de hecho, y así un largo etcétera.

También hay quien, con toda la razón del mundo, opina que el Código Penal español tiene mala prensa. Pero no está mal recordar que, en el viejo código penal franquista, el cuerpo del delito lo constituía el acto sexual en sí, aunque con leves penas para el varón que mantuviera relaciones sexuales no consentidas con una mujer, e incluso sin responsabilidad penal alguna si el ofensor y la ofendida contraían matrimonio entre sí. Sin embargo, en el código penal actual el delito no es la actividad sexual como tal, sino atentar contra la libertad sexual de otra persona, entendida ésta como del derecho a mantener relaciones sexuales con quien uno o una quiera, donde quiera y cuando quiera; y a la vez a no mantenerlas cuando no quiera, donde no quiera y con quien no quiera.

Habrá quien crea que todos estos cambios no han sido más que una consecuencia natural de una evolución pareja habida en los países europeos limítrofes. Pero, por desgracia, justo es decir que el hecho de que en otros países haya habido una determinada evolución no implica en absoluto que en el Estado Español vaya a ocurrir lo mismo de forma automática. Y eso es una razón más para no minusvalorar la importancia que todos estos cambios han tenido en nuestra historia y, que duda cabe, en nuestra propia vida.

A pesar de todos estos avances, que juzgo positivos sin reservas, estamos viendo en estos últimos tiempos manifestaciones relacionadas con la sexualidad, y dentro de ésta, con la catalogación legal o moral que se da a determinadas conductas sexuales, que están generando situaciones polémicas cuando no claramente injustas. Hemos visto cómo determinados sectores disculpan, e incluso apoyan de forma explícita, a personas responsables de actos claramente delictivos en materia sexual. Hemos visto cómo desde el propio estamento judicial, lo mismo que desde el eclesiástico, a veces se defienden posturas incompatibles con el respeto a la libertad sexual de las personas. Hemos visto incluso dentro del movimiento feminista puntos de vista antagónicos con relación a determinados aspectos de la práctica sexual. Hemos visto, finalmente, cómo se rodea a la actividad sexual, tan natural al ser humano como cualquier otra, de prejuicios, manipulaciones, fundamentalismos, tergiversaciones y mojigatería.

Desde mi humilde punto de vista, la actividad sexual de las personas debe basarse en tres principios: el primero, que toda persona es dueña de su cuerpo, de su sexualidad y, por ende, sujeto de derecho a su libertad sexual. El segundo, que el sexo es un fin en sí mismo, que no necesita ir unido necesariamente ni al amor, ni al dinero, ni al matrimonio, ni a la procreación, ni a la legalidad, ni a la religión, ni a nada. El sexo se justifica por sí sólo, al igual que el comer, el beber, el hablar o el andar. Y el tercero, que lo único que en materia sexual no es permisible y por ende censurable es lo que atente contra la libertad sexual de otras personas.

Tal y como he dicho antes, estoy convencido de que los cambios habidos en la legislación española durante las ultimas décadas sobre aspectos de la sexualidad han sido enormemente positivos para la sociedad. Pero por desgracia ocurre que, a veces, los cambios legislativos no van acompañados de los suficientes cambios en la mentalidad y en las actitudes de las personas. Por eso quiero hacer hincapié desde aquí en la enorme importancia que dichos cambios han tenido en nuestra vida, y a la vez encarecer a que nos aprovechemos de ellos para convertirnos en personas que, en materia sexual, sean más respetuosas, más maduras, más dignas y, sobre todo, más felices.

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