Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Una frase de Churchill

Las leyes que fijan y administran férreamente la vida han derivado hacia el control sin alma y el abuso. Son leyes para fijar los pasos, pero no la andadura. Hacen falta normas ágiles y negociables. Como hacen falta negociadores y no jueces

Winston Churchill pronunció una frase que cobra todo su valor de nuevo: «Habría que destruir Alemania cada cincuenta años». El líder inglés veía Alemania como una nación bárbara recubierta con la leve espuma de sus filósofos y escritores. Si nos atenemos a los hechos históricos Alemania produjo dos veces en medio siglo la ruina de una Europa a la que ahora agrede de nuevo con su comportamiento político, económico y social. Alemania conserva la esencia de un poder violento y absoluto, lo que lleva a muchos europeos a no tener en ella la menor confianza de que haya cobrado el más pequeño sentido democrático. Muchos españoles dirán con una natural y rústica simpleza que tras la cita que he hecho al principio se transparenta mi indignación por el comportamiento alemán con el Sr. Puigdemont. Pues aciertan. No soy persona de medias tintas cuando se trata de hacer frente a ideologías cínicas y radicalmente hipócritas como las que mantiene el Sistema imperante en la Europa regida por Berlín. Lo que se está haciendo con Catalunya, en juego simplón entre los poderes ejecutivo y judicial, es vergonzoso, además de torpe y dañino para España. Ello aparte ¿comprende acaso el Gobierno alemán las situaciones que pueden padecer los cientos de miles de turistas alemanes que consumen sus vacaciones en tierras catalanas? Me creo obligado a emplear este triste lenguaje porque mi fe en la libertad de pensamiento y mi dignidad de propietario de la soberanía nacional, en la parte alícuota que me corresponde, han quedado hechas unos zorros con el proceso de insidias institucionales, falsedades agresivas e increíbles descaros de lenguaje que condenan la más mínima respiración democrática? Entre tales descaros está la petición del Consejo del Poder Judicial de que se proceda a una severa protección policial de los jueces españoles en Cataluña para evitarles que sean objeto de peligrosas «coacciones» como esa que acaba de acontecer contra el magistrado Llarena, ante cuya vivienda en el pueblo gerundense de Das ha aparecido una pintada acusándole de fascista, lo que en todo caso, ¿no constituiría una amenaza sino una opinión de quien manejó la expresiva brocha? ¿O acaso no es asimismo escandaloso que la Moncloa hable de una imposible acción política, por lo que el asunto queda en manos del poder judicial? Recordé el lavatorio de manos de Poncio Pilatos.

En mis estudios auxiliares de psicología forense se me apercibía que nada como una determinada invasión del miedo en la propia personalidad puede llevar al temeroso a desvaríos que originen respuestas inadecuadas. A no ser que las peticiones de protección citadas tengan como destino llevar a los sandios a una admisión de la violencia represora contra la «violencia» de los supuestos «terroristas». En este caso se trataría de una miserable incitación al desorden mental de la ciudadanía española con el fin de lograr de ella aceptaciones innobles. Escribir «fascista» no constituye violencia material alguna y sí la constituyen las cargas policiales que el 18 de este mes de marzo dejaron dieciséis heridos entre manifestantes catalanes que protestaban pacífica y verbalmente contra el encarcelamiento de sus dirigentes.

El comportamiento represivo español es tal que el mismo Rajoy ha recomendado a su gobierno un comportamiento moderado en opiniones y gestos ante lo que está sucediendo en Catalunya. Es malo, Sr. Rajoy, destapar la botella en que habita el genio malvado, ya que después es muy difícil volver a taparla.

