Josu Iraeta
Escritor

Vanidad empresarial

El mundo empresarial vasco continúa ofreciendo una vieja receta pretendidamente vestida de modernidad. Afirma quejoso que es preciso instaurar un clima de entendimiento y evitar la confrontación, que pone en peligro la rentabilidad y, por tanto, el mantenimiento de la empresa.

Dice, además, que así se derivarán efectos muy beneficiosos que desembocarán en crecimiento de inversión y empleo. Y pide más flexibilidad, despido más barato, privatización de servicios públicos, recortes en prestaciones… En fin, este es un discurso socorrido, beligerante y conocido.

Pero no queda ahí la cosa. Tengo sobre mi mesa, la última intervención pública del Sr. Gibelalde, en la  que el otrora cuestionado pregonero oficial, se sintió erguido en su pedestal, ejerció de prepotente y fue incapaz de mantener la compostura exigible a quien representa al empresariado. Le pudo la soberbia, no estuvo a la altura de las circunstancias. Quizá el sastre no tomó bien sus medidas.

Este comportamiento revela claramente la verdadera religión de la que son practicantes gran parte de los empresarios vascos y que el “mandamiento” mejor guardado es el que afirma que para resolver las crisis económicas es imprescindible bajar los costes salariales y desregular el mercado de trabajo.

No es fácil encontrar información argumentada fiable que documente sobre éstas y otras cuestiones. Ni siquiera en publicaciones específicas del sector es aceptable lo que se filtra sobre las verdaderas ganancias del capital en los últimos lustros –que son muy altas- siendo por el contrario, su productividad realmente mediocre. Es decir, que es el capital, no los trabajadores, el que produce poco y gana demasiado.

La desgraciada y hasta hoy inevitable falta de visión a largo plazo de la política económica desarrollada en los últimos tiempos en Euskal Herria, está rompiendo el mito de a mayor crecimiento, mayor empleo.

Los resultados están lejos de las previsiones y demuestran que cada vez es menos necesario  el concurso humano –prescindiendo de su formación académica-  para obtener más y más bienes. Esto hace imprescindible un cambio radical del uso del tiempo, porque, con la inercia actual y sin puntos de referencia reales, en la democracia “a la carta” que nos influye, una parte importante de la sociedad se encuentra ya situada en la exclusión y la pobreza.

Las supresiones de empleos se multiplican y los parados hace mucho que dejaron de ser un “ejército de reserva” para la patronal, puesto que cada vez necesita menos concurso humano para producir más bienes y servicios.

Dentro de pocas semanas, seremos testigos de cómo todas las fuerzas políticas expondrán sus fórmulas para erradicar la lacra del desempleo y la dignificación del trabajo, pero todos ustedes saben que es falso. Lo cierto es que desde hace mucho tiempo, la masa de parados, de precarios y excluidos de todo tipo, aumenta de forma dramática la separación entre economía y sociedad.

Es por todo esto que me parece inadmisible que el Gobierno de Gasteiz intente seducir, en un proceso electoral tercermundista y permanente “pertsona helburu”, exhibiendo vitola progresista, siendo como es tolerante con la constante destrucción de puestos de trabajo.

Soy consciente de que esta reflexión puede ser calificada de arcaica, por unos y de purista con “poco encaje en esta fase” por otros, cuando afirmo que puede haber llegado la hora para que los diferentes agentes –ciudadanos, gobernantes, sindicatos…– activen los medios necesarios, que los hay, para frenar a la actual elite empresarial en su, al parecer, imparable carrera de imposiciones.

La reflexión, como casi todo en política cuando se busca la verdad, es simple en su exposición: “Si la realidad tecnológica aplicada en los últimos lustros ha traído consigo más riqueza y también más paro, hace imprescindible repartir mejor esa riqueza, así como el trabajo necesario para producirla”.

Suena bien y se entiende rápido, pero significa mucho. Quizá demasiado para quienes debieran activarlo.

Como he citado antes, afirmar que a la creación de empleo se accede simplemente por el crecimiento es una visión peligrosa, además de errónea. Todo un  espejismo. ¿Por qué? Porque si el crecimiento se apoya en mayores inversiones en la automatización de la producción, la situación se agravará  más.

Se debe afrontar el problema en su raíz y la ciudadanía debe recuperar el control de lo social, desde hace demasiado tiempo arrebatado por la economía.

La conclusión es clara. Si la economía es capaz de producir cada vez más con menor concurso humano, no queda otra salida válida que redistribuir el trabajo socialmente disponible. Ya que la economía real, no eso que ahora denominan “arbitraje en los mercados de dinero”, que es pura especulación, debe reorganizarse en torno a esta imperiosa obligación democrática.

Quizá sea un vaticinio, pero estoy convencido de que, así como en las últimas décadas, el retroceso y pérdida de muchos derechos sociales y laborales obtenidos a través de siglos de lucha, es una sangrante realidad, el reparto de un trabajo digno y la redistribución de la riqueza, que son necesarios e imprescindibles, se logrará de la misma manera.

Esto comporta, entre otras, la necesidad de crear espacios para que los ciudadanos puedan moverse fuera del sistema productivo, de forma que puedan gestionar su tiempo libre sin que –como ahora– sean fagocitados por la industria del ocio.

Porque –sépanlo– el dinero es como las semillas; “solo es útil cuando se esparce”.

Posdata: Sr. Pello Gibelalde, permítame que le recomiende la lectura del filósofo griego Sócrates. A él se atribuye la frase: “Habla para que yo te conozca”. Un saludo.

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