Josu Iraeta
Escritor

Tentaciones

Dada la intensidad de la campaña que se activó -hace varias semanas- bien orquestada, coordinando todos los medios de difusión públicos, y con presencia reiterada de miembros del gobierno de Lakua, inducen a pensar que han llegado a la conclusión, de que, prolongar el desgaste no ayuda a mejorar la situación, sino todo lo contrario. Así pues, intentan «coger» al adversario con el pie cambiado, lo que supone, adelantar la fecha electoral.

Debiera reconocerse que llevan tiempo tragando «mucha quina», lo que supone dificultades añadidas; modificar prioridades, anular decisiones, prescindir de activos que fueron «rentables». Están obligados a pasar la aspiradora, pero lo harán bien. Tienen experiencia en estas labores.   

Quizá alguno se escandalice, pero no puede decirse que sea novedoso el afirmar que el ejercicio del poder convive asiduamente con la visita, en ocasiones deseada y otras inesperada, de peligrosas tentaciones.

Se dan casos en que los compromisos se adquieren antes de alcanzar el poder, y en otros, son las propias situaciones las que se presentan ante la toma de decisiones.

En estas situaciones nunca faltan individuos –de diversa procedencia- interesados en rentabilizar con fuertes beneficios económicos sus apoyos e interesadas ayudas. La historia reciente es el mejor testigo para ratificar lo que de cierto tienen estas afirmaciones.

Sería cínico negar que –como siempre– también en la actual clase política, el engaño y la mentira ha sido y son anexos a la cultura del poder. Para comprobarlo no es necesario alzar mucho la vista ni viajar lejos.

De todas formas y en honor a la verdad, quizá sería oportuno recordar aquello que decía Maquiavelo respecto a personajes de conducta similar a los que hemos conocido en los últimos años. Decía Maquiavelo: «Los hombres-mujeres son tan simples y se atan a la necesidad hasta tal punto, que el que engaña siempre encuentra gente que se deja engañar».

Este desgraciado modelo de gestión política ha creado una «casta», un mundo elitista, envidioso, ladrón irredento, cansado de sí mismo, con la sensibilidad moral embotada, ciego a los retos y necesidades que le rodean, pero –eso sí- dispuesto a proteger sus privilegios.

Quizá uno de los logros más destacables de este modelo de gestión que los últimos gobiernos han desarrollado e impuesto, es sin duda el haber ampliado de forma cruel e interesada, la enorme separación económica entre las familias de la sociedad, de la que se supone, son parte. La consecuencia es dura y clara, la pobreza no ha muerto.

Nadie puede negar que durante las últimas tres décadas estamos siendo testigos de una progresiva pérdida de principios en la gestión de las instituciones.

En este peregrinar indecente, los últimos «gestores», se han olvidado incluso de las apariencias propias de la más elemental decencia.

Aunque es innegable que la política de las últimas décadas, nunca estuvo sobrada de moral y decencia, la aceptación tácita del binomio «corrupción–gestión pública» que se ha dado en las últimas legislaturas, es algo a estudiar.

La corrupción no conoce fronteras, hace amigos y abre puertas. Además los oscuros estrategas del fraude y la avaricia han ido moviendo sus «peones» durante décadas, y eso suelda fidelidades de acero. Esto significa que la contaminación está presente en el tejido social, no solo el político.

De todas formas, la democracia –aún siendo débil y primeriza como esta– debiera ser capaz de enfrentarse a sus críticos sin renunciar a los principios de libertad de opinión, es decir, la irracionalidad debiera ser evitable. Teniendo presente, claro está, que esto no es tan fácil cuando «la araña domina solitaria su tela».

Se aceptan las doctrinas de la conveniencia, doctrinas que convergen en una insensibilidad que permite la proliferación de magnos delincuentes en la gestión de las instituciones públicas.

Esta aleación de conveniencia-insensibilidad ha dado sus frutos, qué duda cabe. Han dado culto al «realismo», aceptando que el camino deshonesto es siempre el más beneficioso. De manera que se infravalora, no solo el daño realizado, también el dinero robado y el magno desprestigio al que someten al conjunto del país y sus instituciones.

Porque, seamos honestos, es imposible articular un modelo de gestión pública de esta guisa, sin prever el súbito enriquecimiento –no solo– de quienes han tomado posesión de los «despachos con cartera» a lo largo del tiempo, también de sus necesarios colaboradores.

Estimados lectores, todos ustedes saben, que de la nada a la opulencia no se transita por vías de las que luego uno pueda exhibirse ufano. Porque no son solo los individuales sinvergüenzas con nombre y apellido ilustre, son muchos, muchos más. Y es que, a su lado todo se pudre.

Qué lejos está la fuente de la que beben. Ellos saben como yo, -ustedes también- que quienes han colonizado los gobiernos del sur de Euskal Herria, durante más de tres décadas, han sido y son, españoles procedentes de Ferraz y Génova –cuartel general de PSOE Y PP-.  De ahí, han venido las directrices que sumisamente nos han impuesto durante tres décadas, PNV, UPN y PSN.

Es el momento de conservar la calma, y, sobre todo, luchar con uñas y dientes por los buenos y viejos valores –hoy tan precarios- que deben iluminar el porvenir de las mujeres y hombres de nuestra hermosa tierra: libertad, igualdad, justicia y solidaridad.

Pieter Coecke van Aelst (1502-Bruselas), es el autor de un óleo sobre tabla, que representa como San Antonio Abad es tentado por el Diablo, transformado en una bella mujer desnuda, a la que acompaña una bruja.
 
Las tentaciones, válidas a través de los siglos.

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