Juan Carlos Mora Afán

Tiempos difíciles

Mi temor es que en una situación de crisis como la que nos encontramos, una vez superada, comprobado por el Estado la aceptación de medidas de control sanitarias, sociales, políticas y económicas sin apenas contestación social, no aproveche nuestro desconcierto para reformular aspectos básicos de nuestro contrato social para dotarse de medios de control.

Tiempos difíciles. Tiempos de creer en el futuro. Son innumerables los artículos, blogs, noticias… que terminan sus argumentaciones confiando en que saldremos de esta reforzados como sociedad. En general, el comportamiento de nuestros vecinos, de nuestros familiares y amigos, de nuestros compañeros de trabajo y de la ciudadanía está siendo ejemplar cuando no digno de aplauso. Basta ir a comprar el pan para darse cuenta de que la preocupación, el miedo o/y la solidaridad reflejan el acatamiento a las prescripciones sanitarias y políticas que las autoridades repiten sin cesar.

Es difícil saber si estas medidas de confinamiento parcial van a resultar suficientes para hacer que la curva de infección vaya pareja a los recursos sanitarios evitando una crisis sanitaria y humanitaria. Valorar las futuras consecuencias económicas se antoja un ejercicio de ciencia ficción, toda vez que es conocida la impericia de los economistas para predecir los comportamientos económicos en contextos sociopolíticos más estables. Así que hablar de posibles escenarios de recuperación en forma de U, L o V carece del más mínimo sentido hasta comprobar los daños causados por la pandemia en el tejido social, financiero, económico y productivo de cada territorio.

Sin embargo, a mi juicio hay una cuestión sobre la que no se está hablando y que merece la pena empezar a ser tenida en consideración, y que al contrario de la confianza general en una futura sociedad más solidaria y fortalecida en sus vínculos humanos, abre espacios en los que al igual que en crisis pasadas, las élites dirigentes aprovechen para reforzar los elementos de control sobre la sociedad en aras de la seguridad sin tener que recurrir a estados de alarma o de excepción menoscabando nuestros marcos políticos de gobierno y cercenando cualquier debate sobre la conveniencia de su superación. En este sentido, lleva tiempo en la prensa discutiéndose sobre qué modelo de gobierno es más eficiente y adecuado a la hora de hacer frente a amenazas globales como a las que nos enfrentamos en el presente, y no solo epidémicas. Todos conocemos el funcionamiento del régimen político chino, del estadounidense, del ruso o brasileño o de las democracias occidentales. Pero en mi opinión, en Occidente, el peligro derivará de la manera en la que los gobernantes políticos y financieros implementarán los recursos que en países como China, Corea, Taiwan o Singapur han utilizado para monitorizar la evolución de la epidemia entre sus ciudadanos. Es una oportunidad demasiado golosa para que por lo menos, no figure en sus mesas de trabajo. Aplicaciones informáticas, cámaras de vigilancia, drones y demás recursos electrónicos bajo control gubernamental han demostrado su eficacia para contener la expansión del virus sin que sus sociedades manifiesten una oposición masiva a su empleo. Cuando la seguridad está en juego desciende la significancia de la crítica. De este modo, los datos del comportamiento de sus ciudadanos en manos de estos estados unido a las conocidas y duras medidas de confinamiento social han facilitado llegar a un punto de control de la epidemia, siendo mirados con envidia desde esta parte del mundo.
Pero, ¿estaríamos dispuestos en Occidente, manteniendo nuestras respectivas formas democráticas, a permitir que el Estado utilice los mismos recursos informáticos y electrónicos en aras de nuestra seguridad? Preguntas similares se están empezando a formular en otros contextos políticos para reformular temas como las migraciones, las identidades culturales o los derechos políticos, siempre en beneficio de opciones reaccionarias. Mi temor es que en una situación de crisis como la que nos encontramos, una vez superada, comprobado por el Estado la aceptación de medidas de control sanitarias, sociales, políticas y económicas sin apenas contestación social, no aproveche nuestro desconcierto para reformular aspectos básicos de nuestro contrato social para dotarse de medios de control como los arriba descritos en nombre, una vez más, de nuestra seguridad.

Si al final el Estado resulta garante de nuestra sanidad, articulante de medidas de salvaguarda económicas e imposición de sus cuerpos militares en nuestro territorio en razón de un bien superior como es la supervivencia y la seguridad, por qué iba a desaprovechar en un plazo relativamente corto de tiempo de una oportunidad así para reforzar sus estructuras políticas y sus medios técnicos de control social mediante recursos que todavía no somos capaces de imaginar. Por si acaso, vayamos preparando las respuestas porque se avecinan tiempos difíciles.

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