Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Soldados de plomo en un territorio

Por ahora vivimos desastres y asesinatos de carácter bélico entre combatientes vistos desde aquí como soldados de plomo, en una UE que, como la casa de Bernarda Alba, se hunde «en un mar de luto».

Soldados de plomo en un Territorio


Antaño, las guerras reflejaban la conclusión de alianzas en favor de la soberanía de un o varios Territorios; Territorio siendo la suma de suelo más identidad. Ahora, en caso de conflicto, las alianzas buscan paz o guerra, ese cachorro malnacido de la política, según la capacidad militar del eventual adversario, el mismo jefe militar pudiendo ser declarado príncipe de la paz o jefe de guerra. La distinción la operaba el tipo de bombas del enemigo, que determinaban las bases de las políticas de «defensa». Al débil guerra y a la bomba nuclear el merecido Premio Nobel de la Paz. Si circunstancias conspicuas siguen conduciendo a conflictos funestos, pequeños acontecimientos triviales diarios construyen tiempos de paz.

El decorado ha cambiado para los habitantes del llamado «mundo occidental» que nunca han conocido una vida tan cualitativamente destacable, intelectualmente anodina y políticamente indeterminable.

Los partidos políticos de la Derecha sectaria y de la Izquierda revolucionaria han perdido su médula romántica de defensa del patriotismo nacional para unos y de protección del proletariado internacional para otros; el ardor apasionado que antaño les conducía a estrategias centrífugas ha cambiado de sentido optando por alternativas centrípetas según intereses anhelantes y desahogados. La extrema derecha, pasando por la derecha (sin más), opta por el centro derecha; la extrema izquierda vía la izquierda (sin más) se inclina hacia el centro izquierda. Ambas se encuentran en el mismo centro, pero rehusan con vehemencia las interpelaciones que califiquen a unos y a otros de centristas. Ambos se consideran pluralistas y tolerantes aunque poco correspondan a la observación de Ricoeur sobre la democracia: «vivir situaciones consecuentes de división, debate y decisión». La socialdemocracia y su actual primo-hermano, el liberalismo, cumple con su pretendida deontología de equilibrio... ni de ética de convicción, ni ética de responsabilidad (Weber, ¿de qué ética entonces?).

Para la ex-opción de la extrema derecha, patriotera, los signos exteriores de compromiso eran el pendón, con variantes según las «cruzadas» y el/los himnos de la nación o del partido/nación del momento. La extrema izquierda se atribuía señas específicas conmemorativas de conflictos, locales o internacionales, por la defensa de la causa y convocaciones, en fechas señaladas, de manifestaciones populares multitudinarias. Esos ademanes no se dan en el centro, cuyos partidarios tanto de centro Derecha como de centro Izquierda se quedan en casa o algunos, los menos, se integran en el grupo reivindicativo al final de la manifestación de turno.

Nuevas reacciones políticas modifican conceptos que creíamos invariables. Los nacionalismos, los internacionalismos y los desplazamientos de poblaciones han generado nuevos contenidos en los juicios de IDENTIdad contemplada según la etimología del concepto: percepción y experimentación de manera IDÉNTIca. El objetivo (¿utópico?) es de crear una identidad de síntesis de las identidades de origen sin borrar diferencias pero del cariz del dominante. El denominador común es material y consiste en reivindicar mejores condiciones de vida, más o menos menesterosas según los hemisferios. La cualidad de indigencia cubre una amplia escala reveladora de situaciones quebradas; en el Occidente se puede calificar la condición de pobreza en categorías.

El pobre-pobre se priva de todo para dar de comer a sus hijas e hijos; el medio-pobre da de comer a sus hijas e hijos, pero no dispone de un chavo para más; el que se considera pobre de clase media se queja de tener que privarse un año más para cambiar de coche; el que se considera pobre de clase media-alta gimotea por tener que privarse un año más sin comprar el segundo coche de la familia. El de clase «alta» no sabe lo que es la pobreza. ¿Y en nuestro planeta? Un necesitado occidental es afortunado en Burundi cuyo PIB per cápita es de poco más de 260 dólares, siendo Luxemburgo el de mayor PIB per cápita del mundo, con 109.000 dólares, cuando el de España es de poco más de 27.000.

