Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Simplemente

Ha llegado un momento revolucionario con todas sus consecuencias. Necesitamos no una reparación de averías sino la sustitución entera del motor.

Parece evidente que la civilización aún existente, la civilización capitalista en sus distintas manifestaciones, está acelerando su final. No se trata de que de que esa civilización sufra daños relevantes por su duración –unos trescientos años– sino de que ha agotado la generación de la energía que producía sus fenómenos genuinos. Abordar esta realidad con un criterio de crisis puntual, aunque sea grave y, por tanto, remontable, equivale a multiplicar e intensificar los males que está generando en la sociedad: desorden acelerado, confusión de procedimientos y de lenguaje, multiplicación de las guerras, explotación acusadamente inhumana.

En principio lo que necesitamos para revitalizar la humanidad no son más saberes sino más sabiduría. No precisamos reformas en el simple modo de vivir sino el invento de otra civilización que nos devuelva raíces morales profundas. Ahora vivimos por goteo sobre una tierra desvitalizada. La crisis abismal que nos destruye es claramente visible. No sirven las cacareadas constituciones vacías de libertad. No pueden garantizar el orden público quienes presiden el desorden moral sujeto con esposas. De nada vale la astronomía si no sabemos contemplar las estrellas. No precisamos grandes matemáticos sino filósofos que desinfecten el pensamiento. Resulta inútil la justicia universal cuando el juez ha de buscarla en un código. El amor deja de serlo cuando desaparece la ternura. La paz es el «otro» cuando reside en ti con afán mutuo. Para que las cuentas sean correctas basta con las cuatro reglas de la aritmética y las ecuaciones espirituales. Hay que inventar hombres y no ordenadores. Lo mejor de una catedral no es su grandeza sino no tener mendigos en la puerta. No queramos llegar antes sino tener claro en que consiste «antes». Dar los buenos días al vecino es mucho más importante que resolver la ecuación del todo…

Simplemente.

He leído los informes del Banco Mundial y del Banco de España sobre las pensiones y su futuro para los españoles. En esos informes se habla de algo parecido al precio de una mínima estabulación, previa comprobación del estado físico del sujeto al que se estabula. Conclusión inicial: sin revolución ninguna sociedad es verdaderamente posible. No es aceptable una excursión para el progreso que acabe con la bicicleta cayendo por la boca del volcán. Oí varias intervenciones del Sr. Sánchez –¡que dolor, que dolor, que pena!, Mambrú no va a la guerra!–. Dijo que se habían acabado los desahucios del PP, porque con el PSOE los ateridos ciudadanos disfrutarán de un mes más de su hogar; teniendo en cuenta que el febrero del 2019 tiene un día menos. Escuché al Sr. Casado, que afirmó inverecundamente que el Sr. Torra lo que deseaba era sangre en Catalunya, una «guerra civil». Me gustaría saber que herencia neuronal alberga esa esperanza en una guerra civil, ya que brota de una manera espontánea en quien quizá fue educado en el rígido franquismo que renace en los españoles que solamente han aportado al mundo el confuso concepto de la hidalguía o capacidad de desprecio hacia los demás. Un pensionista suscita en esos tales el precio de la estabulación del ejemplar al que hay que alimentar. Sobre esto mismo que acabo de mencionar dice el informe del Banco Mundial al que ya me referido: el Fondo cree que la reforma prevista para vincular la subida de las pensiones a la inflación prevista, a fin de que el pensionista conserve su capacidad de consumo, «puede hacer que peligre la sostenibilidad del Sistema. El Fondo calcula que esta vinculación entre pensiones a IPC añadiría un 3% o un 4% al desembolso por pensiones en los próximos treinta años. El ciclo económico está llegando a su madurez y varios riesgos crecientes ensombrecen el panorama a medio plazo».

No recuerda el párrafo anterior aquellas escenas del sur norteamericano en los siglos XVII y XVIII en que a mercado abierto se valoraba el producto humano ofrecido, incluyendo el tamaño y potencia del aparato reproductor del esclavo? Pues a este recuerdo quiero añadir lo que opina el Banco de España en una de las correcciones que recomienda para salvaguardar el equilibrio económico español, ahora disimulado con manejos estadísticos que impide observar con claridad la pobreza en que vive las tres cuartas partes de la sociedad española, de la que excluímos los Países Catalanes, Navarra, Euskadi, comunidades baleares y algunas zonas salpicadas aquí y allá en el mapa español.

Pues bien, el Banco de España recomienda que el retoque de las pensiones tenga en cuenta el factor de sostenibilidad, que consiste en vincular la pensión inicial del nuevo jubilado a su esperanza de vida, de forma que cuanto más subiera esta esperanza –y copio de un informador veraz– menor sería la pensión inicial. Seguimos dando a la jubilación por el trabajo hecho un valor de premio en una feria ganadera. ¿Es así o no es así? ¿Hay que reivindicar el valor humano del trabajador?

Evidentemente.

El nuevo Gobierno socialista ha prometido una subida general de las pensiones, que demuestra su sentido social. Un aumento de las pensiones –que pasan de derecho a generosidad, tengamos esto muy en cuenta–que llegara al 1,6% en 2018 y otro tanto en 2019. (Nota al margen. Si la celebración de tal evento se hace con langosta cocida conviene recordar que este crustáceo ha de consumirse templado y con mayonesa. Primum vivere deinde philosofari).

Evidentemente ha llegado un momento revolucionario con todas sus consecuencias. Necesitamos no una reparación de averías sino la sustitución entera del motor. El Consejo Mundial de Iglesias dijo en 1968 que era imprescindible y urgente. Añadía este Consejo que la revolución debía seguir un protocolo pacífico, pero si aconteciera lo que tan frívolamente señala con luminosidad «hidalga» el Sr. Casado la culpa recaería en quienes han negado una modesta existencia en libertad y justicia a los pueblos y a los individuos.

Hasta ahora no ha sido posible que el poder haya cedido razonablemente su protagonismo de la civilización que explota. Cristo hubo de descender como «hijo del hombre» para ganar la batalla en la Cruz. Hago esta mención porque ha llegado la hora de valorar en toda su profundidad el sacrificio de la vida para reconstruir los valores absolutamente imprescindibles para una vida digna, que siempre es la vida que tiene el poder de la comunidad en sus manos no para fabricar metafísica informática sino para regenerar la tierra y ver las estrellas sin invadirlas. En cuanto a la necesidad de dinero cierren su boca los economistas y atiendan a contar el dinero que va de la guerra a los grandes artificios de Epulón. ¡Pues no hay ahí dinero!

Evidentemente.

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