Raúl Zibechi
Periodista

Un sistema en guerra contra la humanidad

El problema para las clases dominantes es que la fragmentación de la clase trabajadora (deliberadamente provocada), el crecimiento exponencial del consumismo y de la vigilancia electrónica, no les alcanzan para asegurarse la dominación. Necesitan reprimir, porque las «clases peligrosas» crecieron por el empobrecimiento de las clases medias y están volviendo a cuestionar el sistema.

En apenas medio siglo, el capitalismo mutó de un sistema que buscaba integrar a las personas (como trabajadores explotados, ciertamente), hacia un sistema de despojo contra la humanidad. El proceso comenzó durante la crisis de 1968-1973 y se aceleró luego de la debacle financiera de 2008.

El historiador Eric Hobsbawm, en su monumental "Historia del siglo XX", asegura que el estado de bienestar fue la respuesta del capital a los desafíos que le planteaban la revolución rusa y las revueltas obreras del primer cuarto del siglo.

Esos procesos convencieron a las elites dominantes de la necesidad de hacer algunas concesiones para no perderlo todo. «La historia del siglo XX no puede comprenderse sin la revolución rusa y sus repercusiones directas e indirectas», escribe Hobsbawm (Crítica, 1995, p. 90). Porque le dio al capitalismo un incentivo para reformarse y «abandonar la ortodoxia del libre mercado».

En los años dorados de la posguerra, los gastos sociales (cuidados sanitarios, educación, subsidios y otros) conformaban la mayor parte del gasto público total. Pero desde la caída del socialismo real, a comienzos de la década de 1990, la transformación regresiva del sistema no conoció límites, ni sociales, ni ambientales ni, mucho menos, éticos.

"El triunfo masivo de los ricos", titula "The Washington Post", en su edición del 9 de diciembre de 2019, un estudio sobre la variación de los ingresos entre 1970 y 2018 (https://wapo.st/31QJHNc). Sostiene que el triunfo de los ricos «es una de las historias definitorias de nuestro tiempo» y que se debe en gran medida a las facilidades fiscales que encuentran en la parte superior de la escala de ingresos.

En 1970, los ingresos del 0,01% más rico, eran 188 veces mayores que los de la mitad de la población con menores rentas. En 2018, los más ricos ingresaron 874 veces más que la mitad de menores ingresos. En síntesis, la desigualdad se incrementó casi por cinco.

Los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, autores del libro "El triunfo de la injusticia", concluyen: «En 1980, el 1% superior ganaba un poco más del 10% de los ingresos del país, antes de los impuestos y las transferencias del Gobierno, mientras que el 50% inferior ingresaba alrededor del 20%. Hoy, es casi lo contrario: el 1% superior captura más del 20% del ingreso nacional y la clase trabajadora apenas el 12%» (https://bit.ly/3bnjqJv).

Llevado a números, resulta escandaloso. La mitad de la población adulta de los Estados Unidos vive con un ingreso anual de 15.500 euros. En tanto, los CEOs de las 350 mayores empresas de Estados Unidos tienen ingresos que son 320 veces superiores al salario medio de un trabajador, mientras en 1989 la diferencia era de 61 a uno (https://bit.ly/2Yggs4l).

En los dos casos la brecha se multiplicó por cinco. Sin entrar a considerar que durante la pandemia en curso las diferencias se han incrementado, precisamente por el colapso económico causado por el coronavirus.

El problema para las clases dominantes es que la fragmentación de la clase trabajadora (deliberadamente provocada), el crecimiento exponencial del consumismo y de la vigilancia electrónica, no les alcanzan para asegurarse la dominación. Necesitan reprimir, porque las «clases peligrosas» crecieron por el empobrecimiento de las clases medias y están volviendo a cuestionar el sistema.

En efecto, el panorama que presenta actualmente el mundo se parece bastante al que existía al principios del siglo XX, en los momentos previos a las grandes convulsiones. «En 1917», sigue Hobsbawm, «Europa era un gran polvorín de explosivos sociales cuya detonación podía producirse en cualquier momento» (p. 67).

La militarización de la vida cotidiana que padecemos durante la pandemia, debemos considerarla en este contexto. No se puede mantener un nivel tan alto de desigualdad, que además creció en plazos muy cortos, manteniendo el libre juego de las libertades democráticas y de las instituciones. Las políticas sociales que despliegan los gobiernos latinoamericanos, son una risa al lado de sistemas sanitarios y educativos abarcativos y decentes como los que hubo, por lo menos, en algunos países.

La pandemia está desnudando algo más que «carencias» en la asistencia social. Muestra las consecuencias de décadas de privatizaciones de la salud, la falta de inversión en la educación y del conjunto del sistema de protección social.

Hay tres cuestiones adicionales que parece necesario evidenciar.

La primera es que las contrarreformas que vivimos desde hace cinco décadas, no son consecuencia de algunos malos gobiernos, ya que atraviesan las diversas administraciones estatales, desde las más conservadoras hasta las progresistas. Estamos, por lo tanto, ante un viraje sistémico, estructural, de larga duración.

La segunda es que el crecimiento de la desigualdad y la falta de perspectivas para las generaciones más jóvenes (digamos los que tienen menos de cuarenta años y no tendrán una pensión suficiente), no se moverá aunque cambien los gobiernos porque, bueno es repetirlo, es la opción de las clases dominantes que controlan los resortes del poder y, claro está, de la economía.

La tercera es que la clase dominante ya no tiene incentivos para reformarse, no siente temor a los trabajadores. En este punto, nada me agradaría más que estar equivocado. Pero todo indica que la mutación del sistema y de la clase que lo encabeza son muy profundas, se sienten blindados en sus barrios amuralladas y con gestores estatales comprados o chantajeados a conveniencia. En pocos años, el sistema financiero consiguió secuestrar la democracia y limitarla apenas a un ejercicio electoral sin consecuencias para sus intereses.

Si asumimos que el capitalismo realmente existente es una guerra contra la humanidad, los que aún deseamos un mundo diferente debemos reflexionar sobre los caminos para transformarlo. Caminos que no pasen ni por guerras que nos aniquilarán, ni por incrustarse en un sistema electoral que neutraliza las mejores voluntades.

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