Ante esas situaciones dispares, nos destimpanea el sigilo abrumador ambiente de la sociedad civil cuando se le pide expresar sus deseos a una sociedad política cuya comunicación delata demasiados ventrílocuos.

En principio el sistema comunitario está previsto de manera a que la sociedad civil revele sus anhelos y subcontrate a la sociedad política la buena ejecución y gestión de esos intereses. La sociedad civil organiza comicios en los que cada candidato político presenta su programa de acción en la misión subcontratada, exigiendo más a la promesa «cómo» que a la oferta «programa». El pretendiente más votado firmaría, con la representación de la sociedad civil, el texto de compromiso ante el notario-empleado del Estado. Las partes signatarias tendrían que cumplir lo estipulado o bien sufrir, como convenido en todo contrato, las sanciones previstas por ley en caso de no-respeto de lo acordado.

¿Es utopía concebir disposiciones que garanticen las promesas electorales, con exenciones en casos predeterminados por la Justicia? ¿Nos parece innovador y revolucionario lo natural?

Pero la sociedad civil poco se aviva cuando le pides evidenciarse. ¿Qué hacer? ¿Voto obligatorio como existe en algunos países civilizados? Si no depositas tu voto, aunque sea blanco, ¿qué derecho te atribuyes a solventarte?

En la mayoría de las situaciones domina en nuestra sociedad la tendencia a optar por la estrategia de la hormiga, recurrir al medio y largo plazo que aporte la solución, incluso en las que hay que resolver a corto plazo.

Nos han educado a optar por soluciones armónicas. Para Aristoteles la virtud está en el término medio, entre lo «bueno» y lo «malo», que denominaba «vicios». Quizás convenga más la crítica Kantiana que se acerca a la concepción de equilibrio que mantiene matices de las posiciones de la confrontación de origen. Esa «orientación» no ha conseguido evitar el divorcio entre sociedad civil y sociedad política y dictaduras más o menos blandas que han dejado amodorrarse a parte de la sociedad civil. Hoy, ese divorcio evidente sigue vivo y nos guía hacia abismos conocidos en cuyas trincheras siguen restos y recuerdos «vivos y coleando».

¿Qué grupos de Derechas o de Izquierdas aceptaran levantarse a las cuatro de la mañana para tomar el poder ocupando unos el aeropuerto, otros la estación, otros los locales de radio y/o televisión, otros los locales de la prensa escrita, otros las entradas y salidas de mansiones de gerifaltes públicos y/o civiles? ¿Nadie? Conclusión, ya no hay revolucionarios.

«La Historia es un devenir de sujetos y de sinfines»: qué razón tenía Althusser; esa Historia era capaz, en algunos casos, de declarar «terroristas» a los que se opusieran a los imperativos ennoblecidos por legalizaciones sui generis, que ensalzaban al «golpista-libertador». ¿Cuándo dejaremos de utilizar el término «Guerra Civil (efecto)», cuando se trata de «Golpe de Estado» (causa)? El terrorista y el libertador están cada uno en una acera separados por una calle estrecha.

Desde el siglo XIX surgen mentores que como Rimbaud modifican la vida, o que como Marx, alteran el mundo.

Por ahora vivimos desastres y asesinatos de carácter bélico entre combatientes vistos desde aquí como soldados de plomo, en una UE que, como la casa de Bernarda Alba, se hunde «en un mar de luto».

Poco creemos en nuestros filósofos y poetas gurús, pero el ser humano reaccionará, como siempre ha llegado a saber hacerlo, dando a las causas prioridad sobre los efectos analizando el causar antes de efectuar.

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