Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Un hombre solo

Aunque todo esté atravesado por el sexismo, como es lógico, no siempre este es el tema de centralidad. Sin embargo, ha sido elocuente y paradójico en las elecciones vascas la ausencia de la agenda feminista, lo que contrasta con la fuerte presencia del feminismo en las calles. Parecería que no somos capaces de traducir a un impacto político real la fuerte disputa político-cultural que estamos sembrando y la adherencia al mismo que representan las movilizaciones sociales. Hemos situado en el centro los cuidados. Una gran parte de la sociedad ve y describe que los cuidados están desequilibrados en su parte del hacer y, especialmente, en la parte del pensar, la de ocuparse de ser el soporte emocional de las vidas ajenas en el que muchas mujeres no se sienten acompañadas, ni visibilizadas, ni reconocidas. La mayoría de los partidos políticos hablan de la importancia de los cuidados, sin desarrollar líneas de actuación que modifiquen el actual negocio de los cuidados y la precariedad con que las mujeres se ocupan de ellos en lo formal y en lo informal.

Mientras tanto, el presidente del Gobierno español se sentía desfallecer ante los ataques de la derecha, con sus modos de siempre, pero ahora, adornados de democracia y libertad. Creo que cuando sufrimos un ataque que no pone en riesgo inmediato nuestra vida, lo mejor es meditar la respuesta. Tomarse un momento de reflexión para no caer en la reactividad. En esta ocasión, la respuesta de reflexión resultaba excesiva para lo que suponía en sí mismo el ataque. Un lawfare de los tantos que se han producido en los últimos años y que, en este caso, la Fiscalía rechazaba por no tener base.

Me ha llamado la atención, aunque a estas alturas no me debería de asombrar, la respuesta de varios de nuestros políticos, señalando que Sánchez se mostraba débil o que «a la política se viene llorado de casa». Como si se pudiera separar al ser humano del político. A pesar de lo que les gusta pensarse como hombres de hierro sin flaquezas o personajes de ciencia-ficción que pueden vivir dos vidas paralelas sin que las mismas se toquen. En el otro extremo, algunos articulistas señalaban que lo de Sánchez era un acto de amor, de cuidado hacia sus seres queridos. Está claro que hay a quienes les gusta romantizar todo porque consigue conmover más las emociones ver a un hombre actuando, supuestamente, en defensa de su mujer que por interés propio.

Lo que ha hecho el presidente Sánchez no es por amor, es por estrategia política, pensada desde una heroicidad más moderna, pero con los viejos tintes de un hombre solo, salvando a su familia, a su país... Lo que no resta veracidad a la necesaria denuncia de una derecha española acostumbrada a sembrar el descrédito, a crear relatos y a barrer al enemigo con la utilización de los instrumentos democráticos para, a su vez, intentar acabar con ellos. Llevan toda la vida haciéndolo. Sánchez y Begoña Gómez no son las primeras víctimas de este aparato.

Además, ha vuelto al debate el papel de las mujeres de los presidentes, con un discurso de primera dama de escaparate y beneficencia igual de rancio que en el pasado. En estos años, el presidente y su gobierno han dispuesto de los medios para comenzar a sanear democráticamente unas instituciones ancladas en viejas prácticas y posicionarse políticamente cuando se ha enfangado judicial y mediáticamente a sus compañeros y compañeras de viaje. No lo hizo anteriormente cuando fueron cayendo políticos de otros partidos, por eso resulta menos creíble su posición. No porque no fuera real el ataque ni su sufrimiento, sino porque cuando actúas solo cuando te ves afectado, no puedes arrogarte el mérito de defender la democracia. Podríamos pensar que es una cuestión de hartazgo, la gota que colma el vaso, pero cuando solo te posicionas cuando eres el centro de los ataques es que tienes un problema de visión política reconvertida en visión partidista, o peor, de exceso de individualidad.

En las declaraciones de Sánchez, tras su reflexión, no hubo ni una sola propuesta de responsabilidad, de llamamiento a la acción concreta con los grupos de coalición. No se rodeó de las vicepresidentas para arropar una decisión personal, pero que afectaba a su proyecto político, a su partido, a su gobierno. No tocaba que nadie más tuviera el protagonismo. Bueno, sí que hubo un llamamiento a la ciudadanía para una reflexión colectiva de hacia dónde queremos ir. Humo frente a la capacidad de actuar de un presidente. Una imagen de soledad estudiada frente a una llamada a la unidad que generaba disonancia.

Y, sin lugar a dudas, prefiero que no haya dimitido. Y no digo que no tengamos que hacer esa reflexión colectiva. Hemos ido permitiendo el descrédito personal de muchas políticas sin que pasara nada. Pues ya es hora de que mentir para aniquilar, de que condenar sin pruebas tenga sus consecuencias. De que no se apropien de los eslóganes para gloria personal, sino para que esa paz social a la que aludía el presidente no se haga sobre la base de las desigualdades. Estar en política ya tiene un alto coste personal porque el sistema no está pensado para disponer de vida propia, de corresponsabilidad con los cuidados ni hablamos y, quizás, ese sea parte del problema. Se aprendieron que lo personal es político, pero sin saber darle el significado político. Cuanto más alejada esté la política de la vida personal, de lo que nos ocurre a las que somos de carne y hueso, menos capacidad para articular lo colectivo tendrá.

Es imposible pensar en un gobierno de un solo hombre, como es imposible pensar en una política que no cuide a las personas que lideran la misma. Sánchez ha tomado un exceso de protagonismo que no sabemos cuánto le va a durar, pero que resulta impropio para liderar un gobierno en coalición y para que se produzcan cambios reales más allá de los escenarios.

Confiemos en que seamos capaces de trabajar conjuntamente para poner límites a un poder mediático y judicial que, por ahora, tiene libertad para ir amordazándonos a fuego lento.

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