Federico Menéndez Osorio, Iñaki Markez
Psiquiatra, A Coruña, Psiquiatra de la Red de Salud Mental de Biozkaia, Osakidetza

Suicidio y desahucios

En los diarios se repite una noticia trágica: ‘Al entrar en el piso a ejecutar la sentencia de desahucio se encontraron con su propietario ahorcado’. Otras y otros cuando acudían a su domicilio los ejecutores de tal orden, desde los máximos responsables -el banco hasta las instancias jurídicas y los agentes quedarían, suponemos, horrorizados ante el acto que tuvieron que llevar a efecto .De hecho, estos suicidios y las movilizaciones que venían realizando los afectados, han constituido un revulsivo que ha llevado al gobierno y a otras instancias, a tomar medidas para parar los desahucios.

 

El suicida volvió sobre si lo que, para el decir del vulgo, debía de haber hecho a los culpables de su desahucio.

El suicidio es una opción -no debe patologizarse la vida- que como decía H. Arendt “quizás estén en lo cierto los filósofos que nos enseñan que el suicidio es el garante supremo de la libertad humana”; o bien Wittgenstein para quien “el suicidio es el eje sobre el cual gira todo sistema ético”.

 Este acto suicida, como opción forzada y suprema, creemos que supuso para este y otros

Propietarios, la forma ultima y testimonial de denunciar una injusticia y una impotencia ‘dando la vida’ como protesta y acto de rebeldía .En última instancia el suicida siempre se lleva con él, la clave de su decisión y solo él podría dar cuenta de lo que le llevó a ese final, que nos deja abocados a todo tipo de interpretación y valoración. De todas formas, su acto merece ser acreedor del respeto y de nuestra consideración.

La vivienda de la que se les desahucia no es simplemente esa estructura física arquitectónica e inmobiliaria. Representa y constituye algo de uno mismo, una prolongación del cuerpo, parte de la vida, del entorno, del refugio y el acogimiento, del acomodo, de la posesión y seguridad, etc.

Trasciende para el desahuciado, lo que para las entidades financieras supone una mera transacción inmobiliaria,-al menos para quien lo habita como su morada y no lo tiene como especulación- y es de esto lo que el suicida deja constancia como testimonio al ahorcarse en su propia casa. Si me quitan mi casa, me quitan mi vida. Que se la lleven.’Dejo el muerto’ a quien viene por mi vida. Fue acaso la forma de señalar su dignidad y su testimonio de impotencia, de rechazo y de hacer justicia.

Hay héroes y mártires a los que se ensalza por ofrecer su vida por un ideal. En este caso, la vida ofrecida por este y otros propietarios, ensalza el valor de ‘hacer un alegato’(en palabras de Rosa Montero),de denunciar aquello que ahora todos reconocen como injusto e inhumano. Las propias recientes declaraciones del presidente del gobierno así lo testimoniaban al referirse al respecto, “están sucediendo cosas terribles e inhumanas”.

Estos suicidios, así como otras muchas “muertes en vida”, que no trascienden y nos son conocidas, testimonian y pagan con su vida, el ser víctimas de la codicia del capital.

Hay una propiedad que no es embargable, que corresponde a lo que representa y forma parte del derecho, también y además, de la vida: la vivienda. Derecho reconocido por la Constitución. Pero no reconocido por la codicia y la rapiña sin medida, de la cual esta crisis manifiesta su cara más cruda y lo que un sistema puede llegar a determinar.

A veces y para algunas gentes, aunque hay otras formas de luchar y de manifestarse contra lo injusto, solo queda ‘dejarles el muerto’ ante esa inhumana y brutal codicia especulativa que mata sin disparar, ni hacerse cargo de lo que destruye y aniquila. Como expresa Máximo en una de sus viñetas ‘no nos queremos enterar de que la ley del desahucio multiplica la pena de muerte’.

 

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