Sindicalismo y reparto del trabajo
Llevamos seis años de ‘crisis’, seis años de políticas económicas, primero expansivas y luego recesivas, seis años de acatar los dictados de los poderes y saberes económicos, seis años de promesas de futuro y cada vez nuestra situación es peor: los servicios y garantías básicas en progresivo deterioro; dentro de un paulatino empobrecimiento la pobreza severa crece, a la par que las desigualdades se incrementan. Somos pues no solo una sociedad más pobre, también más injusta.
El paro es una de las consecuencias más graves de esa crisis, significa carencia de recursos y también de horizonte. Viene siendo uno de los principales factores de incremento de las desigualdades, una especie de barrera entre el estar adentro o el quedar afuera.
Normalmente, en nuestras sociedades, el paro generado en épocas de recesión era reabsorbido en épocas de recuperación económica. Pero la situación actual es distinta. Por un lado, hay buen número de países que se están incorporando al desarrollo productivo. Por otro, el desarrollo tecnológico permite incrementos de producción con menor trabajo humano. Por último, la actual crisis tiene un fuerte componente ecológico que hace inviable (y no deseable) el crecimiento sin fin del dueto producción/consumo.
Si aplazar la solución del paro a la salida de la crisis es de por sí terriblemente injusto e insolidario, en la actual situación significa aplazarla para siempre. Ya nunca el paro va a ser reabsorbido por ninguna fase de expansión económica. Su única solución es el reparto del empleo y, a la vez, es la única vía posible a la exigencia de otros repartos también necesarios.
Y sin embargo las soluciones que nos proponen van en la dirección contraria: horas extras, incrementos de jornada, atraso de la jubilación…, lo cual está dentro de la lógica del capitalismo más agresivo: su objetivo es el incremento incesante del beneficio sin ninguna preocupación social, y para ello el paro ayuda más que molesta.
Resultan más incomprensibles las razones por las que el sindicalismo no aboga por el reparto del empleo, o lo hace con tan escasa convicción. Basta repasar las razones esgrimidas para convocar las últimas huelgas generales para ver que el problema de parados y paradas queda perdido entre otras muchas demandas, todas dignas, pero ninguna tan acuciante.
Todo parece indicar que el sindicalismo está excesivamente atrapado por el montaje que del sindicalismo ha hecho el sistema, en unos casos por su dependencia de subvenciones y, en todos, por una especie de clientelismo hacia quienes están trabajando, que son lo que otorgan representatividad institucional y poder sindical a través de las elecciones sindicales. Quizá cambiarían las cosas si las cerca de sesenta mil personas en paro de Navarra pudieran tener el número de representantes sindicales que proporcionalmente les corresponderían. Mientras tanto el sindicalismo permanece atrapado en el interior de las empresas y por las dinámicas que en ellas plantea la patronal.
Pero esta no opción por acabar con el paro -desde ya, sin fiarlo a futuro- y por el reparto del trabajo como única forma de alcanzarlo no es solo un acto de insolidaridad, sino también un acto de ceguera que va sumiendo al sindicalismo en una creciente incapacitación. Con casi sesenta mil parados en Navarra, cifra en permanente incremento, hacer sindicalismo al interior de las empresas resulta poco menos que imposible.
Toda la negociación colectiva actual es una negociación a la baja, en la que las organizaciones sindicales no logran, por más que algunas lo intenten, defender las condiciones laborales y salariales de los trabajadores en activo. Difícilmente podrá ser de otro modo mientras la patronal tenga en su mano la amenaza del paro, el permanente chantaje de casi sesenta mil personas paradas en Navarra en cada vez peor situación, obligados a aceptar cualquier empleo en cualquier condición. Sin abordar el problema del paro, también la defensa de las situaciones laborales y salariales de los trabajadores en activo se hace más difícil.
Para el capital la enorme tasa de paro, y las desigualdades internas a la mayoría social que genera, es la condición idónea para incrementar su capacidad de dominación, y esa situación puede manipularla a su beneficio. La no apuesta sindical contra el paro, el que quienes trabajamos no seamos capaces de afrontarlo deja un enorme margen de maniobra a la patronal. Como ya lo propugna su presidente, su solución serán los miniempleos, trabajos ultraprecarios, parciales y en condiciones absolutamente retrocedidas.
Si hasta ahora el tener o no tener trabajo venía siendo la barrera de separación entre el estar adentro, el tener acceso a la cobertura de las necesidades básicas, y el quedar afuera, sin capacidad para poder cubrirlas, con los miniempleos que nos planean y que ya están experimentados en otros países, el tener empleo no garantizará unas condiciones de vida mínimas, mantendrá las desigualdades internas en las que pueda seguir ejerciéndose el chantaje del capital, trasladando al interior del trabajo la barrera de separación que hasta ahora ejercía el paro, todo ello a favor de los incrementos del beneficio del capital. O repartimos nosotros el trabajo, como camino hacia una recuperación del reparto de la riqueza, o lo repartirán ellos incrementando sus beneficios.
Nuestro reparto del trabajo no puede quedarse en un reparto acotado a la actual masa salarial que deje al margen el reparto de la riqueza y el incremento del porcentaje sobre el PIB de los salarios directos e indirectos. La disminución drástica de jornada como forma de generación del empleo equivalente no debe repercutir en una disminución salarial similar, sino que algo tendrán que aportar los beneficios empresariales; el cuánto de esa aportación dependerá de la capacidad de presión que seamos capaces de recuperar en ese impulso de reparto. Tampoco las posibles disminuciones de salarios individuales derivadas de ese reparto tendrán que distribuirse de igual modo para todos los salarios, sino que deberán suponer un recorte importante de los abanicos salariales, de modo que no disminuyan los salarios más bajos.
La propuesta del reparto del trabajo no puede convertirse en una especie de enjuague excesivamente complaciente o poco enfrentada al actual sistema. Todo lo contrario, el paro viene siendo un grave freno a la capacidad de presión obrera, capacidad que debe recuperarse desde las propuestas de reparto. Pero no solo debe recuperar capacidad de presión también tendrá que cambiar las formas de ejercerla. El sindicalismo centrado en la reivindicación a través de la negociación colectiva de empresa está muy ligado a un capitalismo en expansión, a quien fortaleció adhiriendo a él a los trabajadores por la vía de su inclusión en el modelo de desarrollo. Hoy no parece posible una oposición al sistema que no sea, a la vez, oposición al modelo de desarrollo, al incremento incesante de la producción y el consumo y de la competitividad, vivida de espaldas y aún en contra de cualquier tipo de solidaridad internacional. El modelo de desarrollo y el sistema capitalista que lo genera son una y la misma cosa y no parece posible oponerse al segundo sin oposición al primero. Pero la oposición al modelo de desarrollo no puede reducirse a la reivindicación de intereses, debe anclarse también en otras tomas de postura más implicativas, en las que “los intereses” a defender cambien de orientación, de mayor apuesta, de tomas de postura propias de las que emanen otro tipo de reivindicaciones y de formas de impulsarlas.
Es seguro que la fórmula del reparto del trabajo no va a ser la solución a todos los males sociales, y que tendrá que ser complementada por otras medidas como el derecho a una renta básica individual y suficiente, pero, ¿existe otra para acabar con el paro?
Lo cierto es que con una tasa de paro alta como la actual, con la fractura que ella introduce al interior de la sociedad y de los trabajadores, con el plus de capacidad de dominación y de posibilidades de manipulación que le otorga a la patronal, todo el sindicalismo, tanto el de pacto como el de confrontación, tienen su espacio francamente reducido.