Olaia Duarte
EH Bildu

Un cuento de navidad a la donostiarra

A lo largo del 2019 miles de donostiarras han dedicado parte de su tiempo y, por qué no, de su amor, a hacer de la ciudad un espacio más cohesionado, agradable, igualitario

Hace unos días, paseando por mi barrio, Gros, un grupo de cinco jóvenes, alumnos/as del Colegio San Ignacio, identificados/as con petos verdes me paraban a las puertas de un supermercado en la Calle Ronda. Uno de ellos me dijo «por favor, ¿podría dedicar un poco de su tiempo y dinero a comprar alimentos para que las personas sin recursos económicos puedan tener unas navidades como las que usted y yo tendremos?».

He de admitir que nuestra filosofía va más encaminada a garantizar un nivel de bienestar básico y digno para toda la ciudadanía a través del desarrollo de derechos sociales, como la Renta de Garantía de Ingresos (RGI), los complementos a las pensiones o el cumplimiento de la Ley vasca de vivienda; y no tanto a recaudar y repartir alimentos. Pero, este chaval, y todos/as los/as voluntarios/as que me encontré en cada supermercado de Gros durante aquel día, me recordaron la importancia que tienen la comunidad, las organizaciones sociales y vecinales y, a fin de cuentas, ese sentimiento y arranque solidario que siempre ha tenido la sociedad donostiarra.

A lo largo del 2019 miles de donostiarras han dedicado parte de su tiempo y, por qué no, de su amor, a hacer de la ciudad un espacio más cohesionado, agradable, igualitario. La red ciudadana de acogida, por ejemplo, ha recibido y acompañado a cientos de personas migrantes que han llegado a la estación de autobuses de la ciudad con poco más que lo puesto. O las cientos de mujeres que están tejiendo una red de grupos feministas barrio a barrio, para lucha en favor de la igualdad y del feminismo, más allá de la multitudinaria manifestación de cada 8 de marzo. Y en esta ciudad no hay mes en el que no se haya hecho una recolecta para destinar el material recopilado o el dinero recaudado a una organización de cooperación o de ayuda humanitaria como es el caso de Zaporeak, Salvamento Marítimo, la asociación contra el cáncer...

Tampoco han faltado la creación de movimientos vecinales que luchan por una Donostia en la que se pueda trabajar y vivir con dignidad. Estamos hablando, por ejemplo, de las familias de Benta Berri que luchan contra los fondos buitre por su derecho a la vivienda; de las asociaciones vecinales que se unen para reclamar que les dejen decidir sobre la playa de vías de Easo; de los grupos ecologistas que han levantado su voz para proteger la Isla Santa Clara; de vecinos/as que recogen firmas para un más que necesario bus interno en Intxaurrondo, o para que no quiten la cancha deportiva de Egia, o para protestar por la manga ancha con determinados alojamientos hoteleros en el Paseo Heriz, y un largo etcétera.

Sin embargo, todos estos valores que en Navidades nos resuenan a todos/as un poco más, parecen ser justamente lo opuesto a los valores que defiende cierta clase política de nuestro país. Hace unos días escuchábamos al parlamentario del Partido Popular, Antón Damborenea decir, sin que le temblara el pulso ni se le cayera la cara de vergüenza, que “conoce a muchos jetas que cobran ayudas sociales  hasta alcanzar los 2.000 euros”. Esto nos lo dice alguien que sabe perfectamente que el Gobierno Vasco califica en un 1% el fraude en el sistema de la RGI y que, además, lleva 25 años sentado en la misma butaca y siendo miembro de un partido conocido, sobre todo, por sus historiales de corrupción...

Y más cerca de casa, tenemos al gobierno donostiarra del PNV-PSOE, que con una mano participa en recolectas de juguetes para familias con dificultades y con la otra firma sanciones de entre 5.000 a 50.000 euros para castigar a quienes acogen a personas sin hogar en sus locales. Es el caso de un vecino de la ciudad, que se enfrenta a esta desorbitada sanción por haber acogido en una borda de su propiedad a varios chavales que habían quedado en situación de calle tras cumplir la mayoría de edad y ser expulsados de los servicios de protección de menores (recordemos, de paso, que estas navidades hay unas 200 personas durmiendo en las calles de nuestras ciudad).

Es esto último lo que me hace pensar en la enorme distancia que hay entre los/as voluntarios/as que  nos invitan a colaborar y a ser solidarios/as, y un Gobierno municipal que se ensaña contra alguien que practica esta misma solidaridad. Una vez más, la batalla de David contra Goliat. Y esto en una ciudad en la se adaptan normas y ordenanzas para favorecer a determinados sectores económicos y  a la hora de sancionar se utiliza una vara de medir distinta dependiendo de quien sea el infractor o infractora. Pero, eso sí, con el ciudadano o ciudadana de a pie “mano de hierro”.
Charles Dickens lo explicaba bien en su novela: “De nada nos sirve la indiferencia ni tampoco la mera crítica ante lo que nos parece mal o injusto”. Sigamos intentando, por lo tanto, en el próximo 2020 tejer redes, mantener barrios vivos y hacer de la calle espacios donde poder seguir trabajando por esa Donostia solidaria, morada, euskalduna y más justa en la que creemos.

Zorionak eta urte berrio on!

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