José María Pérez Bustero

Somos siete tierras

En estos últimos días han sido noticia las palabras de algunos personajes políticos. Cabe resaltar las expresadas el 27 de enero por Imanol Pradales, candidato del PNV a la lehendakaritza, con su propuesta de huir de populismos y evitar la inestabilidad que aportaban. Dicho político afirmaba asimismo un supuesto pasmoso: que Euskadi estaba envejecida y que somos un pueblo pequeño. No indicaba que somos un país que va desde el río Adour hasta el Ebro, ni ponía delante el trasiego histórico y sucesos de las siete tierras que componen el País Vasco.

Por ello vale la pena traer algunos recuentos de lo sembrado en estas tierras a lo largo de los tiempos, y que Pradales parecía no conocer.

Sin ir más lejos, es muy importante recordar un hecho de enorme gravedad: la conquista de Navarra por el Duque de Alba el año 1512, inducido por Fernando el Católico. Los reyes castellanos habían conquistado el reino de Granada veinte años antes, y tenían digerida la convicción de ser dueños de la península ibérica. Por ello les excitaba realizar la última faena: asaltar el reino de Navarra.

Es importante asimismo citar un hecho referido a los que vivían al otro lado del Pirineo. Estos se mantuvieron con una amplia autonomía hasta el año 1794. Ese año cayeron bajo el ejército de la revolución francesa, que intentaba vaciarlos de la autogestión que tenían, y atarlos a la ideología centralista. Tampoco subraya dicho señor Pradales que fueron deportados a las Landas 4.000 vascos. Ni que el Gobierno impuso en Baiona a las mujeres llevar la bandera tricolor francesa cubriendo su cabello, asumiendo de esa forma simbólica su adhesión al Gobierno de París.

Junto a estos datos, el señor Pradales olvidó también las luchas por la libertad de las gentes vascas peninsulares en los tiempos modernos: desde las ofensivas carlistas del siglo XIX hasta la guerra franquista con sus tragedias que duró desde 1936 hasta 1939, ni las posteriores revueltas contra su gobierno.

Además de estos hechos, viene a la mente otro de enorme importancia política y social: que las actuaciones de los gobiernos siguientes no han sido impulsadas por las gentes, sino paridas por jefes, mandones, gerifaltes... que simplemente les incitaban a votar cada cuatro años. Proclamando una y otra vez que de esa forma estaban representadas por ellos.

Desde luego, las gentes van a votar el día que les indican, pero el resto de los tiempos no toman parte en las decisiones ni se enteran a fondo de las movidas que hay en los despachos. Y no pueden masticar a fondo lo que deciden los mandones.

Hay otra tarea que estos llevan a cabo: persuadir a las gentes de que los revoltosos que asoman en su barrio o a lo largo y ancho de las regiones o de la península son enemigos del pueblo, pues no actúan en las salas de los elegidos, ni en las fechas indicadas por estos. ¿Se autodenominan revolucionarios con el objetivo de salvar a sus gentes y dar autonomía a las tierras? Según dichos mandones, son simplemente personas que no miran la realidad del país al que pertenecen, sino que se mueven desde una mentalidad mamada en sus apetencias particulares y se dejan contagiar por quienes no miran a fondo la situación social y política.

Además, hay un hecho trascendental en la operatividad de un país: que los gobernantes tienen cuatro enormes recursos: manejar el aparato legislativo (que es el que pone todo tipo de normas), usar el recurso policial (que es el único permisible para frenar a las gentes), utilizar el montaje judicial (que es el insuperable recurso para valorar los hechos y conductas) y poner ante todos la amenaza penal, que funciona sin explicaciones sinceras, y somete a los condenados a una vida insoportable.

Dicho todo esto, cabe suponer que la gente tiene la enorme tarea de mirar las tierras, sopesar los procesos de cada una y del conjunto. Con una labor nueva: aceptar a los llegados de fuera y asentados entre la población vasca. Y otra silenciosa e importante labor: mirar a las otras tierras, y no juzgarlas como forasteras, sino aceptarlas como vecinas.

Hay algo que añadir: que los hombres aprendan de las mujeres y las valoren. Y que ellas se acerquen a los hombres, los comprendan y juzguen si hace falta. Además de participar en sus formas de vida y de disfrute.

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