Raúl Zibechi
Periodista

Sólo los pueblos que habitan la Amazonia pueden salvarla

Lo que está sucediendo con la Amazonia no se relaciona tanto con los gobiernos (aunque el de Bolsonaro es deplorable), como con las grandes multinacionales.

Aunque los incendios en la Amazonia han sido un tema excluyente en las últimas semanas, muy poco se ha dicho sobre la presencia de los pueblos originarios, negros y campesinos en las regiones devastadas. La imagen que se ha trasmitido es que la preservación de la selva amazónica afecta a toda la humanidad y que su destrucción de debe a la incapacidad de los gobiernos locales.

Es cierto que el Gobierno de Jair Bolsonaro impulsó la deforestación, porque desea que la selva se convierta en un espacio productivo para el capital transnacional, con monocultivos y minería a cielo abierto. Pero no es cierto, como se sugiere falsamente, que la sobrevivencia de la humanidad esté dependiendo de este «pulmón del planeta».

Los datos dicen que el daño de los incendios actuales es relativamente bajo comparado con los que se han producido en las tres últimas décadas, lo que no los justifica. El área deforestada cayó en Brasil desde los casi tres millones de hectáreas anuales (en 1995 y 2004), a 450 mil hectáreas (2012), destacando el esfuerzo para reducirla bajo la administración de Lula. Aunque ahora aumentaron, las cifras de deforestación en ese país siguen siendo muy bajas respecto a las décadas de 1990 y 2000, según se desprende de la serie histórica (https://bit.ly/2ElGdHS).

Este año, sin embargo, los peores incendios se produjeron en Bolivia, con más de 800.000 hectáreas quemadas pese a contar con una porción de selva mucho menor, donde Evo Morales promulgó leyes que incrementaron un 200% la deforestación, por la imperiosa necesidad de aumentar la frontera agrícola, por razones que explico más abajo (https://bit.ly/2ZrmUDg).

En julio pasado el Gobierno boliviano emitió el Decreto Supremo 3973, que autoriza los desmontes para incrementar la frontera agrícola y las quemas controladas. Por su parte, en Brasil se liberaron 262 agrotóxicos en lo que va de año, que se suman a los 239 liberados en 2018. El 31% no están permitidos en la Unión Europea.

Lo que está sucediendo con la Amazonia no se relaciona tanto con los gobiernos (aunque el de Bolsonaro es deplorable), como con las grandes multinacionales. Las consecuencias pueden ser aún peores, si imponen su voluntad en alianza con los gobiernos del Norte. De los cinco países del mundo con mayor deforestación, tres son sudamericanos: Brasil, Bolivia y Perú (https://bit.ly/2GwEWN1).

Me parece necesario destacar varios aspectos.

Uno. El cuidado de la Amazonia debe estar en manos de los nueve países que comparten su los gobiernos gestionan la Amazonia, corresponde a las poblaciones de esos países tomar iniciativas para deponerlos, cambiarlos o elegir otros. En estos momentos hay seis mil fuegos en Angola y tres mil en Congo, frente a dos mil en Brasil y algo menos en Bolivia (https://bit.ly/2zsMXiX). Pero el comportamiento de los medios es completamente diferente, quizá porque la ocupación de la Amazonia por «cascos verdes» de la ONU es un objetivo largamente acariciado por las potencias globales.

Un editorial de “Le Monde” del 24 de agosto se pregunta: «¿Quién es dueño de la Amazonia? ¿Los nueve países de América Latina en cuyos territorios se extiende esta inmensa selva virgen? ¿Del Brasil que tiene el 60%? ¿O es del planeta, cuyo destino está ligado a la salud de esta selva?».

A continuación este medio «progresista» llama abiertamente a la UE a presionar con la amenaza de bloquear el acuerdo con el Mercosur recientemente firmado. Tiene además la desfachatez de mentar la defensa de los pueblos originarios, que ese país nunca respetó ni en su período colonial ni ahora. Francia conserva la Guayana, la única colonia que pervive en Sudamérica.

Dos. La Amazonia es de los pueblos que la habitan y la cuidan porque la necesitan para vivir. En la selva viven decenas de pueblos que durante cinco siglos han sido masacrados por el colonialismo y el imperialismo, y que ahora son avasallados por las multinacionales que se enriquecen destruyendo para acumular capital en base al despojo de pueblos originarios, negros y campesinos.

Como recordó semanas atrás el líder mbya guaraní, David Guaraní, denunciando el genocidio y el intento del Gobierno de Bolsonaro para terminar con la demarcación de sus tierras: «Los indígenas representan el 5% de la población mundial y protegen el 82% de la biodiversidad del mundo» (https://bit.ly/2MJtlzG).

Tres. Ningún gobierno de América del Sur tiene una actitud de preservación de la Amazonia. En gran medida, porque en la división internacional de la producción y el comercio nos ha tocado a los latinoamericanos ser productores de commodities (minerales, soja, palma de aceite, carne, entre otras), que son vendidas a países del Norte y a China, casi exclusivamente.

Un buen ejemplo es el caso de Bolivia. En 2015 el Gobierno de Evo acordó con los grandes productores del Oriente y, por lo tanto, con las grandes multinacionales (Monsanto, Cargill y Bayern Syngenta), ampliar el área de cultivo en 10 millones de hectáreas hasta el año 2025, de las 4,3 millones que existen actualmente. Esto supone un ritmo de deforestación de un millón de hectáreas por año.

A mi modo de ver, fue un mal acuerdo. Pero el Gobierno necesitaba contrarrestar la caída de los precios de los hidrocarburos y minerales, y llegar a un acuerdo con la oligarquía de Santa Cruz (mitad de ella brasileña) para viabilizar su gobierno, amenazado por esa oligarquía, para que no le sucediera como al de Venezuela.

Como puede verse, las cosas no son nada sencillas. Defender la «salvación» de la Amazonia desde el Norte del planeta, no es el mejor camino, ya que ignora a los pueblos y a los países cuya soberanía no puede ni debe ser vulnerada, con argumentos que usan la naturaleza como excusa para practicar un nuevo colonialismo.

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