Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

¡Vaya novedad!

Año nuevo, vida nueva? La verdad, en materia política no lo siento así a pesar de las promesas insistentes de los voceros de los partidos políticos, todos, al Norte y al Sur del Ebro, de los Pirineos o del Ecuador, que nos garantizan nuevas formas de hacer política.

Seguimos en 2015 mientras no hayamos contribuido a resolver, aunque solo sea parcialmente, los problemas fundamentales que acarreamos, por lo menos, desde hace algunos años. No culpabilicemos solo a los partidos políticos cuando los causantes esenciales de la desidia política son los electores, sea porque no votan, o sea por quien votan.

El problema no es de tipo geopolítico, que aquí también cuecen habas. La insuficiencia de cultura política acaba clonizándonos. Recientemente leemos trolas oportunistas sobre la necesidad de prepararnos para la conquista de la cumbre de nuestra soberanía. Unos se fijan como objetivo la cumbre, otros hacen como que persiguen esa misma meta pero, en nombre de no sé qué eficacia, se limitan a caminar a la misma media altura simulando, sin más, una ascensión final que en realidad les repugna.

En cada tipo de «conquistadores» se llega a citar ya posibles líderes de la proeza; incluso partidarios del respeto absoluto de la voluntad popular anuncian ya el nombre de un posible lehendakari añadiendo que su designación se da por hecha «sin necesidad de asambleas primarias o nombramientos orgánicos». No se pueden admitir esas actitudes «a la de Gaulle», porque privarían a un excelente líder de la legitimidad de una opción popular indispensable para una buena gobernabilidad, respetable y duradera. Felizmente, disponemos de líderes, presos o no, cuyo valor de liderazgo es indiscutible.

No vayamos más deprisa que la música y que sea la voluntad popular la que marque el tempo… sin perder tiempo. En materia política es primordial ser capaces de marcar firmemente los ritmos, tanto desde el poder como desde la oposición. Ese es el criterio que separa a los peatones activos de los pasivos, estos últimos contando con la complicidad de algunos colectivos políticos que revelan las reales intenciones de ausencia de evolución política. En efecto, el ciudadano pasivo solo es una tara quejicosa y llorona.

No parece inútil relanzar los temas que se plantean en Euskal Herria, entre los que subrayaremos aquellos que tratan de los aspectos materiales de nuestra aspiración de bienestar o de simple supervivencia digna para algunos. No obviaremos nuestros deseos inmateriales tales como la soberanía que nos hará seres realmente responsables. Los primeros forman parte de un sistema solo transformable o eliminable por medio de una reacción mundial dada la esencia mundualista de su arquitectura. A la sociedad política y a la sociedad civil ha venido a unirse la sociedad financiera desprovista a menudo de virtud democrática y de la que dependen las anteriores. Perich afirmaba, en tiempos de la URSS, que «se llaman países libres los que dependen de los EEUU». Aunque un cambio sustancial en la materia no parezca posible a corto o medio plazo, no podemos resignarnos a no intervenir en una medida incluso superior a lo posible, de manera que se reduzcan radicalmente desigualdades inadmisibles. A este propósito convendría suprimir, en nuestras diferentes formas de expresión, la palabra «generosidad» y sustituirla por «solidaridad».

Un debate sobre lo que entendemos por soberanía de Euskal Herria parece indispensable. ¿Por qué aspiramos a la soberanía? Para reforzar nuestra aspiración a la independencia absoluta, la historia de Euskal Herria es un criterio que parece legítimo, pero todos los historicismos son discutibles. La historia es el resultado de una mezcla disparate de hechos objetivos y opiniones subjetivas. Recordar de dónde venimos es necesario, pero lo es aún más saber a dónde vamos.

El motor indiscutible de la soberanía es la voluntad popular.

Una componente inmaterial de la soberanía parece dominar a las demás, la política de Educación Soberana independiente de opciones de gestión cultural ajenas a las nuestras. ¿Merece la pena dedicar nuestras aspiraciones y esfuerzos a la soberanía en materia de educación? Si respondemos negativamente a esa interrogación, ¿qué quedará de Euskal Herria? La política de educación genera la cultura en materia de justicia y en materia de solidaridad, piezas maestras de un colectivo que a su vez velaría por la equidad en materia de género entre otras. La gestión equilibrada de la educación abre hacia horizontes múltiples entre los que convendría citar la educación medioambiental, cuya urgencia no está todavía incrustada en cada uno de nosotros. En efecto, ¿somos conscientes de vivir «pegados» a un arma tremenda de destrucción masiva como puede ser una central eléctrica de energía nuclear fácil de atacar con medios al alcance de individuos incontrolables? Jose Allende no cesa de recordarlo.

Volviendo a las primeras líneas de este escrito ¿en qué nos concierne el sainete político que nos ofrecen los resultados de recientes elecciones? Quizás nos confirmen pruebas suplementarias de colaboracionismo «local» que podrían traducirse en votos a favor o en contra o en abstenciones calculadas.

Conocemos también los votos favorables parciales prestados por algunos componentes de un grupo político, los restantes pudiendo votar contra o absteniéndose. Se trata de una aritmética política repugnante. ¿Educaremos así, en el respeto a la labor política, a nuestros descendientes? En resumen, el pánico sembrado por la ausencia de mayoría absoluta revela claramente la incultura política a la que nos ha conducido el franquismo y que permanece en parte incrustada incluso en algunos peatones cercanos a nuestra sensibilidad política. Reconozcamos las dificultades que encontramos en el momento de decidir nuestro voto. Por un lado se nos habla de la derecha, que comprende la extrema derecha, la derecha y el extremo centro, conglomerado al que se ha unido la socialdemocracia española directamente derivada del PSOE, partido este que sigue alimentándola. Por otro lado asistimos a una profusión de grupos políticos que hábilmente han sabido recuperar a los múltiples decepcionados por la sociedad política. ¿Qué será de unos y de otros dentro de pocos meses?

¿Hay algo nuevo en la preparación a las próximas elecciones en la CAV que venga a añadirse a las farisaicas afirmaciones sobre la necesidad de una única opción abertzale unida? Por ahora los presupuestos presentados tanto por el Gobierno de Lakua como por las Juntas Generales se aprueban gracias a la horrible aritmética de una alianza chocante con un partido español jacobino, maniobra que entra tristemente en las costumbres políticas de la CAV.

Una vez más sacaremos la cabeza del agua si lo deseamos. La realidad nos hace pesimistas, pero solo la voluntad generará optimistas.

El año empezará con la primavera, será entonces el momento de dar paso, en estas columnas, a nuevas expresiones que nos cambien de aburridas reiteraciones.

PD: Seguirá en nuestro recuerdo Alfonso Salazar Uriarte, Melli buena persona ejemplar.

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