Antonio Álvarez-Solís
Periodista

Toda planta tiene su semilla

Lo grave es la inutilidad con que la ciudadanía ocupa ahora la calle exhibiendo en su protesta incluso banderas y lemas que durante los últimos doscientos años constituyeron armas útiles por su peso social. Hoy estas manifestaciones son desoídas e incluso reprimidas sin ningún tipo de consecuencias políticas.

No resulta mínimamente razonable sostener desde la izquierda española que se procede con espíritu revolucionario –petit révolutionnaire, ya que estas cosas son siempre francesas– si se comparte una vez más el capitalismo como modelo de sociedad, aunque sea modificado a «capitalismo social» –Davos dixit–. El izquierdismo no puede limitarse a poner parches en el tubo respiratorio de la sociedad de los desdichados. Voy a ceñirme, en lo que acabo de afirmar, a la actual gobernación de España. España sigue siendo, pese a lo que afirma su gobierno socio-socialista vergonzantemente derechista, radicalmente clasista y tosca y agrazmente autoritario. Este fascismo moral, difícilmente entendible, viene produciéndose desde hace siglos. España –tal afirman Ronald Mousnier y Ernest Larrousse– «no pudo acoplarse al Renacimiento y se hundió en el Barroco; rechazó el siglo XVIII en todo su valor de libertad de pensamiento... La masa de los españoles sentía menosprecio hacia lo extranjero, profesaba una fidelidad inviolable al rey y a la vieja fe...». Dos Repúblicas progresistas, añado por mi parte, fueron destruidas militarmente, etcétera.

He recurrido a estas generalidades para entender lo que ahora nos pasa muy a pesar de la coalición de pretensión socialista que nos gobierna. No hay día sin disparate, en este caso de corte social. De súbito la Moncloa anuncia un nuevo compromiso con el país. Y brota en el empeño otra planta carnívora que se devora a si misma. Está clara la clase de semilla política con que sembramos. Como escribe Hegel, «hemos heredado filosofías que no tienen precio, pero tenemos que esforzarnos por hacerlas propias». Pues no es nuestro, una vez más, el camino de tal coherencia.

Ahora toca que el gabinete de «coalición», que trastabillea penosamente con un quehacer confuso –la eficacia de un gabinete se mide por la concentración de carteras con objetivos básicos–, de un toque teatral nada menos que a la antisocial legislación de los desahucios, concebida en origen para facilitar la caza de riqueza por las llamadas tribus o fondos «buitres». Y ya metido en tal berenjenal el Gobierno Sánchez trata de poner un fleco progresista al mantón capitalista, pero dejándolo indemne. Veamos ahora como procede el Gobierno para ejecutar tal malabarismo.

El Gobierno estima que esta significativa zona «tensionada» del vivir social –la vivienda es una de las columnas básicas de la sociedad– no puede quedar al albur de una libertad de rentas que conduce al desamparo en que viven los ciudadanos presa del desempleo y de otros infortunios que les abocan al desahucio tras el forzado impago de los alquileres «¡Esto no puede seguir así!», claman los social-socialistas. ¿Mas qué hacer con la sacra libertad del mercado? La propiedad es la columna del progreso, la fontana del dinero que nos sostiene a todos, el marco de la moral que produce la buena cosecha de dirigentes... ¿Qué hacer, pues, con los «selectos» que participan en la gran cacería del desarrollismo? El Gobierno piensa que el amor al desarrollo precisa la lujuria que lo estimule. Y la lujuria en el terreno de la vivienda está estimulada por los desahucios. Concebida así la cosa, un impago de alquiler es un crimen social sólo reparable con la expulsión del que no abona su alquiler. Tal sentencia la ley del desarrollo capitalista. Resumida en pocas palabras esta es la situación.

¿Y qué ha decido ante tal escenario el Gobierno social-socialista en plena batalla entre dos vicepresidencias que tienen facultades divididas, y encontradas, en el sector de la habitabilidad? Pues algo tan simple como enervar el desahucio, «aggiornándolo» hasta cuatro años más. Esta enervación del plazo planteará ante los jueces, supongo, la duda de saber si los afectados en una causa de desalojo por impago de alquiler son inquilinos socialmente protegibles o se trata de alquiladores de un rango elevado, en cuyo caso se podría cometer la injusticia moralmente demoledora de prolongar el uso del local por cuatro años más. Pícaros los hay en las cumbres más elevadas. Sea como sea, la cuestión del desahucio gana una tregua de cuatro años, vitales para que el gobierno ocupe el banco azul. Luego habrá elecciones.., y se verá.

Este inmenso enredo es producido, a mi modo de ver, por operar un gobierno tenido por socialista con criterios sociales y económicos absoluta y duramente capitalistas basados en la libertad «creadora» del comercio, en la calidad moralmente intocable de la propiedad, en la subordinación de los tribunales a leyes angostas y selectivas. ¿Qué contenido humano tiene la izquierda?

Lo grave es la inutilidad con que la ciudadanía ocupa ahora la calle exhibiendo en su protesta incluso banderas y lemas que durante los últimos doscientos años constituyeron armas útiles por su peso social. Hoy estas manifestaciones son desoídas e incluso reprimidas sin ningún tipo de consecuencias políticas. La calle ya no pesa en la edificación de la sociedad. Esa lucha ha sido envuelta en una papeleta electoral capaz de destruir todo progreso una nueva civilización. Desde el poder nadie escucha los versos del "Fausto": «Lo que tus padres en herencia te dejaran/ hazlo ganancia propia que puedas poseer». ¿Es lícito escribir acerca de estos asuntos con este tono? ¿Cabe proponer la lectura de este discurso en los escalones de acceso al poder? La cultura del corazón ha desaparecido ante un dios con memoria artificial. Un teólogo que llevo en mi mochila de anciano, Hans Küng, me recomienda todos los días «que hay que perdonar setenta y siete veces, pero no setenta y ocho». Quizá haya que reservar este tono para las grandes ocasiones, pero a mí no me dejan ser «quién» en esa ocasiones. Así es que me dedico a señalar con el dedo hacia la desmerecida diana de lo cotidiano. Es decir, en un caso como el presente creo que debemos decir que la vivienda del «escaso», o vivienda social, ha de financiarse mediante la banca pública, condicionar el alquiler al salario del trabajador o a la pensión del pensionado, retocar con espíritu social su transferencia, enjoyar el entorno de esas casas para elevar la educación pública... Por cierto, quizá merezca otro pequeño sermón la reforma de la educación que ha decidido el gobierno actual, verdadera verbena de la inconsistencia. En ello ando.

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