Quiero darle una vuelta más a lo dicho por el Sr. Churchill acerca de Alemania. Tuve una abuela alemana, aristócrata y católica, que hubo de emigrar, ella creía que temporalmente, para librarse de su propio entorno de compatriotas tan solemnes como inclementes. Aquí se casó con un hidalgo asturiano y murió poco antes de la sublevación de Franco. Ella me describió el alma alemana. Yo siempre pienso que Dios se la llevó para no intensificar su pena si hubiera visto poco después como sus endiosados compatriotas formados en la lectura del “Mein Kampf” nos masacraban con sus Messerschmit y sus Stukas, que practicaban técnicas de bombardeo sobre poblaciones como mi querido Mieres republicano. Yo dormía entre fuego y muerte con la inocencia de un niño y más tarde desperté con la furia de un adolescente que recusó a esos alemanes mientras leía, sorprendido, las páginas magníficas de Fichte, Kant, Hegel o la larga serie de pensadores y poetas del idealismo alemán.

El encarcelamiento de independentistas catalanes ha vuelto a situarme ante una España de barbaries seculares. Una España que destruyó o acalló a personalidades como Ibáñez, Vitoria, Valdés… en la época de la contrarreforma ilustrada y repitió su insolencia con los magníficos escritores y artistas liberales que fueron víctimas de la España tenebrosa que resucitó plenamente Fernando VII apoyado por políticos, clérigos, aristócratas y militares que se ampararon soezmente en la difusa luz de las Cortes de Cádiz para resucitar su intolerancia en la simbólica y autoritaria Carta de los Persas. La España, en fin, que no pudieron remontar dos asfixiadas repúblicas que pretendían redimir la miseria política y social española.

Repito una y otra vez estas referencias porque España no ha sido colapsada desde abajo sino violentamente desde arriba. Los protagonistas de esta conducta, indicada tan simple y sumariamente, dedicaron toda su existencia a un colonialismo que, desastre tras desastre, culminó en el agónico colonialismo interno representado por los repetidos conflictos con Catalunya y Euskadi. Lo que aumenta de modo intolerable mi rechazo a la situación presente de mi patria –porque lo es literalmente–; repito: lo que aumenta mi repulsa a la situación presente, hecha de silencio aniquilador y de explosiones sin horizonte, de retóricas irritantes y de engaños sin inteligencia, es que esa situación hoy sea considerada desde la «cumbre» por una mal llamada Unión que ha ido enterrado con liviandades y mecanismos cada vez más sañudos a sus viejas y esforzadas ciudadanías. El desamparo sin rebozo alguno de esas ciudadanías, protagonistas pretéritas de una empresa brillante en tantos de sus aspectos, es dramático, insultante. La postura alemana o francesa o italiana frente a unos catalanes que buscan algo tan elemental como la libertad y la potenciación de su país añade crespones al lamentable espectáculo de explotación que está ofreciendo a la mayoría de sus socios la Unión Europea. Catalunya libre, en una negociación franca e inteligente con Madrid, seguramente hubiera logrado unir a ambos pueblos en políticas impulsoras de un verdadero progreso. Cada día veo más clara esta posibilidad. Frente a la acción reductora de Bruselas en pro de tres o cuatro países que viven de la dilapidación de su entorno es seguro que un resurgimiento de la vida propia en esas sociedades en busca de libertad, iniciativa y protagonismo habría de suscitar una dinámica dinamizadora de nuevo cuño. La libertad es la energía básica para conseguir la renovación y el crecimiento. Pero hablamos de una libertad profunda total, no dimanada de constituciones importadas desde un poder enmascarado y de dependencias institucionales más allá del propio horizonte. Las leyes que fijan y administran férreamente la vida han derivado hacia el control sin alma y el abuso. Son leyes para fijar los pasos, pero no la andadura. Hacen falta normas ágiles y negociables. Como hacen falta negociadores y no jueces. En este punto resulta absolutamente claro que soy secesionista a fin de recobrar la alegría de la reconstrucción. Ya no es la hora de los imperios agazapados como cazadores furtivos en el coto de los mercados y ajenos a los ciclos de veda y reproducción. Sr. Puigdemont, mi saludo.

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