Suficiente y necesaria
Dentro de la lógica se suelen estudiar las nociones de «necesaria» y «suficiente» como condiciones que determinan la certeza de que algo puede producirse. Es decir, que puede ser una condición suficiente, en el caso que nos ocupa, el machismo individualizado, para el ejercicio de la violencia, aunque precisa de la condición necesaria de lo estructural para formar una fratria que, a la vez que tapona los derechos colectivos de las mujeres, debe articularse necesariamente para el sostenimiento y la reproducción del poder estructural. Así, se tienen que activar los dos factores para que la impunidad patriarcal sea exitosa. Que no se pueda identificar aquello que es necesario es parte de la base para que la dominación se vuelva invisible. Percibir solo aquello que es suficiente nos impide descodificar el mensaje al completo.
Es muy difícil entender la socialización, la construcción de la subjetividad, sin el contexto cultural en el que se está (re)produciendo. Como hemos hecho del género una cuestión identitaria, en lugar de un determinante social de la desigualdad, la masculinidad y la femineidad se vuelven más ininteligibles. Sabemos que para que haya un cambio de tratamiento se requiere de un cambio de conceptualización, cómo entendemos la realidad, qué lugares asignamos y, más allá de estereotipos, cuáles son los prejuicios que naturalizan los rasgos que otorgamos a la masculinidad y a la femineidad. Las feministas llegamos para poner el género no solo en disputa, sino para eliminar las atribuciones y los mandatos que naturalizan la desigualdad.
Este 8M saldremos a las calles, en Euskadi, para manifestarnos contra el fascismo y con la reivindicación de alianzas feministas. Sin lugar a dudas las feministas y, en general, las mujeres, somos las más interesadas en frenar a la ultraderecha. Lo paradójico es que son mujeres las que están visibilizándose como las lideresas de una Europa fascista. Si las mujeres, como sostiene Celia Amorós, somos el objeto transicional para los varones, cabe cuestionarse si las élites masculinas están utilizando como objeto transaccional a mujeres concretas para feminizar el avance de la ultraderecha o si las mismas son sujetas activas de este avance. Negar su papel activo las convertiría en meros objetos, cuestión bastante contradictoria desde una óptica feminista. A su vez, con gran dolor, hemos constatado de nuevo que no siempre que alguien se nombra de izquierdas tiene integrada la perspectiva feminista, aunque sí la tenga como enunciado de discurso. Es lo que tiene que el feminismo no sea un eslogan de campaña y nos interpele desde lo más profundo de nuestro ser a la macropolítica. Pertenecer a un grupo por sexo, identidad sexual o expresión de género no te concede una conciencia feminista, ni antipatriarcal. Expresarte desde otras formas disidentes a la norma puede producirse sin cuestionar la propia norma, aunque sea más fácil moverse en el rígido tablero de género.
Me parece significativo que pongamos el acento sobre la imperiosa necesidad de acuerdos en el día que mostramos nuestro mayor poder: la capacidad de movilización social que nos articula como un movimiento sólido capaz de exigir el cumplimiento de las demandas que decidamos articular juntas. Un pacto entre feministas es lo que ansiamos muchas activistas, y estoy segura de que también la mayoría de las mujeres que se movilizarán a lo largo y ancho de nuestras ciudades. Las alianzas no son solo una condición necesaria o suficiente, sino imprescindible para frenar el avance de un fascismo que pretende erosionar las democracias a nivel global y desmontar cualquier atisbo de avance de igualdad. Para ello, identificar una agenda feminista concreta, máxime el 8M, como la tienen el resto de movimientos sociales que impregnan la suya de feminismo sin renunciar a la propia, es un elemento sine qua non para encontrarnos.
Las alianzas, como el debate, requieren de la condición de reconocimiento de otras voces, de la ausencia de descrédito y descalificaciones tan en boga en nuestro activismo tecnológico. La confrontación extrema entre feministas siempre ha beneficiado a los mismos. Por eso, establecer los mínimos que nos representan podría ser un buen lugar de inicio para promover esa alianza. Las mujeres como categoría social no formamos un todo homogéneo, pero compartimos un hecho diferenciador que vertebra, de manera general, las sociedades modernas y determina la asimetría que la realidad nos devuelve constantemente. En estos días se ha reeditado un nuevo pacto de Estado contra la violencia machista del que dependerán muchas de las actuaciones políticas y, sin embargo, parece que no va con nosotras. Sabemos que es posible que se quede en un ejercicio estético de este gobierno, pero al menos, deberíamos posicionarnos.
Ninguna teoría puede dar respuesta a todas las realidades sociales. Muchos movimientos sociales tienen a las feministas como aliadas y viceversa, pero ninguno ha renunciado a una agenda propia. Saber ocupar el centro no es fácil cuando has habitado la periferia. Por ello, la tarea es discernir cuál es la agenda central, cuál es nuestro anclaje porque sin él no tendremos raíz sobre la que enraizar la transformación social. Si nos diluimos no tendremos corriente para impulsar esta nueva ola feminista.
El debate es otro elemento central para el feminismo, pero es necesario que pueda darse. La posibilidad de encuentro, al situar a cada corriente como un sector sin fisuras, se desvanece. No facilita que podamos debatir desde los argumentos con los matices que caracterizan a cada estrategia. Sería paradójico poder pensar en construir alianzas y, a la vez, volcar el descrédito sobre compañeras feministas o maximizar los puntos de desencuentro antes de empezar el recorrido. El feminismo, con todas sus corrientes, debería ser capaz de articular esa respuesta global contra el patriarcado racista, neoliberal y dinamitador de derechos. En eso estoy segura de que podemos encontrar puntos de congruencia.