Josu Iraeta
Escritor

Síndrome del poder

La clase de persona que estoy describiendo, la excesiva confianza en su propio juicio y el desprecio por el consejo, le lleva a un estadio de superioridad desproporcionada, considerando incluso, estar preparado para responder de sus actos, sola y exclusivamente, ante La Historia.

Una sencilla consulta al diccionario, nos define «síndrome» como: conjunto de síntomas de una enfermedad.

Mirándolo bien, este es un comienzo que abre ante mí infinidad de posibilidades, pero mi intención es glosar sobre el síndrome denominado «Hubris».

Quiero comenzar afirmando que a lo largo del tiempo he tenido la suerte, la oportunidad de conocer a personas con responsabilidades de gobierno en diferentes países y varios continentes. Personas con mucho, muchísimo poder, lo que sin duda es motivo de agradecimiento, pues sin duda educa, fortalece –y mucho– el conocimiento sobre la práctica política, en sus diversas versiones.

De ahí que, si tuviera que definir en pocas palabras, política, síndrome y poder, diría que las personas que sienten «ser poderosas» siempre son peligrosas. Es la enfermedad del poder, una patología para la que no existe terapia conocida.

La historia lejana y próxima, nos pone ante los ojos un indecente panorama pleno de corrupción política, que se expresa tanto en castellano como euskara. Esto hace que ante los innumerables y repugnantes ejemplos conocidos haya una opinión generalizada de que el poder corrompe a las personas. Yo voy algo más lejos, creo que el poder, el verdadero poder, modifica, cambia la mente de quien lo ejerce.

Algunos de los que están en una posición de poder –prolongado–, presentan dificultades para escuchar al otro. También suelen sobrestimar sus conocimientos y habilidades, lo que –en ocasiones– les hace asumir grandes riesgos. No es necesario viajar para comprobarlo, tenemos un ejemplo próximo que lo acredita, pues, aunque «en teoría» no debiera ser así, lo cierto es que, un «cambio de cartera» gubernamental, es motivo para alterar de forma notable la función intelectual del individuo.

No todos, pero sí muchos de estos personajes, acostumbran a mantener una actitud despectiva con quienes no comparten sus directrices. Estos comportamientos han sido analizados a lo largo de mucho estudio, y llegado a la conclusión de que se trata de un cambio de personalidad denominado síndrome de «hubris» («Hybris» en griego actualizado: soberbia-arrogancia)

La clase de persona que estoy describiendo, la excesiva confianza en su propio juicio y el desprecio por el consejo, le lleva a un estadio de superioridad desproporcionada, considerando incluso, estar preparado para responder de sus actos, sola y exclusivamente, ante La Historia.

El entorno en que viven y trabajan, su comportamiento orgulloso, hace que actúen contra el sentido común. Es destacable que tanto quienes sufren el síndrome de «hubris» como sus seguidores, terminan aislados de lo que realmente sucede, lejos de la realidad.

Mirando atrás en el tiempo, podemos encontrar comportamientos similares en Ícaro, que se atrevió a desafiar al sol, volando directamente hacia él. Qué decir del rey persa Jerjes, que ordenó azotar al mar porque una tormenta destruyó sus barcos.

Estos personajes son intrínsicamente excesivos, como la propia definición del griego «hybris», que significa arrogancia, soberbia, definen perfectamente al personaje que estoy describiendo.

Es evidente que la clase de personaje que protagoniza este trabajo, corresponde al político profesional, pero pudiera asociarse a diversas esferas de la vida social; como la empresaria, educativa, periodística...

Cuando el elemento necesario de humildad no está presente en una persona «poderosa» ésta se encamina indefectiblemente hacia un estadio que sobredimensiona sus decisiones, que no acepta límites. Es una situación de impunidad en el ejercicio de su actividad profesional, que resulta sumamente peligrosa. Una situación que los expertos denominan «embriaguez del poder».

Tanto se alejan de la realidad, es tanta la «necesidad» de interpretar su orgullosa y exclusiva personalidad, que, tratando de imponer sus criterios, permiten que sus consideraciones morales guíen las decisiones políticas, aunque estas sean poco prácticas o muy costosas, incluso desafiando la ley.

A lo largo de estos párrafos pudiera parecer que huyo de concretar, de poner nombre y apellido a los hechos y circunstancias que describo, no es ese mi deseo.

Somos miembros de una sociedad a la que hace décadas diagnosticaron un cáncer de difícil tratamiento y extremadamente peligrosa intervención quirúrgica. Hoy se califica como «crónica» la patología diagnosticada y seguimos careciendo del cirujano que se enfrente al quirófano.

Nadie en décadas había mentido tanto y tan sonoramente como la gobernanza de las últimas décadas. Son profesionales de la «medias verdades», dominan a la perfección tanto el mensaje difuso, como los discursos exaltados.

Dispuestos a interpretar el personaje de la famosa «celestina» activa y desbordante de pujanza colaboradora, poco les importa generar el enfrentamiento personalizado, eso sí, carente de información fidedigna y nulo respeto institucional.

Viven en una burbuja, han aprendido a mentir sin sonrojarse y a lo largo de su larga, larguísima actividad profesional, han conseguido vestir trajes de modisto elitista.

Son capaces de solventar al «estilo Rajoy» –el tiempo se encarga de curar las heridas y disolver los cuerpos– cualquier situación por compleja que se presente. Son los ungidos, únicos valedores de su pueblo, herederos de los conceptos básicos: lealtad y trabajo.

Ellos protegen a quienes les sostienen y los protegidos siempre cumplen. Es como una ecuación de segundo grado, se resuelve igualándola a cero.

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